domingo, 12 mayo 2024
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Cuaderno de apuntes

El cuaderno de apuntes es un depósito de ideas, una radiografía del pensamiento. Allí se van entretejiendo los hallazgos de nuestras lecturas, los recuerdos que se asoman, el dato preciso. A veces, si se lee un apunte tras otro, surgen voces que dialogan entre sí, como un relato de iniciación y descubrimiento.

@diegorojasajmad 

Vengo de un pueblo de clima caliente rodeado de azuladas y frías cumbres. Un infierno con vista panorámica hacia el edén.

Allá las casas se desparraman sobre una angosta terraza y la vida transcurre impregnada en un vaho de pan dulce y mistela.

Nada hace presagiar la proximidad de una desdicha y, aun así, la pesadumbre se lleva pegada como garrapata. Eso hace que los habitantes de mi pueblo sean muy peculiares, muy distintos a los de la comarca más próxima, aquellos sí bullangueros, siempre dispuestos a la fiesta y ganados al optimismo.

Los habitantes de mi pueblo, en cambio, saben que cada nuevo día no será mejor que los anteriores. Lo saben, y por eso prefieren vivir extraviados en una anisada mezcla de ensueños y extravíos. 

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El determinismo geográfico, aquella hipótesis que tuvo auge a finales del siglo XIX y principios del XX y que veía una relación muy estrecha entre el ambiente de una zona y la personalidad de sus habitantes, pareciera ser una de esas ideas que son muy difíciles de erradicar. Así, desde esta perspectiva, quienes habitan las altas montañas serían, en consonancia, parcos, callados y silenciosos. Quienes moran las tierras calientes, se mostrarían alegres y poco dados a la reflexión. Esto del determinismo geográfico fue un paradigma que sirvió también a mucha de la literatura del costumbrismo y de la llamada novela de la tierra (¿hasta hoy?), con el cual representaban a los personajes de distintas zonas del país y del continente. Ver el desarrollo de esta idea en las obras literarias de una región sería un interesante estudio. 

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De vez en vez rememoro las calles de mi pueblo y, como en ensueños, entreveo a algunos de sus personajes: tengo presente al vendedor de kerosén (quien transportaba un barril amarrado sobre el lomo de una mula), recuerdo al loco que vendía estampitas de santos y que corría calle arriba y abajo anunciando la llegada de una extraña y apocalíptica enfermedad. Cómo olvidar al amolador y su canto hipnotizador o a la anciana del mercado que recetaba pócimas elaboradas con yerbas tomadas de la montaña. Había bebedizos para las lombrices, para el desamor y hasta para conseguir pareja y fortuna. De todos estos personajes evoco con mayor nitidez al adivino del mercado quien empleaba a un periquito para descubrir los secretos que deparaba el destino.  

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“Me atrevo también a decir que la Historia, en conjunto, es como un voluminoso anecdotario. Y al revés: una colección de anécdotas referidas a un mismo pueblo es un pequeño libro de Historia. He aquí el motivo de que se nos presenten llenas de atractivos las anécdotas. Sirven para facilitarnos, en dosis homeopática, rasgos típicos, personales, que quizá nos permiten conocer el carácter de los hombres y la importancia de los hechos con mayor exactitud que los que podamos captar en un texto determinado”. Antonio Montoro Sanchis. Anecdotario de la Grecia clásica. 

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También recuerdo de aquel ya lejano pueblo a un misterioso personaje que rondaba la plaza Bolívar. Nadie sabía de dónde había venido ni cuándo había llegado. De él decían que tenía el poder de mover las nubes a su antojo y, así, cuando la resolana arreciaba en el pueblo y el calor se hacía insoportable, al punto de derretir las suelas de las sandalias, todos en masa acudían a suplicarle ayuda para apaciguar el tormento.  

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Encuentro en un libro de Mircea Eliade una frase reveladora: “La mistagogía y el pseudo ocultismo triunfan en la época en que la mística y la metafísica son atacadas”. Curiosa forma de decir que el ser humano nunca abandonará la idea de la magia, de la posibilidad de otras realidades, y esta se potencia, paradójicamente, cuando domina el racionalismo y el cientificismo. Tenemos una necesidad innata de creer. Sí, la ciencia ha progresado mucho, nos ha traído vacunas y de seguro nos llevará a Marte, pero cuando pongamos pie sobre el planeta rojo podría apostar que aquellos astronautas, antes de bajarse de la nave, harán un pequeño ritual para protegerse durante aquellos primeros pasos en aquella inmensa soledad.  

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Era un pueblo de clima caliente, rodeado de azuladas y frías cumbres, y de magia agazapada en cada vuelta de esquina. 

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Maurice Halbwachs, sociólogo y psicólogo francés, acuñó el término “marco social de la memoria”. Con ese término quiso referirse a las condiciones que facilitan los contextos para recuperar ciertos contenidos y formas del pasado. Es decir, la memoria, para Halbwachs, no es nunca una reconstrucción fiel y exacta del ayer. Al contrario, siempre es un relato, una construcción que se amolda a las exigencias del presente y cuenta una versión parcial de la realidad. Es como el mapa y el territorio: el mapa, una representación del espacio, es siempre una trama reducida de lo circundante. La memoria, mapa del ayer, simboliza un punto de vista que silencia o relega al olvido las otras posibles perspectivas. Para minimizar los conflictos entre las versiones, los miembros de una sociedad se ponen de acuerdo, quiéranlo o no, en esos relatos comunes de la historia, relatos a los que llamamos identidad y cultura. 

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Hace mucho salí de aquella comarca y ya he olvidado, casi por completo, aquellos parajes de la infancia. Sin embargo, siempre que veo las motas del cielo moverse, sin destino ni rumbo, pienso que están atendiendo el llamado de aquel viejo encantador de nubes de mi pueblo…

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