miércoles, 15 mayo 2024
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José Lisardo Moraleda: la lucha es por la niñez warao que crece en Brasil

Mientras sueña con su retorno a los caños del delta del Orinoco, en Venezuela, este maestro e indígena warao trabaja acompañando a los niños de la misma etnia que están matriculados en las escuelas formales de Brasil. A través del aula de refuerzo escolar les muestra que la condición de los migrantes forzados indígenas no es estar pidiendo dinero en las calles, que pueden formarse y crecer con dignidad en el nuevo territorio.

José Lisardo Moraleda mira el local donde trabaja desde la ventana de su casa, una estructura de dos plantas, con paredes blancas y verdes carcomidas por una humedad que poco a poco se traga el nombre del Centro Comunitario Vila Capelosa, donde funciona el aula de refuerzo escolar, uno de los proyectos del Centro de Defesa da Vida e dos Direitos Humanos (CDVDH) Carmen Bascarán, en Brasil. A pesar de que las ventanas y el portón, hechos de láminas de zinc y pintados del mismo verde desangelado, permanecen cerrados, el maestro no descansa la vista ni la mente, el trabajo y el hogar se le confunden.

— Yo casi no duermo por lo que está pasando. Los waraos se han acostumbrado al asistencialismo y para mí eso está mal. Los que se van a quedar deben pensar en su proyecto de vida porque ya pasó el primer momento de apoyo. A veces pienso, hablo solo y digo ¿qué estoy haciendo yo?, ¿los estoy ayudando? Con los padres es muy difícil, pero tengo la esperanza de cambiar la visión de los niños, así sea con un pequeño número de niños— dice el maestro de 38 años que emigró a Brasil en septiembre de 2019 y que actualmente vive junto a su familia en una casa alquilada en el estado de Maranhão, específicamente en el municipio de Açailãndia, al nordeste de Brasil y a 62 horas -por carretera- desde Santa Elena de Uairén, ciudad venezolana fronteriza con este país.  

Esa “otra visión” es alimentada de lunes a viernes -dos horas por la mañana y dos horas por la tarde- en el interior del aula de refuerzo escolar a cargo de Moraleda que, en contraste con el aspecto desteñido de la fachada del Centro Comunitario, tiene los colores vivos de los niños y adolescentes waraos que fortalecen sus capacidades académicas para navegar en el sistema educativo de Brasil, esta vez con una curiara cargada de libros, cuadernos, lápices, tijeras, sacapuntas como la del logo del “Reforço Escolar” que llevan en sus camisas; mientras que al mismo tiempo profundizan en su cultura e idioma a través de otras actividades que este maestro les asigna. 

— Es un aula normal de apoyo. Los ayudo con las tareas. Si no hay tareas hago una planificación de acuerdo a los temas y siempre, siempre, retomamos el tema de los waraos. Yo los ayudo con el portugués y también les doy warao. En el área de formación ciudadana, por ejemplo, es difícil tratar de comparar entre los brasileros, los venezolanos y los waraos. El objetivo central para mí es el warao, es lo que yo quiero que entiendan y manejen mejor.

El CDVDH Carmen Bascarán es una institución que busca combatir las vulneraciones de derechos fundamentales, la violencia y la exclusión social de los jóvenes en situación de vulnerabilidad social a través del arte y la cultura, como estrategia para fomentar el protagonismo y la participación social, así como la formación profesional para mejorar las oportunidades de inserción en el mercado laboral como social, educadores y/o productores culturales. En el aula de refuerzo los estudiantes reciben el almuerzo y la merienda; además está ubicada muy cerca de sus casas. Al principio eran 32 estudiantes, de entre 3 y 15 años, pero debido a la migración de los padres hacia otros estados de Brasil en busca de ingresos, actualmente permanecen 6 alumnos.

— Al inicio los niños no sabían ni agarrar un lápiz. Tengo niños de doce y trece años que todavía están aprendiendo. Ahora la mayoría ya lee en portugués. He hecho un gran esfuerzo. Ese es el trabajo. Los waraos son natos [buenos] en matemáticas, son muy inteligentes con los números, también me lo dicen los profesores de la escuela. Aquí hacen esas pruebas, unas olimpiadas, ellos las han pasado con buenas notas y hacen los ejercicios en menor tiempo— dice entusiasmado.

Durante la semana Moraleda también atiende a tres centros educativos -Escola Municipal Raimunda Oliveira Nascimento, Escola Municipal Ângelo Claudiné Capeloza, Escola Municipal Julieta Quintal- que van desde educación inicial hasta quinto año de bachillerato, en los que están inscritos los mismos estudiantes que asisten al aula de refuerzo.

— Yo siempre estoy en comunicación con la escuela. Algunas veces ellos me llaman cuando van a darle un tema nuevo que los niños no comprenden, entonces tengo que explicárselos en warao o castellano. Planifico dependiendo de lo que pida la escuela. También atiendo por voluntad propia a niños waraos de otros estados -Goiâs, Mina Gerais, Pernabuco, Paraiba- a través del WhatsApp porque sus padres me llaman. Muchos de los representantes no hablan español, sólo warao, pero los niños siguen en clase y eso me enorgullece— comenta como reviviendo el legado de su tío Librado Moraleda, un emblemático maestro warao de Nabasanuka quien redactó investigaciones de gran importancia para este pueblo, incluido el primer “manual del docente warao”, un texto no oficial donde abordó una metodología de trabajo pedagógico de forma bilingüe, warao-español, para estudiantes de primero a sexto grado.

* * *

Antes de venir a Brasil José Lisardo se reunió con su padre, Enrique Moraleda, en su comunidad natal de Nabasanuka, en Delta Amacuro, Venezuela. Fue una conversación tan larga que ya no recuerda a qué hora se acostaron, solo que su padre aceptó aquel viaje que en principio duraría dos semanas.

— No tenía la intención de quedarme acá en Brasil, incluso no tenía el dinero para venir. Con el bono vacacional que recibí en julio por mi cargo como docente, decidimos comprar algunas artesanías, revenderlas acá y luego regresar. Pero no fue así— comparte el maestro que trabajaba impartiendo las áreas de Lengua, Historia y Geografía en el liceo de Nabasanuka.

De aquel viaje, realizado entre finales de agosto y principios de septiembre de 2019, recuerda que eran 24 personas pertenecientes a cinco familias y que se trasladaron en autobús desde Yakarikeye, una comunidad warao ubicada en Tucupita, capital del estado Delta Amacuro; que continuaron hacia San Félix y después a Upata, donde volvió a encontrarse con la escuela granja en la que una vez estudió. Cuando entraron a la Gran Sabana José Lisardo sintió mucho frío.

— Pagamos con fajas de dinero que no tenían casi valor. Fueron muchas paradas hasta que pasamos La Línea [primer poblado brasilero que se encuentra al cruzar la frontera de Venezuela con Brasil por el pueblo de Santa Elena de Uairén] a las 9 y 16 minutos de la mañana, lo tengo memorizado.

El maestro llevaba seis sacos -tres en cada mano- llenos con los sombreros que venderían y para que no se los quitaran en la alcabala se los colocaron todos en sus cabezas. También llevaba otras artesanías. 

Las primeras palabras que aprendió en portugués fue “eu tenho fome” (tengo hambre) y lo segundo “meu nome” (mi nombre). En Pacaraima estuvieron dos días esperando los papeles para poder continuar el viaje a Boa Vista.

A pesar de tener muchas personas conocidas, que conversaban y hasta peleaban con los coordinadores de los albergues en Boa Vista para que los dejaran dormir allí, no lo lograron. Los militares brasileros eran muy estrictos. Moraleda y su familia durmieron en la calle, junto a una escuela de danza, durante dos semanas.

Un día el maestro y su familia entraron con el carnet de identificación de algunos parientes al albergue de Pintolandia, ubicado en Boa Vista. Allí pasaron tres noches. El último día, las autoridades sanitarias desalojaron a las familias porque debían hacer una limpieza, al finalizar no dejaron ingresar a los Moraleda y nuevamente éstos tuvieron que buscar otras vías alternas para colarse en el albergue.

El maestro y su familia no se sentían cómodos trasgrediendo las normas por esta razón deciden trasladarse al terminal y viajar a Manaus. En la nueva ciudad estuvieron 7 meses en un abrigo. El lugar tenía una sala, dos cuartos pequeños y un baño. Allí vivían más de 20 personas: 6 familias en un cuarto, 4 familias en otro y 10 personas en la sala. José Lisardo dormía en la entrada, con la puerta abierta, para proteger a su esposa y a sus dos hijos, que para ese momento tenían 10 y 8 años. 

— Al estar en un espacio así el warao se volvía violento. El warao no consume droga, tampoco los niños, ni los jóvenes, pero en esos lugares se generaban peleas. A mis hijos les daba miedo verlos peleando. La pelea era una diversión. Aplaudían, hacían burlas. Eso era casi todos los días. Por la intensidad de las familias viviendo juntos y la más pequeña división eran las peleas. Yo decía el warao no es así, el warao es tranquilo, es gente de paz— reflexiona y agrega que en el albergue había algunos primos, también maestros, con los que se reunía a discutir sobre el cambio en la conducta de los indígenas al estar fuera de su territorio y sometidos a las presiones del proceso migratorio— La mayoría que estaban así eran los que vivían en Yakariyene. En esa comunidad de Tucupita, que al principio era solo un centro para vender artesanía, todos vivían juntos como en los abrigos de Manaus y Boa Vista, era un lugar donde padres e hijos decían groserías y no había un control, era un desastre. El miedo que yo tenía es que mis hijos aprendieran esas malas costumbres.

El maestro apunta que el padre Julio Lavandero, un fraile capuchino, antropólogo y lingüista que estudió la cultura y el idioma warao, ya explicaba que el pueblo indígena warao había estado en éxodo desde mucho antes de la crisis y que se podría “estar repitiendo la misma historia”. Una migración forzada que inició en los años sesenta con el cierre del Caño Manamo, con graves impactos en la salinización del agua, las inundaciones de comunidades enteras y la pérdida de cosechas; continuó en los años siguientes con los waraos en situación de mendicidad en las principales ciudades; y se acentuó especialmente desde 2014 con la emergencia humanitaria en la que está sumergida Venezuela.

Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), aproximadamente 6.800 refugiados warao viven actualmente en Brasil[1], muchos de los cuales han buscado refugio en el marco de la Operación Acogida, un plan implementado por el Gobierno brasileño en 2018 para brindar atención humanitaria a los migrantes.

En el primer semestre de 2023, las autoridades brasileñas informaron un aumento significativo en la entrada de migrantes venezolanos. El flujo migratorio superó el registro de 2022, lo que evidencia una tendencia al alza desde 2018. Térida Guanipa, especialista en derechos humanos y miembro del Servicio Jesuita para Migrantes y Refugiados de Brasil, destacó que la mayoría de los migrantes pertenecen al pueblo indígena warao, originario del estado Delta Amacuro.

Existen dos contextos en que se encuentran los indígenas waraos refugiados y migrantes en este país. En el primero, están los waraos que permanecen en los abrigos en el estado de Roraima (1 abrigo en Pacaraima y 2 en Boa Vista). En estos lugares la principal dificultad es que los indígenas están tutelados por las autoridades del país y otros organismos internacionales -Operación Acogida, Ejército brasileño, Prefectura, Organización Internacional para las Migraciones (OIM), Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), entre otras- donde hay reglamentos no adaptados a la realidad intercultural de este pueblo. En el segundo contexto, están los waraos que viven repartidos en más de 20 estados de Brasil, la mayoría de estas familias no tienen un empleo fijo, sobreviven de las “colectas” y duermen en las calles. Otros están alquilando casas. Estos últimos no cuentan con el apoyo directo que si tienen estados como Roraima donde está la Operación Acogida que atiende a los waraos en contexto migratorio. Además del alquiler, las familias waraos deben pagar los servicios (electricidad, agua, internet) y su alimentación. 

* * *

Durante los primeros meses que José Lisardo estuvo en Brasil se concentró en aprender el idioma. Justo el día después de llegar a Manaus tuvo la suerte de inscribirse en un curso de portugués para extranjeros, que estaban realizando los jesuitas.

Recuerda que terminó la formación el Día de los Muertos, que aquella noche los waraos del albergue en Manaus se emborracharon y que no durmió porque a cada rato pasaban por el espacio que ocupaba junto a su familia.

— A las cuatro de la mañana salimos para pedir dinero y llegaron unas personas buscando gente para trabajar. El trabajo era desarmar motores fuera de borda, solamente desarmar, 50 reales. Si desarmabas 4, eran 200 reales y así fue. Eso para mí era fácil. Ese fue mi primer trabajo, desarmar motores fuera de borda.

En aquel trabajo duró solo una semana. El maestro iba todas las madrugadas al terminal  donde el empleador lo buscaba. Pero algunas veces el hombre pasaba muy tarde o no llegaba. Para ese momento Moraleda no tenía celular y perdió el contacto.

— Desde allí yo pensé, no puedo desanimarme, estoy aquí y tengo que seguir. Si yo me quedo en un círculo cerrado, ya yo estoy aquí en Brasil, ya pasé la frontera. Vi difícil regresar de forma relámpago a Venezuela y dije “estoy aquí y tengo que ver cómo sostenerme”, no lo esperaba. Tuve que tener mucha paciencia. Pasaron muchas cosas— relata como si él mismo fuera una embarcación que, a pesar de encontrarse con arena o piedras que la puedan atascar, o incluso a la que le quitan y desarman el motor, insiste en continuar su desplazamiento.

Su segundo trabajo fue en una granja de gallinas ponedoras a media hora de Manaus, en la que estuvo un mes. De esa experiencia cuenta que dormían en un mercado en Manacapuru, una ciudad donde “abunda la palma de mono o açaí [fruta amazónica] y hay más motos que carros y personas”.

— En esos tiempos ya nosotros queríamos devolvernos a Manaus, pero regresamos el 20 de diciembre de 2019. Mi intención era estar en mi casa, en Nabasanuka, porque siempre la Navidad y el Año Nuevo estaba con mi papá —mientras habla se entristece— Era el primer año que estaba afuera, la primera Navidad lejos de mi familia.

A Açailãndia, la localidad donde José Lisardo y su familia viven actualmente, llegaron el 20 de julio de 2020. Como en cada uno de sus desplazamientos en Brasil, al principio tenían la intención de reunir algunos fondos y regresar a Venezuela. Entre agosto y diciembre viajaron al estado de Pernambuco, donde estaban unos familiares de su esposa. Estando allí la antropóloga Marlise Rosa, lo ayudó a hacer enlace con las universidades; y estableció contacto con Cáritas para ayudar a los hermanos waraos. 

— Yo lo que quería era estar en el aula. Buscaba oportunidades. Me movía mucho hasta que dije tengo que quedarme en un solo lugar— dice el maestro que durante 13 años ejerció su profesión, seis en educación primaria y, desde 2013, en la educación media y general, en el delta del Orinoco.

Ya establecido en Açailãndia, Moraleda realizó un curso intensivo de intérprete comunitario dictado por Jaqueline Nordin -intérprete forense brasilera, formadora de  intérpretes de lenguas orales, indígenas, de menor difusión y en lenguaje de signos, radicada en Suecia- organizado por la Universidad Federal de Brasilia y la Universidad Federal de Roraima, que duró tres meses. Para la segunda edición del curso de intérpretes, Moraleda recibió un apoyo del CDVDH Carmen Bascarán para hacer una formación sobre manejo de computadora, ya que era indispensable este conocimiento. Al finalizar, la profesora Nordin le encomendó un trabajo de traducciones para un libro que estaba escribiendo sobre idiomas del mundo y como Moraleda no contaba con una computadora se la obsequió. Actualmente el maestro hace parte del Banco de Intérpretes de Brasil y constantemente lo llaman para asistir a los waraos.

La esposa de Moraleda, Damiana Cardona, también comenzó a hacer cursos de costurera. Al finalizar una de estas formaciones, una empresa le encargó un pedido de 400 mascarillas. Eran tiempos de pandemia y todo el trabajo lo realizó en casa junto a José Lizardo. Mientras su esposa cosía, con una máquina donada por el CDVDH Carmen Bascarán, los mismos que habían informado que “había una venezolana indígena warao que estaba aprendiendo a coser”, él planchaba las mascarillas y las guardaba en bolsas.

En ese mismo período José Lisardo se convirtió en una suerte de “corresponsal de los waraos en Brasil”. Ya tenía celular “uno roto con la pantalla” y por allí lo contactaron periodistas “hasta del New York Times”, precisamente porque el maestro vivía en el albergue Alfredo Nascimento, en Manaus, donde se detectó el primer caso de la Covid-19 en una bebé warao[2]. Sin quererlo estaba en el foco de la pandemia. Manaus, capital del estado de Amazonas, tenía el mayor número de casos positivos de toda la Amazonía. Las personas llegaban de otros estados para ser atendidas, por lo que el sistema de salud estaba colapsado; además en esta ciudad se concentraba el 30 % de las muertes por la pandemia. Los indígenas venezolanos se consideraban en riesgo debido a la mala salud. Solo en 2019, habían muerto ocho en Manaus, con enfermedades respiratorias y desnutrición. Por precaución, todos los waraos fueron vacunados contra la gripe A(H1N1)[3].

El maestro está convencido que fueron los Misioneros Hermanos Jesuitas quienes divulgaron su nombre en Brasil, debido a los encuentros que tenían con Arquelino Xavier Dos Santos, miembro de esta congregación religiosa, para hacer los análisis de la situación, y que por esta razón lo comenzaron a contactar.

Para aquel momento, Moraleda también hizo algunas traducciones de textos del portugués al español y del español al warao -como el reglamento de los albergues, el menú diario y el estatuto de niños y adolescentes (O Estatuto da Criança e do Adolescente)- y fue intérprete de los indígenas waraos en la Defensoría y la Procuraduría.

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Cuando José Lisardo se percató que muchos indígenas waraos se quedarían en Brasil pensó que debía hacer algo, especialmente por la gran cantidad de niños que no estaban escolarizados. En cada encuentro con universidades y escuelas pedía apoyo para que se crearan políticas públicas a favor de la niñez warao. A través de los Conselhos Tutelares (Consejos Tutelares) por los Derechos de los Niños y Adolescentes y el  CDVDH Carmen Bascarán intentó hacer llegar su petición a la Secretaría de Educación sin ningún resultado. 

Su primer contrato fue en la Escola Municipal Maria Francisca Pereira, ubicada en Imperatriz, una ciudad a dos horas de Açailãndia, donde trabajó como cuidador social durante tres meses atendiendo a niños migrantes de Perú, Ecuador, Colombia y Bolivia. Este puesto de trabajo lo consiguió gracias al apoyo del defensor público, Fabio Souza de Carvalho, y la coordinadora de un abrigo para extranjeros, Maria Cleia Pereira, quienes por medio del Instituto de Apoio ao Desenvolvimento da Vida Humana, lograron la contratación.

— Mientras tanto, ya estaba gestionando para que me contrataran acá [en Açailãndia] Mi objetivo era atender y apoyar a los niños waraos, se elaboró un proyecto con diversas instituciones [Defensoría Pública, CDVDH Carmen Bascarán, Conselho Tutelar, Consejo Municipal Criança y Adolescentes de Açailãndia (Comucaa)] y así fue que me transfirieron para poder trabajar aquí— comenta el maestro que también tuvo algunas experiencias laborales en el Colegio Baisini New y la Escola de Idiomas Wizard.

En el espacio del CDVDH Carmen Bascarán, que brinda atención a tres barrios, además del aula de refuerzo escolar, también dictan otros cursos de gimnasia, capoeira, danza, pintura, arte y cultura. Los hijos de José Lisardo se ganaron dos becas (o “bolsas de estudo” como las llaman de Brasil) para la escuela de fútbol y su esposa y su cuñada hicieron el curso de costurera, en el que ahora hay diez mujeres.

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Según Moraleda más del 70 % de los waraos radicados en Brasil no tienen la idea de regresar a Venezuela, por esto es necesario tratar de concientizar a la población para que construyan un proyecto de vida a largo plazo.

— Así como estamos no podemos construir una base sólida para la permanencia de la familia warao aquí en Brasil— precisa Moraleda.

El maestro warao destaca que ya los waraos no deberían estar en la fase de ayuda humanitaria sino de integración en el país, con acceso a empleo para que “puedan valerse por sus propios medios”. En este sentido este maestro warao y otro grupo han constituido un grupo de trabajo que está intentando dialogar con el gobierno federal. En abril de 2023 viajaron a Brasilia y visitaron 8 ministerios para llevar esta propuesta de los waraos. 

Una de las principales dificultades para los waraos en Brasil ha sido el aprendizaje del idioma, existen personas que llegaron al país en 2014 y aún no se pueden comunicar en portugués. La otra dificultad es la mentalidad asistencialista, consecuencia directa de la política del Gobierno venezolano, y que en los albergues sigue profundizándose.

— Yo no consigo palabras para agradecer a los brasileros. Ellos tuvieron esa buena intención con nosotros. ¿Qué sucedió? Los waraos no aprovecharon. Aquí hay muchas organizaciones apoyándonos pero el warao está mal acostumbrado. Es el momento de involucrarnos, de apoyar, de contribuir.

En el caso de los niños, sobre todo para los más pequeños, lo más difícil ha sido adaptarse a la alimentación, pues hay comidas que rechazan. En cuanto al idioma, el maestro asegura que ya que la mayoría puede hablarlo, aunque al principio “hubo algo de miedo y algunas barreras”, e incluso a los profesores les resultaba difícil la comunicación.

— Es algo maravilloso, que ellos tengan comunicación con los brasileros, que hablen portugués. Yo creo que mi rol ha sido muy positivo, es lo que me han dicho los niños y también los profesores, porque hago el puente para que se comuniquen y se integren, no solo los niños sino también los profesores brasileros. Ya hay niños nacidos acá, alrededor de siete, de padres venezolanos, pero ya brasileros— dice Moraleda quien ya tiene un documento de residencia por 9 años (que recibió hace 2 años) y el acceso a obtener la nacionalización, aunque hasta el momento no ha aceptado este estatus legal.

El maestro cuenta que las familias que migran a otras ciudades de Brasil, “porque quieren dinero para comprar ropa, alimentos”, terminan viviendo en la calle, en las plazas, en los parques. Por esta razón insiste que hay que concientizar a la población warao que está naciendo en Brasil.

—Decirles que la vida del warao no es así, su condición no es estar en las ciudades pidiendo dinero. Es necesario estudiar a profundidad la cosmovisión real del pueblo warao.

Los continuos desplazamientos de los padres afectan el desenvolvimiento de los alumnos en el aula de refuerzo escolar.

— Cuando viajan, por supuesto que los niños van atrás, entonces pierden clase, se retrasan. Para mí es un trabajo doble porque una vez que viajan dos, tres semanas, regresan y hay que retomar todo, comunicarme con los profesores, tener mucha paciencia.

En esos viajes muchos padres utilizan a los niños para que les den dinero. Incluso hay parejas que no pueden tener hijos y algunos indígenas waraos se los dan para que trabajen.

— Sabemos qué es lo que está pasando con los waraos y eso me desanima mucho. Acá un niño en la calle es un delito pero es difícil que ellos lo puedan entender. Ahora hay una demanda grande con eso desde los consejos tutelares. Los niños dicen que no quieren estar en la calle, que hace mucho sol, a algunos les da vergüenza estar en la calle. Ellos quieren jugar, estar en la casa. Hay muchos padres que obligan a sus hijos.

El maestro cuenta que está en un grupo de WhatsApp formado por indígenas waraos que han migrado a Trinidad y Tobago, Guyana, Colombia y Brasil, por el que difunden videos de “quién consigue la corneta más grande”, “quién tiene el zapato más caro”, y que buena parte de esos objetos son comprados “con el dinero con el que usan a sus hijos”.

— Yo de verdad no duermo por la situación de los waraos. Me preocupa mucho y no sé qué se puede hacer. Pero yo diría que a pesar de todo me hace feliz el trabajo con los niños. Hay una que ya va a salir de la escuela y quiero buscarle un cupo en la universidad— dice Moraleda intentando animarse.

La elección de los adultos de permanecer en Brasil, en la mayoría de los casos sin mejorar sus condiciones de vida, contrasta con la de casi 100 % de los niños que, según Moraleda, si desean regresar a Venezuela.

Los niños que quieren volver tienen alrededor de ocho años y son los que nacieron y se criaron en el delta del Orinoco. Cuando sus familiares los llaman desde su territorio ancestral para avisarles que nació un primo, la ansiedad de estar allá se acentúa. Ven su casa, ven el río, ven la comida, ven a otros niños nadando en el río, corriendo por las caminerías, junto al fogón del janoko (“el sitio del chinchorro” en idioma warao o el palafito o casa que se levanta sobre las aguas), en las pantallas del teléfono y quieren volver. También está el caso de otros niños que no recuerdan los caños porque cuando cruzaron la frontera tenían dos o tres años.

— Mi pregunta es ¿qué puedo hacer?, a manera pedagógica, ¿qué puedo hacer? Hay un choque entre lo que quieren los niños y los padres. Es una situación difícil porque son dos visiones encontradas— dice preocupado y luego señala a una adolescente que permanece sentada con él junto al pesebre de su casa— Esta aquí era muy pequeñita y se acuerda. Ella ni podía mover los brazos cuando la vacunaron, y por ejemplo quiere regresar, es de Tucupita.

Pero el paisaje idílico de la infancia contrasta con la realidad cada vez más precaria en los caños del delta del Orinoco. Un estudio citado en un artículo de Radio Fe y Alegría Noticias refiere que la mayoría de los niños, niñas y adolescentes waraos de Delta Amacuro que se han desplazado desde sus comunidades a Tucupita no están escolarizados. La investigación encontró que 8 de cada 10 menores, con edades de entre 6 y 15 años, no forman parte del sistema educativo y que la cifra alcanzaría 80 %. Todos los consultados provienen de las comunidades de Pedernales, uno de los municipios que tiene la mayor población warao de la entidad[4].

— La mayoría de los niños que quieren regresar vienen principalmente de Kuberuna, una comunidad que al día de hoy está desapareciendo. Cuando yo estaba allá eliminaron el centro de votación. Es una comunidad donde hubo muchas ayudas de las políticas del gobierno y fue la comunidad piloto de la Misión Vivienda. Los habitantes, desde mucho antes que llegara Chávez, ya migraban a la ciudad. Los waraos siempre han sido de movimiento. 

El maestro explica que esta situación se extiende a otras comunidades waraos como  España, Morichito, Barranquilla, Cocal, Bamutanoko, Araguabisi, de esta última procede la mayor cantidad de migrantes forzados indígenas que actualmente se encuentran en los albergues del estado de Roraima, Brasil. 

— Yo hice ese estudio y he analizado muchas cosas. Las comunidades están desapareciendo. Mi papá ahora está en Nabasanuka, él siempre acompaña a los Consolatos por eso sé lo que está pasando allá.

Precisamente, durante 2023 Enrique Moraleda reportó varios fallecimientos en las comunidades waraos del delta del Orinoco. El aidamo (líder o anciano de la comunidad) en temas de solución de conflictos para la parroquia Manuel Renaud y comisario general de Nabasanuka, cree que la contaminación del agua por mercurio puede estar incidiendo en las afecciones estomacales, enfermedades respiratorias y hasta en el número de muertes registradas el año pasado[5]. Aunada a esta situación persisten los problemas de acceso al agua potable y los indígenas padecen enfermedades gastrointestinales debido al consumo de agua contaminada directamente de los caños[6].

Para el mismo período las comunidades permanecieron prácticamente aisladas debido al alto costo de la gasolina, dos dólares el litro (en el mercado negro)[7]. En Volcán, el puerto de donde salen las embarcaciones a los caños, la estación de gasolina fue inaugurada en julio de 2023, tras más de seis años inactiva, pero para surtir de combustible piden, según denuncian los waraos, una cantidad de documentos que nadie tiene vigentes y cuya renovación ronda los 600 dólares[8].

Lo anterior impide que los indígenas puedan trasladarse de los caños a Tucupita o Pedernales para comprar alimentos o medicinas. Incluso, ya el señor Moraleda había denunciado en otras oportunidades que los indígenas debían navegar a canalete durante días para comprar sal, arriesgándose a ser robados en el viaje de regreso. 

La inseguridad alimentaria de los waraos se acentúa ya que no cuentan con las herramientas para realizar las labores de siembra y pesca que garantizarían su alimentación[9]. Tampoco tienen acceso al programa de suministro de alimentos del Estado (CLAP).

* * *

— En algunos momentos siento así como nostalgia y me he preguntado qué estoy haciendo aquí, para qué me vine, son lamentaciones, cosas que pasan por mi cabeza. Fue difícil. Nunca pensé que iba a dormir en la calle, nunca pensé acostarme allí a la entrada de un negocio, el peligro y riesgo donde hay personas malas, cosas que me sucedieron cuando entramos a Brasil —el maestro hace silencio por varios segundos— … y esas restricciones que tenían los albergues. Mi familia que estaba acá no me contaba eso. Hablaban cosas horrendas y malas de los mismos venezolanos— Moraleda reabre sus memorias.

Su sueño es regresar a Venezuela para conocer a sus nuevos sobrinos y reencontrarse con su padre Enrique en Nabasanuka, pero en el mediano plazo le resulta complicado porque ni él ni su esposa tendrían los ingresos que obtienen con sus trabajos en Brasil. Esta distancia de cientos de kilómetros, lejos de mantenerlo quieto, le da valor para continuar denunciando la violación sistemática de los derechos humanos de su pueblo.

— Cuando hay injusticia hacia el pueblo warao yo no me puedo callar la boca. Es mi naturaleza. Yo tengo aquí la constitución [Constitución de la República Bolivariana de Venezuela] en castellano y en warao, leo la introducción, el primer artículo, sobran las palabras, pero para mí son letras muertas, de qué valen las letras si no se cumplen. No está bien. Entonces el mundo está al revés— dice el maestro y admite que la experiencia migratoria le ha dado ese coraje porque ahora se siente más preparado por todo lo aprendido.  

Moraleda se entristece al hablar de la reciente muerte de Josiah K´Okal, misionero de la Consolata y defensor de los pueblos indígenas, en condiciones aún no esclarecidas. El religioso, con más de ocho años de trabajo con el pueblo indígena warao, había denunciado la trata y tráfico de indígenas waraos en Delta Amacuro y fue encontrado colgado de un árbol el 2 de enero de 2024.

— Fue una noticia terrible. El padre fue una de las personas que de alguna u otra forma me instruyó para ser lo que soy el día de hoy. Fue una persona, inclusive a parte de mi papá, que me dio esos consejos profundos. Algunas veces me preguntaba por qué K´Okal se preocupaba por mí. Cuando llegué a Brasil fue él quien nos asesoró con la idea de buscar alternativas, de luchar para mejorar las condiciones de vida de los waraos aquí. La última vez que me llamó fue al final de noviembre del año pasado, me preguntaba cómo iban las cosas aquí en Brasil, también me dijo cuáles eran los siguientes pasos a seguir…

Mientras reinicia su trabajo en el aula de refuerzo escolar para el período 2024 –con algunas reducciones en su salario por la escasa matrícula de estudiantes-, las paredes del Centro Comunitario Vila Capelosa huelen a pintura fresca. José Lisardo limpia y ordena las mesas, las sillas, las computadoras del aula de refuerzo escolar; saluda al profesor de capoeira.

El maestro warao comenta que actualmente lidera una iniciativa, junto a otros indígenas, para crear un Consejo Nacional Warao. En febrero de 2024, tendrán su primera asesoría con uno de los líderes indígenas en Brasil y un abogado para saber cómo consolidar esta forma organizativa; en abril regresarán a las sedes de los diferentes ministerios para conocer el estado de las cartas que introdujeron en 2023, y tienen previsto participar, con al menos 200 indígenas waraos, en la mayor concentración de pueblos y organizaciones indígenas, el Acampamento Terra Livre. Ambas actividades serán en Brasilia.

Al igual que las caminerías que comunican los janoko en los caños del delta, poco a poco este maestro se ha convertido en un puente entre los waraos y la sociedad brasilera.  No solo vive en este país sino que constantemente está pensando sobre cómo garantizar a su pueblo una vida digna sin perder de vista a los parientes que quedaron en la distancia.

— Ahora estoy en un curso de profundización del portugués. Estaba a punto de salirme pero no, lo voy a terminar. El portugués es complicado porque cambia el sonido— y hace el ejemplo con su nombre, donde la J se pronuncia como R— Mi trabajo me obliga a hablar, pero me gusta, siempre estoy trabajando— dice el maestro que sigue aprendiendo a habitar un destierro, sin dejar que se apague su voz ni el legado de los Moraleda para la cultura warao.

(*) Periodista venezolana. Es parte del área de investigación de asuntos indígenas y ecología de la Fundación Centro Gumilla. Fue jefe de redacción de la revista SIC (2013-2018). Autora del libro La fuerza del jebumataro. Historias de despojo y fortaleza de la Venezuela indígena (2019, abEdiciones UCAB y Ediciones Centro Gumilla)        


[1] Painel de informações sobre populações indígenas refugiadas e migrantes no Brasil:

[2] Primer caso de covid-19 entre indígenas de Venezuela en Brasil, una ventana para contar cómo viven los warao en Manaus: https://www.revistasic.gumilla.org/2020/primer-caso-de-covid-19-entre-indigenas-de-venezuela-en-brasil-una-ventana-para-contar-como-viven-los-warao-en-manaus/

[3] Bebê em Manaus é o primeiro caso de novo coronavírus entre indígenas venezuelanos no país: https://www1.folha.uol.com.br/mundo/2020/04/bebe-em-manaus-e-1o-caso-de-coronavirus-entre-indigenas-venezuelanos-no-pais.shtml?utm_source=whatsapp&utm_medium=social&utm_campaign=compwa

[4] Estado venezolano sigue sin garantizar traductores para los waraos en instituciones públicas: https://www.elnacional.com/venezuela/estado-venezolano-sigue-sin-garantizar-traductores-para-los-waraos-en-instituciones-publicas/#google_vignette

[5] Waraos fallecen por falta de atención y no son registrados como muertos: https://www.tanetanae.com/waraos-fallecen-por-falta-de-atencion-y-no-son-registrados-como-muertos/

[6] Al menos 50 waraos presentan enfermedades por consumo de agua contaminada: https://eltiempove.com/al-menos-50-waraos-presentan-enfermedades-por-consumo-de-agua-contaminada/

[7] Gasolina revendida para viajeros fluviales llegó a 2 dólares por litro en Tucupita: https://www.tanetanae.com/gasolina-revendida-para-viajeros-fluviales-llego-a-2-dolares-por-litro-en-tucupita/

[8] Altos costos de requisitos impiden a los waraos comprar gasolina en Tucupita: https://www.radiofeyalegrianoticias.com/altos-costos-de-requisitos-impiden-que-los-waraos-compren-gasolina-en-tucupita/

[9] La pobreza es extrema en comunidades de Pedernales, según afectado: https://www.tanetanae.com/la-pobreza-es-extrema-en-comunidades-de-pedernales-segun-afectado/