Los epítetos apocalípticos contra Javier Milei han salido a borbotones de los eficientes gobernantes, que sorben su sabiduría del Foro de Sao Paulo y del Grupo de Puebla.
No tienen otro propósito que retener el poder a cualquier precio. La simple perspectiva de la necesaria rendición de cuentas angustia demasiado a los más importantes.
La macolla dominante -conformada por un ominoso, desacreditado e iletrado ejército de vagos- no puede aceptar que el atormentado y humillado pueblo venezolano busque una salida para recuperar la libertad mediante el voto.
Mientras en la azotea de la república transan los políticos, celebrados por la doblez de los oficiantes de la diplomacia, en la calle la nación toma su senda propia. Ha perdido el miedo.
Aquel paraíso fue profanado, desmantelado, intervenido y tomado por 11 mil efectivos de seguridad en nombre del cacique Guaicaipuro. De sus entrañas sacaron lanzacohetes, granadas y municiones que permitían defender esta fortaleza.
La organización criminal, que surgió con sindicalistas que actuaban contra contratistas y participaban en asaltos cuando se realizaban trabajos en un ramal ferroviario de Aragua, tuvo su centro de operaciones cuando cayeron presos “los del tren”.
La verdad palpable es la voluntad popular que se manifiesta en todas las localidades del territorio nacional de forma espontánea e incontenible, y por tanto la élite está totalmente desaforada y asustada: como perro en patio de bolas.
Valga como ejemplo el más barbudo, brutal e imperecedero de los de su especie. El cubano que bajó de Sierra Maestra y se apropió de aquella isla en 1959. Ese que ha sido aplaudido, aclamado y glorificado por prosistas, ensayistas, historiadores, perifoneadores, juglares y copleros tendenciosamente socialcomunistas.