Marisol Escobar expuso en 1957 con gran éxito. Luego presentó una individual en el MoMA, de New York. Warhol llegó a comentar: “Es la primera artista femenina con glamour”.
El arte es universal, pero la pasión impresa en cada obra tiene un color local. En la producción de Harry Abend hondea un tricolor que le dio la bienvenida y que hoy lo celebra.
Jeff Koons, el artista más publicitado de los últimos tiempos, asevera: “Me interesan los objetos que dejamos atrás, las huellas y los signos de nuestra utilización; como los hallazgos arqueológicos, revelan muchas cosas sobre nosotros”.
Alexander Calder, a partir de un minucioso trabajo de simplificación, arribó a una abstracción muy original hasta descubrir que a sus singulares formas les provocaba un dinamismo interno que les proveía de movimiento. Así dio vida a sus innovadores móviles, los que pronto protagonizarían la escena de la escultura cinética.
Para los grandes maestros Pablo Picasso y Piet Mondrian, sus obras debían pretender ser factores de cambio. Debían ser instrumento para romper con los convencionalismos.
Magritte, contrario a los surrealistas con los que compartió, convoca imágenes ingeniosas que jugaban a lo sorpresivo para cuestionar la realidad. Lo que le infiere la denominación crítica de surrealista conceptual, por su destacado interés por la ambigüedad que exponen, y en consecuencia por la inaudita relación que se establece entre “lo pintado y lo real”.
Henri Matisse se sumergió en un novedoso e inédito lenguaje pictórico que el crítico Louis Vauxcelles denominaría despectivamente fauves (fiera salvaje) precisamente por el uso arbitrario del color.
Sus escritos sobre la teoría del color lo convirtieron en una referencia del arte contemporáneo. Paul Klee estudió el color con dedicación y manipuló la paleta de manera magistral. Él mismo revelaría: “El color me posee, no tengo necesidad de perseguirlo, sé que me posee para siempre… el color y yo somos una sola cosa. Yo soy pintor”.
Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec-Monfa pasó de una cuna aristocrática a narrador de la vida social representando pictóricamente al pueblo y a la nocturnidad de la parisina, haciendo protagonizar a las prostitutas, con las que convivió y aprendió a querer.
Más de tres siglos cautivando a todo el que la ve, La joven de la perla convirtió a de Jan Vermeer en “el maestro de la intimidad y del silencio”.