lunes, 14 julio 2025
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De lo orgánico

Alexander Calder, a partir de un minucioso trabajo de simplificación, arribó a una abstracción muy original hasta descubrir que a sus singulares formas les provocaba un dinamismo interno que les proveía de movimiento. Así dio vida a sus innovadores móviles, los que pronto protagonizarían la escena de la escultura cinética.

@ngalvis1610 

Cuántas veces encontramos formas en la naturaleza que nos recuerdan alguna otra cosa. Rocas, troncos de árboles, los interiores de una cueva, cuyas estalactitas adoptan apariencias que identificamos con alguna figura conocida o registrada en nuestra memoria.

O, por ejemplo, el tiempo que ocupamos en jugar con las nubes y con sus formas, que nos refieren a animales, seres humanos y divinos. Nos gusta ver y crear sobre lo que nuestra visión nos concede. Es un singular acceso al mundo mismo. Es decir, lo que conocemos se nos muestra en otros escenarios, en otras materias. Vivimos recordando, existimos en los recuerdos y no olvidamos lo inolvidable.

El mundo y sus circunstancias siempre están presentes, son las formas orgánicas que nos consumen. Lo orgánico nos aborda en el día a día, lo dibujamos en nuestra cotidianidad sobre lo intangible. Es el sueño de cuando estamos despiertos. Son formas irregulares que nos invitan a ordenarlas, a componerlas como algo conocido, como algo armónico.

Tenemos la necesidad de recomponer. Pero en el arte Alexander Calder, a partir de un minucioso trabajo de simplificación, arriba a una abstracción muy original, hasta descubrir que a sus singulares formas les provocaba un dinamismo interno que les proveía de movimiento. Así dio vida a sus innovadores móviles, los que pronto protagonizarían la escena de la escultura cinética.

Su formación como ingeniero y su dedicación como escultor le permitieron desarrollar las herramientas para crear una propuesta escultórica de gran relevancia en el arte del siglo XX. El gran representante del dadaísmo y padre de los ready – made, Marcel Duchamp, fue quien bautizó a las “complejas estructuras de formas orgánicas abstractas” como móviles.

Y deben su nombre a su instalación, generalmente suspendidas en el aire, lo que les permitía cierta movilidad, se balancean de manera dócil y sistémica. Ese movimiento casi imperceptible le van dando otras posibilidades perceptivas, provocando que puedan ser vistas de diferentes forma y logra que de una misma estructura se puedan visualizar varias esculturas. El juego de las nubes.

También simplificó su paleta y gracias a la gran admiración que siempre le profesó a Piet Mondrian, el precursor del neoplasticismo, le imprimió a su obra una cromática sencillez, utilizando colores puros, confrontando las calidades de los negros y blancos, sumándole en algunas ocasiones los primarios y alguna intervención de un secundario.

Calder nos brinda la posibilidad lúdica de crear, a partir de lo básico orgánico, un mundo enriquecido de formas que rememoran escenas y figuras de nuestro entorno.

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