sábado, 27 abril 2024
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El hombre es como un camino

Isilio Rosales, maestro, escritor e investigador trujillano, murió hace pocos días. Dejó varias obras de gran importancia para el conocimiento de nuestro ayer. Una de ellas trata acerca de los antiguos caminos andinos.

“Un camino es como un hombre; la civilización, una red de caminos”, Isilio Rosales

Hace pocos días supe de la muerte de Isilio Rosales. Lo conocí hace algunos años por intermedio de Judith Rosales, su hija, reconocida investigadora especialista en cuencas hidrográficas.

Isilio Rosales nació en La Mesa de Gallardo, estado Trujillo, el 17 de junio de 1934. Fue maestro y llegó a ocupar cargos administrativos, como subdirector del Grupo Escolar Simón Bolívar de Valera, director del Centro Educación Adultos Mercedes Díaz y coordinador regional de alfabetización en la Zona Educativa del estado Trujillo, entre otros. Llegó a publicar algunos libros, entre los que se encuentran: Valores heroicos (1988) y Herencia aborigen (2004). Fue colaborador de periódicos como El Tiempo, La Noticia y de la revista Conticinio.

Isilio me contactó pues quería publicar un trabajo que le había costado varios años de investigación y deseaba saber mi opinión sobre el mismo. Sobre todo tenía inquietud por saber si el libro funcionaría y si lograría despertar interés entre los lectores, pues trataba de un tema poco trajinado: las antiguas vías de comunicación del estado Trujillo.

Lo leí de un tirón, emocionado por la información que contenía y por su estilo, y el libro finalmente fue publicado en el 2009 gracias a la Universidad Nacional Experimental de Guayana, con el título de Los caminos reales del estado Trujillo: historia de las antiguas vías de comunicación andinas.

Escribí un breve prólogo a esa obra que aquí reproduzco como recuerdo y homenaje al maestro caminante y soñador:

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Toda civilización, todo conglomerado humano, desde las pequeñas aldeas tribales hasta los grandes imperios tuvieron siempre la necesidad de construir vías que les sirvieran de sistema circulatorio para el comercio de bienes y la transferencia de ideas. De allí la importancia dada al camino como metáfora recurrente en antiguos textos como la Biblia, la Ilíada o la Odisea.

Luego, con la enseñanza que deja la experiencia, el ser humano llegó a la conclusión evidente de que a mayores posibilidades de co­municación, mayor y mejor sería el desarrollo de una comunidad.

La antigua Babilo­nia aprovechó, por ejemplo, la estratégica ubicación geográfica que le servía de lugar de encuentro de culturas orientales y occidentales, convirtiéndose así en la primera gran civilización del mundo. Es conocida también la importancia que dio el Imperio Romano a sus vías de comunicación, sustento mismo del imperio, llegando hasta nuestros días la expresión “todos los caminos conducen a Roma”, como vestigio de tan formidable conjunción de contacto y poder.

Los imperios prehispánicos también sabían de la importancia de la comunicación y de su influencia en el desarrollo social. Cuéntase en algunos libros de historia, por ejemplo, de la exquisita e intrincada red de caminos de los aztecas y de los incas, que les permitía a sus emperadores tener servido pescado fresco en sus mesas, a pesar de la larga distancia que los separaba del mar.

No gratuitamente el investigador canadiense Harold Innis, poco conocido en el ámbito hispánico, publicó en 1950 un libro titulado Imperio y comunicación, texto que abonaría el terreno para los futuros estudios sobre la comunicología y en el que intenta demostrar las relaciones entre la información y el desarrollo social de los pueblos.

Los indígenas prehispánicos, habitantes de las tierras que luego se llamarían Venezuela, no eran ajenos a estas ideas. Cuales telarañas sobre las sabanas, colinas y riscos, los caminos construidos por los indígenas ofrecían la posibilidad de nuevos horizontes, nuevos productos y nuevas ideas. Estos caminos, que luego servirían al español para la empresa conquistadora, serían dejados al olvido, presos del pasto y de la casi absoluta aniquilación por el transcurrir del tiempo.

Lamentablemente, en el ámbito venezolano el estudio de los sistemas de comunicación prehispánicos y coloniales son escasos, por no decir inexistentes. Algunas menciones existen, pero se restringen a lo anecdótico o a la simple referencia esta­dística. Es por ello que el libro de Isilio Rosales, Los caminos reales del estado Trujillo, viene a inaugurar una interesante temática para la investigación histórica. De una manera clara y al mismo tiempo con una rigurosidad documental, este libro de Rosales nos muestra la historia de las principales vías de comunicación del estado Trujillo construidas por los indígenas prehispánicos.

Simulando la voz y la admiración de los cronistas de indias, o la narración de los grandes científicos europeos del siglo XIX que visitaron estas tierras, el texto de Ro­sales nos va descubriendo, cual diario de viajes, la experiencia vivida por el autor en la búsqueda por los casi desaparecidos caminos reales del estado Trujillo. En ese ameno recorrido Rosales no solo nos ofrece una descripción física de los caminos; además, se preocupa por relatarnos la historia viva de los pueblos aledaños que crecían y aún permanecen en los márgenes de las vías.

Isilio Rosales, eminente educador trujillano, autor de varias obras sobre la historia regional, columnista de prensa y asiduo promotor cultural, nos enseña con este libro que un camino es algo más que una tierra hollada. Un camino, para decirlo con sus propias palabras, “es como un hombre”. Un camino es como un hombre por su perenne voluntad hacia el horizonte, por el eterno ímpetu dirigido hacia el progreso, por la persistente esperanza de realizarse en el contacto con otros seres humanos. El camino, símbolo material de la comunicación, ha puesto al ser humano en el tránsito de la evolución y el desarrollo. Cuando los humanos se juntan para construir sueños, se unen al mismo tiempo los caminos para conseguir lo imposible.

Los caminos reales del estado Trujillo constituye entonces un indispensable aporte al conocimiento de nuestro pasado y vale la pena por ello adentrarse en sus páginas.