Parásito, artista frustrado, personaje bilioso y de malas pulgas que daña la experiencia del lector. Pontífice del buen arte y Torquemada del malo. Un ser que dispensa envidia silenciosa a los desconocidos y alabanza gratuita a los amigos. Esas son las expresiones que usualmente se emplean para representar al crítico literario.
Este tipo de representación tiene una larga tradición, quizás desde la antigüedad misma, si consideramos como crítico al dios Baco de Las ranas -la comedia de Aristófanes-, personaje que viaja al inframundo para elegir al mejor autor de tragedias. Los candidatos entre los cuales debe elegir son Esquilo y Eurípides.
Para tal fin se organiza un certamen poético. Baco, quien hace de juez, termina empleando una balanza para “pesar” los versos de cada poeta. Este primer crítico se muestra en la obra de Aristófanes como fanfarrón, cobarde y deshonesto.
Con semejante inicio, la representación del crítico y del acto de valorar obras literarias no auguraba una feliz y pacífica presencia a lo largo de la historia.
Sin embargo, han existido otras representaciones acerca del crítico, muy distintas.
He encontrado algunas de ellas hechas por varios escritores venezolanos. A continuación transcribo un manojo.
Oscar Sambrano Urdaneta (1929-2011) veía en el crítico a un ser excepcional, poseedor de un conjunto de cualidades difíciles de alcanzar y de ver en una sola persona:
“Conciencia de los valores literarios; sensibilidad; método analítico; cultura bien estructurada; tiempo suficiente para investigar, leer y escribir; firmeza y probidad para expresarse sin timidez ni prejuicios: he aquí la media docena de factores básicos en que se apoya la crítica literaria a que aspiramos. Cada uno de ellos restringe de algún modo el número de personas que pueden ejercerla, y los seis representan un conjunto que rara vez se da en un mismo individuo”.
También hubo quien comparó al crítico con un lector de manos, con un quiromántico. Esta relación la hizo Eugenio Montejo (1938-2008), quien llegó a decir:
“El verdadero crítico literario es aquel que aprende con los años a leer la mano a los libros. Porque un libro es siempre una mano abierta, y la crítica, vista desde la perspectiva del futuro, de poco nos sirve si no tiene su pizca de quiromancia”.
Jesús Semprum (1882-1931), por su parte, hace del crítico un albañil, al afirmar que:
“La manera más sensata de criticar es la que no juzga, la que se conforma con escudriñar simplemente, y construir sobre los cimientos de la obra ajena un humilde y franco edificio de comentarios”.
José Balza (1939) representa al crítico como un lector distinto al lector natural, guiado por una pasión que le desborda, atrapado en el vórtice de la obra:
“El crítico lee un texto como si esa fuese su última acción en el mundo. Se borra el antes y el después. Lo invade el absoluto. En cierto modo es un lector natural superior”.
Ya sea un superhombre, un descifrador de manos, un albañil o un lector superior, lo cierto es que el crítico y sus oficios encarnan una parte consustancial de la literatura. Ambos se complementan, se apoyan y, aunque a veces se traten como perros y gatos, la crítica y la creación literaria no pueden existir la una sin la otra: el artista interioriza las interpretaciones del crítico para conducir su producción y el crítico construye sus discursos sobre las imágenes que ofrecen las obras.
Son siameses que a veces desean caminar en direcciones opuestas.