Théodore Géricault fue uno de los abanderados del romanticismo, y su obra La Balsa de la Medusa, de 1819, es una representación auténtica. Por sus tonalidades lúgubres y oscuras, refiere a la nocturnidad como uno de los escenarios secretos de la experiencia humana y la fuente de las fuerzas psíquicas más aterradoras.