Más allá del 28 de julio y su desenlace, lo crucial es que la nación se ha levantado de conjunto. Le ha perdido todo respeto y miedo al dictador y a sus cortesanos. Los desafían con el voto y con la calle.
El nombre de Begoña Gómez está en boca de quienes la defienden pero también de acusadores, que ven en ella la representación del abuso de poder en toda su tumultuosa desfachatez e inverecundia, de lo que no se salvan ni las universidades.
Se saben derrotados sin comprender el motivo, cosa típica en aquellos seres poco acostumbrados a manejar algo diferente a un bus de pasajeros o a realizar labores no intelectuales sino manuales.
El politólogo José Vicente Carrasquero señala que el gobernante “está tratando de detener su caída” con un discurso dirigido a sus seguidores duros.
El dirigente confía en que el cambio y la alternancia en el poder se va a dar en paz. Apunta que la gente decidió restablecer la democracia y el jefe de una democracia es el ciudadano.
La discusión en estos momentos apenas a una semana de la realización de las elecciones presidenciales del 28 de julio es si existe o no esa posibilidad de cambio con la fuerza cívica para defenderlo.
El pasado 28 de mayo, entre gallos y medianoche, la espuria Asamblea Nacional sancionó la no menos espuria reforma parcial de la Ley Orgánica del Poder Popular. El propósito de esta última, como lo hemos venido publicando, es vaciar de sus atribuciones naturales a la Presidencia de Venezuela.
A diferencia del Acuerdo de Barbados, donde la oposición tuvo un papel activo, este nuevo proceso se ha caracterizado por ser un diálogo directo entre los dos gobiernos, dejando a la alternativa democrática en un rol de observadores.
Según datos de la CIDH y la Relatoría, en lo que va de año se han apresado al menos a 50 personas vinculadas con la oposición o que el gobierno percibe como tal.
El delirio, el dinero, la narcocultura y los cubanos no les permiten pensar ni actuar con sentido práctico y limpio; tampoco la ignorancia ni las agallas.