miércoles, 15 mayo 2024
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El país ya no espera, empuja su destino

El cambio en la sociedad venezolana del siglo XXI tiene nombre de mujer; eso será una realidad por mucho tiempo. Lo que no podemos perder de vista es que las transformaciones son posibles, no podemos conformarnos con acuerdos de elites y personajes mediocres.

@OttoJansen

La torre de Babel de la opinión pública cruje en estas semanas; el campo de acción del poder y de la resistencia cívica que disputan las visiones sobre el destino venezolano se confrontan desde este ámbito: la infinita batalla por el sentimiento colectivo. Múltiples son las voces y las miradas; tantas que llegan a confundir al entendimiento sencillo y muchas se prestan a los cálculos del régimen que impone sus reglas, en una dinámica semejante al campo electromagnético al atraer las partículas de cargas de distinto signos. ¿Es favorable para la opción de cambio, cuyo ciclo han echado andar las mayorías? La respuesta no es simple, seguirán decantándose en apariencia insignificantes episodios y construyéndose en los laberintos de las luchas las definiciones esperadas. Quizás en horas, o tal vez tarden más: habrá que prestar atención a todo.

Desde el lugar que ocupamos, sin instrumentos especiales, ni informaciones exclusivas, uno se pregunta si un cuadro como el que vive Venezuela y sus regiones puede sostenerse teniendo presente el cúmulo de penalidades tan solo cubiertas de palabreríos y maquillajes. Seguramente sí; nos hemos venido hundiendo casi sin fijarnos. Ahora la interrogante siempre mortifica sobre cómo es posible que en un cuadro donde cada día brota una cifra espeluznante nueva, con inhumanas condiciones de salud, de servicios más allá de los límites de la inoperancia y destrucción, de los niveles del hambre y desnutrición sobre lo cual hay tantas alertas, las voces de los políticos estén empeñadas en ser indiferentes al clamor popular. Esos “líderes”, algunos muy queridos hasta hace poco, y organizaciones políticas ruyidas, desacreditadas, expresiones de un empresariado sin preocupación social, funcionarios grises y anónimos de lo que es la peculiar administración pública de estos tiempos, se opongan con tanto afán a la opción elegida como representante de los cambios y no quieran ver la viga del autoritarismo que avanza (dejando un esterero de agonías) dando traspiés pero avanzando a encerrar en más oscuridad a los derechos y bienestar de la sociedad venezolana. “Pero con el hambre, las cuadrillas de bandoleros se multiplican como los panes y pescados bíblicos”, dice en un párrafo Mario Vargas Llosa en su obra La guerra del fin del mundo que estoy volviendo a leer fascinado de cómo los pueblos en su duro transitar producen milagros y sacrificios heroicos, así no entienda bien de lo que se trata el reino de Dios o el de los hombres. Claro, nuestro país en rotunda involución, no solo están las bandas antisociales que como en Guayana son una brutal realidad, en los pueblos periféricos y los no tanto, es también la sofisticada nomenclatura de la política que perdida la guía de su razón de ser, confunde y amontona en un solo saco a la estafa y corrupción revolucionaria con los “carteristas” y truhanes autoproclamados democráticos.

El modelo del país para querer

En la sociedad global del conocimiento, con sus juegos de intereses cada vez más engolosinada de la agenda de la post modernidad, lo que primero deben vencer nuestros pueblos latinoamericanos es la inercia del aprendizaje y de los modelos asumidos como camino al desarrollo. Los conceptos de la civilidad convertidos en elementos complicados tocan a estos países, la evaluación que permita atreverse a proponer rutas que realmente logren superar los grupos de intereses y asumir con firmeza la vía de transformaciones sustentables.

Las sociedades grandes y poderosas se han vuelto ovillos de los estamentos que jalan en distintas direcciones de propósitos específicos y, las pequeñas naciones, solo se mueven en la dirección de lo que nos muestran como formal, acompañando fórmulas que no necesariamente benefician. ¿Por qué hoy una nación como Haití es pasto del control de las bandas antisociales ante la limitada preocupación de vecinos y países desarrollados? ¿Por qué las amenazas al mundo con su carga de maldad y control totalitario históricamente advertidas desde finales de la segunda guerra mundial tiene como respuesta la filigrana edulcorada, la respuesta ritual y la indiferencia practica? A los venezolanos por alguna razón de la historia o de la Divinidad nos toca repensarnos como nación. No solo por las oportunidades perdidas, sino porque este proceso del tristemente célebre chavismo nos ha demolido de tal modo en la identidad y en la espiritualidad misma, que no basta con regresar a la “normalidad” de un país con funcionamiento de sus autoridades e instituciones. Se trata como en otras latitudes lo han hecho por siglos de la obligación de honrar a la persona con los símbolos tradicionales o modernos que nos hagan fuertes. Eso nunca lo hemos valorado, por eso perdemos partes del territorio, las riquezas naturales son invadidas y destruidas; los pueblos y ciudades pequeñas son un mar de atrasos y de precariedades, además de haber sido siempre los fundos para los terratenientes de la política en usar la pobreza. Espacios que ahora serán reinados de los jerarcas del chavismo con su Estado comunal, en la que los jefes de calle ya se comportan como el sheriff de Nottingham.

¿Cómo traducir tales reflexiones en la política concreta? Es el desafío de Venezuela y principalmente de la Guayana cundida de escepticismo y oportunismos. El cambio estructural en la sociedad venezolana del siglo XXI tiene nombre de mujer; eso será una realidad por mucho tiempo. Lo que no podemos perder de vista es que ideas audaces y nuevas de transformación sí son posibles, que no podemos conformarnos solo con ir por los senderos que la política burocrática de acuerdos de elites, con sus personajes mediocres que se dicen políticos, permanentemente nos ofrecen.