sábado, 27 abril 2024
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Las voces de siempre

Como en toda dictadura la emisión es exclusividad absoluta de los dueños del poder, y, por tanto, excluyen a segundones, mandaderos, asistentes, auxiliares, dependientes, ayudantes, enchufados y otras variedades de la misma especie.

Escuchar a la élite dominante, aunque sea de manera accidental, es una vivencia que desafía mi tolerancia. Oír sus voces a través de las ondas hertzianas me pone en alerta, porque me sentiré golpeada por intensidades que lastiman mi audición. Si la exposición se hace muy larga me veré obligada a soportar el humillante irrespeto del poderoso, siempre encaramado en lo más alto de un pedestal autoerigido, para imponer su presunta superioridad. Ese podio es el lugar preferido para insultar a los vivos y a los muertos, a hombres y mujeres, a jóvenes y viejos, a ricos y pobres, a letrados y analfabetas, agrupados en la categoría de enemigos. Merecedores de todos los dicterios, agravios, insolencias y falsedades que le pasen por la cabeza a los ahormados en la cúpula, en el momento de perpetrar su zurda soflama de ocasión.

Que se torna insoportable porque es la misma con la que llegaron hace 25 años, que repiten sin piedad, como un mantra. Lo hacen amparados en su hegemonía comunicacional, de la que fuimos informados por un otrora arrogante mozalbete, llamado Andrés Izarra. Hoy buscado y acusado de traición a la patria y otros delitos, que suelen ser una copia al carbón en casos de enemigos endógenos y exógenos del socialismo del siglo XXI. Otra cosa que hace todavía más insufrible esta experiencia son las voces. Las de siempre y en tono de mando, como si se están dirigiendo a una soldadesca, obligada a obedecer sumisamente.

En este cuarto de siglo las mismas voces siguen allí, como el dinosaurio de Monterroso. Por eso, sin ver sus rostros sabemos quién habla, porque la hegemonía es también el monopolio de amplificadores y portavocías. Como en toda dictadura la emisión es exclusividad absoluta de los dueños del poder, y, por tanto, excluyen a segundones, mandaderos, asistentes, auxiliares, dependientes, ayudantes, enchufados y otras variedades de la misma especie. Todos agrupados en los estratos del famulato y/o cortesanía. Lugares donde la afonía -también asociada a la servidumbre voluntaria- es requisito indispensable para formar parte del cachifato, agavillado en torno al zurdaje aterrajado en el poder.

Sólo como ejemplo. Tuvo que morir Fidel para escuchar cómo hablaba su heredero. En Nicaragua sólo se oyen órdenes de arrestos, amenazas, expulsiones en las voces de Daniel Ortega y su señora esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo. En Argentina todavía retumba en la memoria auditiva el baladro de Cristina Fernández. Chillona, desangelada y siempre torva y ceñuda, con sus insultos de alto calibre, enfilados contra todo aquel que se atreviese a cuestionarla. No fue a más porque la institucionalidad de ese país tiene sus contrapesos, que son sus verdaderas fortalezas.

Aquí se copió el modelo colonial del castrismo, de récords Guinness en infinitos e interminables discursos. Un solista -omnisciente y omnipresente- copó todas las tribunas, estrados, plataformas, ondas hertzianas y la imagen y el sonido en la televisión, con monólogos reiterativos, folklóricos, patrioteros, demagógicos y populistas. Un espectáculo unipersonal que circulaba por el país con sus locaciones, montajes, tramoyas y coreografías, como corresponde a una puesta en escena, en la que no faltaba el joropo. Desde esos escenarios se ejercía una parte del poder. Como darle órdenes a sus sumisos y padroteados funcionarios, insultar adversarios e imponer sus delirantes y arbitrarias decisiones en todas las áreas de la administración pública, y hasta en la vida cotidiana de los nativos.

De aquel circo mediático, sustentado en el soliloquio del poderoso, sólo permanece el celaje de un nebuloso recuerdo. Para el obligado y sufrido espectador quedó la certeza que “a las palabras se las lleva al viento”, y mucho más si el espectáculo fue al aire libre, como le gustaba al llanero. Quedaron las grabaciones de aquellos sainetes tragicómicos, recargados de histrionismo, que circulan, profusamente, en medios oficiales. Mientras tanto, sus herederos se circunscriben a montar cadenas ocasionales, en especial en tiempos electorales, para intentar vender mentiras que la mayoría de los venezolanos no compran. Porque han sido 25 años de destrucción y pobreza, que no pueden borrar las mismas voces, de quienes nos han hundido en el infierno de la más terrible de las miserias: urdida, pensada, planificada y ejecutada con la más extrema ruindad.

Agridulces

Lo de Romeo Santos atenta contra todo el santoral. Contratado por un narcotraficante privado de libertad, su concierto se planificó en la Base Aérea Generalísimo “Francisco de Miranda”. Tenía todo garantizado, por eso no se entiende la impuntualidad. Llegó el lunes 11 y hasta el fiscal, fanático del bachetero, lo esperó sentado en el área VIP.

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