jueves, 16 mayo 2024
Search
Close this search box.
Search
Close this search box.

“Superbigote” en el desfile del 5 de julio

No me cuento entre los fervorosos de las gestas guerreras. Me emociona más la heroicidad que construye. La del día a día. Esa que no tiene más monumento ecuestre que el respetable quince y último devengado con el sudor de la frente.

@omarestacio

La hombría, el arrojo, la presencia de ánimo no han sido, jamás, virtudes que han adornado al llamado “Superbigote” (me refiero al personaje de los comics que desfiló en Los Próceres el 5 de julio pasado, no a quien pretendió representar y valga la acotación, por cuanto evitamos cualquier forma de vilipendio presidencial).

Cuando toma la palabra el fusil, calla la razón. Por lo mismo no me cuento entre los fervorosos de las gestas guerreras. Me emociona más la heroicidad que construye. La del día a día. Esa que no tiene más monumento ecuestre que el respetable quince y último devengado con el sudor de la frente.

Pese a ello, por sentido de convivencia civilizada guardamos respeto y admiración por todo oficio ajeno. Incluso -y valga la paradoja- por el de hacer la guerra, siempre que los combatientes se batan con gallardía y lealtad.

“Si llegan a saber que mi navío ha caído prisionero digan, sencillamente, que he muerto”. La frase es de Damián Cosme de Churruca, minutos antes de la epopeya de Trafalgar. Un buen ejemplo de la palabra empeñada. No el consabido “de aquí me sacarán cadáver” de ciertos generales madrinos, para después verlos muertos, en efecto, pero de miedo. O de risa, a causa de payasadas, como la del “Superbigote” el martes pasado -volvemos a precisar que me refiero al monigote inflado, no al sujeto de carne y hueso del cual pretendió cumplir el rol de doble.

Escribía Wellington que solo una batalla perdida es más triste que una batalla ganada. Tal general de los buenos, poco asustadizo y por lo mismo nada proclive a la capitulación y el recule, sabía por experiencia la consabida, sumatoria de muertos y mutilados en todos los bandos, lo mismo triunfantes que derrotados. Por ende, jamás hubiese incurrido en el ultraje de hacerse presente en cualquier evento relacionado con su oficio, a través de un monigote ¿Por vago u holgazán? Imposible porque Wellington fue ejemplo de lo duro que hay que batallar para salir airoso en la lid. ¿Por echárselas de cómico? Menos aún, porque tal oficial tenía la convicción que en la lucha a muerte no caben chanzas. ¿Por miedo a sus propios soldados? Improbable, porque Wellington que se había jugado la vida junto a éllos, confiaba en sus hombres desde el más raso al más encumbrado. Además porque ninguno tenía razones para sospechar que era un corrupto, narcotraficante, cipayo, traidor a la patria, por colocárseles en decúbito ventral a castrocubanos, iraníes, rusos, turcos, chinos, faracos, elenos, para depredar el medio ambiente, y por ende, que en lugar de asistir a cualquier teatro de operaciones tenía la necesidad hacerlo a través de una marioneta, bigotona, gordiflona, cobardona, inflable y desinflable y por consiguiente, flatulenta, como el tal “Superbigote”. Acotamos, una vez más, nos referimos al monigote desinflable, no a quien estuvo supuesto a personificar.