domingo, 12 mayo 2024
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De ciudad industrial a basurero

Pero los miles de zamuros comiendo de montones de basura en calles y avenidas de Puerto Ordaz y San Félix desmienten cualquier alarde de civilización contemporánea de nuestra parte.

Hace unos años un joven profesional guayanés que trabajaba en Alemania vino a Ciudad Guayana en viaje de negocios. Representaba a una firma alemana especializada en recolección y procesamiento de basura urbana con tecnología de punta. Se entrevistó con personeros de la Alcaldía del municipio Caroní y con el alcalde. Las propuestas de emprendimiento y de trabajo eran simples: recolectar, acopiar y procesar la basura de Upata, Ciudad Guayana y Ciudad Bolívar. Dos infortunadas circunstancias frustraron la posibilidad de realizar siquiera un anteproyecto. Los funcionarios, de manera desembozada, manejaron el estúpido argumento en contra de las empresas extranjeras que venían a enriquecerse en esta patria, para enseguida mostrar los síntomas de la incurable enfermedad venezolana, el cobro de comisiones y la también delictuosa pretensión de participación personal en las ganancias de la contratista.

Sostengo que en los quinientos veinte años de determinante influencia europea que tiene este espacio llamado Venezuela, los que aquí habitamos no aprendimos a botar la basura decentemente. Excepto en las compras, somos premodernos en casi todo. Creímos que habíamos alcanzado un buen grado de civilización porque había dinero a manos llenas para comprar lo que otros pueblos más adelantados y laboriosos producían. Pero los miles de zamuros comiendo de montones de basura en calles y avenidas de Puerto Ordaz y San Félix desmienten cualquier alarde de civilización contemporánea de nuestra parte. Corrijo, al pasar por calles y avenidas uno ve que no todos los zamuros comen de la basura que tira la gente por dondequiera, otros muchos, hartos tal vez, se posan sobre postes y muros y, reposados, vigilan, ejerciendo el oficio de testigos enlutados de la decadencia y ruina de un conglomerado urbano al que le secuestraron el sueño, la ambición y la credencial de ciudad.

Sostengo también que uno de los fracasos institucionales más sonoros del tiempo histórico electoral venezolano se concentra en las alcaldías. Tengo grabado en mi memoria lo esencial del discurso que justificó la elección de los alcaldes mediante el voto popular: “acercar las decisiones al pueblo; gobernar con la gente; asambleas populares de consulta y rendición de cuentas para que vecinos, trabajadores, sociedad civil y sectores que dinamizan la economía local y regional, contribuyan al éxito de la gestión: la democracia”. Puro papel y tinta, paja.

La realidad suele ser terca y elocuente y aquel discurso, visto desde ahora, es un sarcasmo, una bufonada. El municipio, concebido como espacio de ejercicio de ciudadanía cercana, no existe en Venezuela; sus esbozos fueron borrados antes de que se asentara la figura. Los venezolanos no hemos conseguido el desarrollo civilizatorio suficiente para entender la democracia más allá del hecho de votar; no distinguimos el gobierno del partido, ni al gobierno del Estado, mucho menos al bolsillo propio del erario. Creo que en doscientos años, si seguimos hablando como hablamos, tampoco llegaremos. Aprendí de Octavio Paz que el lenguaje condiciona el pensamiento.

El alcalde y los concejales de Ciudad Guayana ven a diario los montones de basura y a los zamuros y pordioseros escarbando para comer de la carroña en una disputa sorda y abominable. Constituiría un hecho atroz si los funcionarios desconocieran que todos, ellos incluidos, estamos respirando sin cesar gases invisibles mucho más tóxicos y peligrosos que los que despedían las difuntas empresas básicas, debido a la descomposición de la basura en las calles y en terrenos urbanos. Los lixiviados de esa basura impregnan el pavimento, contaminan las aguas y viajan en las llantas de los carros y en los zapatos de la gente. Si los funcionarios se informaran un poco se enterarían de que gases y lixiviados de basura como el amontonado en nuestras calles contienen elementos cancerígenos. A las emanaciones del basural se les unen las ratas, portadoras de múltiples y graves enfermedades, y se juntan también los mosquitos que transmiten paludismo, gripe, dengue y chikunguya, entre otros males.

El fenómeno climático La Niña ha prolongado un inusual período lluvioso que moja el mes de marzo y arrastra porquería por toda la ciudad. Cuando pare de llover la gente quemará, como siempre, la basura acumulada. Al invisible gas tóxico de estos meses lo sustituirá un humo oscuro, hediondo y pesado que se expande casi horizontalmente antes de subir a malograr la atmósfera. Entonces respiraremos eso. Una vergüenza.