martes, 14 mayo 2024
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De nuestras escuelas surgen futuros investigadores

Si es cierto que todos tenemos la capacidad de investigar, la escuela y la formación académica deben seguir incentivándola, cultivándola y llevándola a los parámetros lógicos de los métodos científicos.

Se ha afirmado como algo obvio y natural que la investigación es un oficio complejo, reservado solo para los científicos. Sin embargo, esta no es una práctica exclusiva de un grupo. Desde que nacemos, la curiosidad, el interés por descubrir cómo funcionan las cosas y el encontrar soluciones a los diversos problemas que se nos presentan, nos convierten a cada uno de nosotros en potenciales investigadores. Ya esto lo había dicho más claramente Francesco Tonucci en su libro A los tres años se investiga, publicado en 1988.

Todos nacemos con el potencial para ser investigadores; sin embargo, no todos lo desarrollamos. Hay quienes no buscan más allá por lo que sus tareas y actividades las hacen rutinarias; pero para el beneficio de miles hay quienes rompen los esquemas, buscando nuevas vías y formas de hacer que la rutina se transforme y genere conocimientos, bienes, productos, entre otros.

Una viva y celebrada forma la vemos, por ejemplo, en los artistas plásticos, área que ha evolucionado interesantemente en los últimos tiempos con un gran apoyo de la tecnología. También en estos momentos en que el mundo se halla inmerso en la pandemia por COVID-19 observamos cómo investigadores de todas partes trabajan a una velocidad increíble, haciendo innovación en tratamientos y vacunas que salvarán vidas y pondrán fin a la enfermedad.

Entonces, si es cierto que todos tenemos la capacidad de investigar, la escuela y la formación académica deben seguir incentivándola, cultivándola y llevándola a los parámetros lógicos de los métodos científicos.

Para llegar hasta esos últimos niveles es importante un trabajo previo y constante de formación en investigación desde los tempranos años de la escuela primaria. Pero esto genera un enorme problema.

Enseñar a investigar puede resultar uno de los retos más complejos que tiene el docente de hoy y es común que estos se pregunten constantemente cómo se enseña a investigar a un estudiante y bajo qué intencionalidad.

Para muchos, asignar trabajos en los cuales el alumno haga uso de herramientas para la búsqueda de información podría ser suficiente; otros apostarán a que el alumno no solo busque, sino que además interprete. Unos tantos trabajarán en estrategias que les permitan a sus estudiantes descubrir y generar conocimientos. Lo cierto es que todos estos procesos: buscar información, interpretarla, descubrir y generar conocimientos, aunque muy importantes, son solo una parte de muchos otros que forman en conjunto las competencias investigativas.

Se ha estudiado mucho el tema de la formación de competencias investigativas en estudiantes de educación primaria y secundaria. En el año 2007, por ejemplo, Pasek y Matos presentaron en Venezuela un interesante trabajo titulado Habilidades cognitivas básicas de investigación presentes en el desarrollo de los Proyectos Pedagógicos de Aula (PPA), en el que buscaban determinar si el PPA involucraba el desarrollo de futuros investigadores básicas para la investigación. Sus resultados arrojaron que los estudiantes teóricamente sí desarrollan esta habilidades, como “observar, formular problemas, clasificar, describir, comparar, analizar, sintetizar, establecer relaciones”.

Ese mismo año, Restrepo estudió las Habilidades investigativas en niños y niñas de 5 a 7 años de instituciones oficiales y privadas de la ciudad de Manizales, en Colombia, partiendo del propósito de describir las características, niveles de desarrollo y diferencias entre género de las habilidades investigativas de “clasificación, planificación, formulación de hipótesis, experimentación y comprobación de hipótesis”, presentes en los estudiantes y concluyó afirmando que los participantes de la investigación “poseen en grado notable todas las habilidades investigativas exploradas”. También expresa que no existen diferencias significativas de acuerdo con el género; sin embargo, sí existen en relación con el lugar de estudio de procedencia.

Estos trabajos, así como muchos otros realizados tanto en Venezuela como en otras regiones de América Latina, demuestran que las actividades dirigidas a generar procesos investigativos pueden desarrollarse desde los niveles inferiores de la educación.

De acuerdo con lo anterior, impulsar la investigación desde los primeros años de la educación primaria hasta la educación secundaria, es un compromiso de las instituciones educativas y, por ende, del currículo. En Venezuela, el Diseño Curricular del Sistema Educativo Bolivariano se orienta hacia un aprendizaje por proyecto y su finalidad es formar estudiantes que posean no solo actitudes críticas y reflexivas; sino que también muestren interés hacia el quehacer científico y puedan comprender, confrontar y verificar la realidad y el entorno en el cual se desenvuelven, participando de manera independiente y protagónica, a través de la investigación.

Todo eso es alcanzable, y es que aún en tiempos de pandemia, con la suspensión de las clases presenciales en todos los niveles y en esta nueva modalidad de aprendizaje a distancia, el docente puede continuar estimulando la formación de competencias investigativas con pequeñas actividades desencadenantes. Por ejemplo, solicitarles a los niños que indaguen entre compañeritos, vecinos y familiares de su mismo rango de edad, por la vía de comunicación que estén utilizando, cuáles han sido sus actividades, hobbies y juegos favoritos durante la pandemia. Luego indicarles que hagan una lista de ellas, las agrupen por categorías: las más divertidas, las más interesantes, las menos interesantes, las aburridas o podrían agruparlas en deportes, juegos, hobbies, entre otros. También que cuenten cuántas actividades hay por categoría, las compartan con el grupo y comparen con los resultados de sus compañeros.

Con toda esa información pedirles a los niños que decidan cuáles actividades son frecuentes, cuál es la más común y cuál es la menos habitual. Luego pedirles que describan la actividad más usual y además formulen una hipótesis de por qué piensan que es la preferida de todos (la más frecuente) y así desencadenar otras actividades de comprobación de este simple ejercicio, lo que mantendrá varios días a nuestros niños realizando investigación solos y además entretenidos.

Normalmente enseñamos a los niños a realizar tablas de frecuencia, diagramas de barras y pictogramas, así como a incursionar en pequeños análisis de sus resultados en el área de matemática desde los primeros niveles de educación primaria, por lo que aquí podríamos aprovechar para poner este contenido en práctica y motivarlos a que presenten sus resultados.

Con todo esto estaríamos estimulando las competencias de búsqueda de información, comparación, establecimiento de relaciones, clasificación, descripción, análisis, síntesis, descubrimiento, formulación de hipótesis y presentación de los resultados. En fin, estaríamos contribuyendo poderosamente a formar en nuestras escuelas a futuros investigadores.