jueves, 25 abril 2024
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El viaje imaginario de Francisco Depons o un caso de copypaste en el siglo XIX

Depons nació en Francia, en 1751. Desde marzo de 1801 hasta julio de 1804 residió en Venezuela, como representante del Gobierno francés. En esos tres años y pocos meses tuvo la tarea de informar a Francia acerca de las condiciones políticas, económicas, geográficas y sociales de nuestro país.

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“Yo cerraba los ojos para verte”. Luis Enrique Mármol

De todos los viajes posibles, el viaje imaginario es el que mayores travesías promete. Basta nomás echar la imaginación a remontar vuelo y ante nuestros ojos, y sin salir de nuestros hogares, los escenarios del mundo hacen aparición. En minutos podemos recorrer las sabanas de Barinas, tiritar de frío en el pico Bolívar o perder la mirada en el imponente río Orinoco.

De este arte del viaje imaginario son grandes conocedores Lobsang Rampa, Julio Verne y Rafael Bolívar Coronado, entre otros. Se dice de ellos que elaboraron fascinantes historias de viajes sin necesidad de haber visto los lugares que describían en sus relatos. Pero de todos los viajeros imaginarios, quizás sea Francisco Depons el que se lleva todos los laureles.

Depons nació en Francia, en 1751. Desde marzo de 1801 hasta julio de 1804 residió en Venezuela, como representante del Gobierno francés. En esos tres años y pocos meses tuvo la tarea de informar a Francia acerca de las condiciones políticas, económicas, geográficas y sociales de nuestro país; informes que luego servirían de base para su libro titulado Viaje a la parte oriental de Tierra Firme en la América Meridional, publicado en París en el año de 1806. En el libro se describen las provincias de Caracas, Maracaibo, Barinas, Guayana, Cumaná y la isla de Margarita durante los primeros años del siglo XIX, advirtiendo el mismo Depons en la introducción de la obra:

“Sin la ley que me impuse de someterlo todo al informe de mis propios ojos, mis vigilias, fatigas y gastos me hubieran conducido a resultados más perjudiciales que útiles a la geografía y a la historia (…). Es preciso que el orden que se les dé [a los materiales de su descripción] sea tal que hagan en el espíritu de mis lectores las mismas impresiones que recibió el mío recorriendo y estudiando la parte oriental de la Tierra-firme”.

Cuando comienza el relato de la descripción de Guayana y el Orinoco, el viajero Depons hace gala de sus dotes descriptivas y se explaya en comentarios tan precisos que se atreve incluso a desmentir a los pioneros de las expediciones en el sur de Venezuela:

“Las inexactitudes que yo he verificado en las descripciones que el mundo literario debe a los padres Gumilla, Coleti y Caulín, me autorizan a asegurar que honran más su celo que sus luces, y su atrevimiento más que su exactitud”.

Como consecuencia de las noticias y descripciones precisas, novedosas y modernas acerca de América, Depons es nombrado en 1807 como miembro de la Sociedad Académica de Ciencias de París. Años después, en 1812, muere en Francia, lugar de donde nunca más saldría desde su llegada de Venezuela en 1804. Quince años después de la muerte de Depons, en 1827, Felipe Bauzá, el gran geógrafo y cartógrafo español, consulta a nuestro Andrés Bello acerca del origen de las noticias que del río Orinoco y de Guayana se hallan en el texto de Depons. Andrés Bello, el perpetuo errante, responde sin ambages, despojado de la seria y marmórea estampa que le ha endilgado la historiografía:

“Puedo asegurar a V. como cosa de que estoy completamente cierto, que Depons no vio de la Tierra firme Oriental, es decir, de las provincias que componían la Capitanía General de Venezuela, más que el cortísimo espacio que hay entre La Guaira y Puerto Cabello que aun de este espacio no vio más que los pueblos principales del camino: La Guaira, Caracas, Valencia, Puerto Cabello y los valles de Aragua; y que su residencia casi constante fue en Caracas, donde yo le conocí y traté”.

La denuncia de Bello ante este fraude continúa, desenmascarando este antecedente decimonónico del copypaste:

“Su obra por consiguiente no es más que una compilación de varios documentos que buenamente se le franquearon en la Capitanía General, la Intendencia, Oficinas de Cuentas y Secretaría del Arzobispo; para lo que le valieron mucho las recomendaciones del ministerio francés y el nombre del emperador Napoleón, de que sabía hacer muy buen uso. Lo que hay suyo es muy poco y está lleno de errores groseros. Pero en donde más se deja conocer la osadía de este plagiario es en lo que dice de Guayana. Depons no estuvo en su vida en Guayana, ni puso el pie dentro de 50 leguas de distancia del Orinoco”.

Francisco Depons, francés de cincuenta años, de visita en Venezuela, prefirió la comodidad de las veladas y recepciones que se hacían en su honor antes que las arduas travesías por el Oriente venezolano. Para poder cumplir con su trabajo, optó por el viaje imaginario y compiló textos ajenos que describieran las zonas que debía visitar para luego hacerlos suyos. Andrés Bello nos aclara las fuentes utilizadas por Depons:

“¿Pero dónde halló Depons estos materiales geográficos relativos al Orinoco? Yo mismo los puse en sus manos. Cuando este viajero se hallaba en Venezuela estaba yo empleado en la Secretaría del Capitán General y por orden de este jefe (que lo era entonces el mariscal de campo don Manuel de Guevara Vasconcelos) le entregué un expediente creado por un gobernador de Guayana que se llamaba Marmión”.

A fin de cuentas, la descripción del viaje de Depons resultó ser un fraude, un plagio de un informe elaborado por el ilustrado gobernador Miguel Marmión con añadidos de otros autores. Descripciones geográficas y de costumbres que el viajero imaginario francés nunca “sometió al informe de sus ojos” y que publicó como si hubiesen sido anécdotas de un viaje vivido en carne propia. Este antecedente del plagio en Venezuela nos muestra las posibilidades del turismo virtual. Cerrar los ojos basta para ver lo nunca visto.

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La piedra volvió al mar. Hace pocos días, en medio de la oscurana y aturdido por la tragedia nacional, oí la noticia de la muerte de Francisco Massiani. Este escritor, nacido en Caracas en 1944, formó parte de los autores de mi biblioteca de adolescencia con su inolvidable novela Piedra de mar. Publicada en 1968, cuando Massiani apenas contaba con 24 años, la novela atrajo de inmediato el interés de los lectores, sobre todo de los más jóvenes, resultando todo un éxito de ventas. No había ningún secreto ni truco en ello: el libro hablaba de jóvenes, de la juventud caraqueña de clase media, usando un lenguaje claro y sencillo, con los modismos de entonces. Nada de tediosas y ajenas historias, escritas con el diccionario de arcaísmos a un lado, como las que acostumbraban mandar a leer en el liceo. Hay que volver a Piedra de mar, quizás como despedida a Francisco Massiani, quizás como agradecimiento por mostrarnos que la literatura también puede ser otra cosa. Algo más cercano a nuestras vidas.

Juntar palabras. “El principal problema del escritor tal vez sea el de evitar la tentación de juntar palabras para hacer una obra. Dijo Claudel que no fueron las palabras las que hicieron La Odisea, sino al revés”. Ernesto Sabato

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