jueves, 28 marzo 2024
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“Parimos en tribunales”

Estas casas son los espacios que se han esforzado por amortiguar la carencia afectiva de los niños, ante los retrasos en los procesos de adopción o colocación familiar, que condenan a los niños a crecer sin familia.

@mlclisanchez

Todas las navidades, la mayoría de los niños que viven en las casas hogares de Ciudad Guayana piden lo mismo al Niño Jesús o a Papá Noel o a cualquier santo en el que crean: una familia. “Esta vez sí, este año sí”.

“Esa es nuestra forma de parir, parimos en tribunales”, es la frase que dicen en común trabajadoras sociales, abogados y familias sustitutas que buscan dar un lugar seguro de acogida temporal a niños y adolescentes en condición de abandono o violencia familiar. En el camino, el retardo procesal del sistema de protección condena a los niños a crecer sin familia.

 

Ninguna de las casas tiene cupo, estamos colapsados. Aparecen nuevos casos y no tenemos cómo atenderlos, ¿por qué? Porque estamos full y no deberíamos, porque todos estos niños ya deberían tener resueltos todos sus problemas”

 

En Ciudad Guayana, la urbe más poblada del estado Bolívar, hay tres casas hogares privadas y en buenas condiciones de infraestructura porque dependen de organizaciones humanitarias y de caridad.

Aunque cada casa hogar tiene una dinámica distinta, todas tienen un equipo de asesores educativos, cuidadores, trabajadores sociales y el apoyo de profesionales psicólogos y psicopedagogos, procurados por cuenta propia.

El principal reto que enfrentan es la cantidad elevada de niños albergados por la falta de celeridad de los procesos legales para asignarlos a hogares sustitutos o a su familia de origen.

La mayoría de los niños alcanzan la mayoría de edad dentro de una casa hogar, aunque en teoría su estadía en este lugar debe ser temporal para no violar su derecho a crecer en familia.

Expedientes que se congelan 

El proceso de investigación es casi eterno por la negligencia y falta de recursos del programa de protección de niños, niñas y adolescentes, aunque debería ser expedito.

En ese contexto, son las casas hogares los espacios que se han esforzado por amortiguar la carencia afectiva de los niños. Los constantes retardos procesales hacen que los procesos de adopción y colocación familiar sean cada vez menos frecuentes.

“Esa investigación debe durar máximo tres meses, pero la realidad es que puede tardar un año, dos años y hasta siete años. Tenemos niños aquí en espera de ver qué va a pasar. Niños de cinco años en el Consejo de Protección… Hay negligencia”, expresó una funcionaria que pidió mantener su nombre en reserva.

Andrés Páez* tiene 12 años y llegó a la casa hogar cuando tenía cuatro. Es buen dibujante y por eso le dieron una beca a la que no puede acceder por falta de documentos que el Estado debería dar de forma expedita | Fotos William Urdaneta

“Todo lo que establece la ley en realidad no pasa. No tienen carro, hay que ponerse a la orden con los carros, con las copias, para que no se congelen los casos, sino se congelan, se pierden los expedientes”, agregó.

Mientras más tarde el proceso para cada niño, más se llenan las casas hogares de nuevos ingresos.

“Ninguna de las casas tiene cupo, estamos colapsados. Aparecen nuevos casos y no tenemos cómo atenderlos, ¿por qué? Porque estamos full. Y no deberíamos porque todos estos niños ya deberían tener resueltos todos sus problemas”, expresó Ivonne Serrano, directora de la Casa Hogar Renacer, una institución con 10 años de trayectoria en la ciudad que actualmente es el hogar de 16 niños y niñas en situación de vulnerabilidad por abandono, abuso o violencia.

El proceso desmotiva a las familias que desean postularse para ser familias sustitutas o adoptivas. En los 10 años de trayectoria de esta casa hogar, ha habido apenas cuatro o cinco colocaciones familiares exitosas. Otras, después de más de dos años, continúan en proceso.

“Para ellos son expedientes, papeles que se pierden. Pero para nosotros son vidas, los vemos crecer, los vemos llorar, los vemos anhelar familia… Es difícil. En diciembre ellos no piden juguetes, piden familia, las cartas piden familia”, expresó Serrano.

Entre las trabas más comunes están la pérdida de los expedientes y retrasos para sacar los documentos esenciales de los niños, como partidas de nacimiento, o el cambio constante de los funcionarios del Consejo de Protección, que son los encargados de investigar los lazos familiares del niño y su situación particular, mientras estos están protegidos en la casa hogar a la que fueron asignados por el tribunal.

Agilizar los procesos por autogestión 

Los trabajadores de las casas hogares sostienen con firmeza que, aunque se esfuerzan porque en las casas hogares nada falte para los niños, estas no son el espacio para crecer. “Su espacio son las familias, es muy lamentable que tengamos ya dos niñas de 17 años y que no puedan ser abrigadas, es duro”.

Las casas hogares han optado por agilizar los procesos de investigación para evitar que los espacios se congestionan, aunque escapa de su competencia.

“Esa es nuestra forma de parir, parimos en tribunales”, dijo Serrano.

 

Algunas formas de agilizar la investigación son postular familias sustitutas ante el Instituto Autónomo Consejo Nacional de Derechos del Niño, Niña y Adolescentes (Idenna), proveer logística para la investigación (vehículos, combustible, material para fotocopias, procurar apoyo de trabajadores sociales de forma independiente) y hacer seguimiento riguroso del proceso legal. Insistir ante tribunales

 

“Lo estamos haciendo porque es a nosotros a quienes nos conviene descongestionar las casas”, manifestó Yolanda Coriano, directora de la Casa Hogar Madre Emilia, la institución de abrigo para niños y niñas más antigua de Ciudad Guayana, financiada por la Compañía de Jesús.

“El Consejo de Protección está mocho. Y si nosotros tenemos una trabajadora social que haga este tipo de investigaciones, lo hacemos”, aseguró.

Todas las casas hogares de la ciudad tienen sendos tableros a la vista en los que cuelgan las actividades del día: escuela, actividades deportivas o artísticas y los programas de formación en oficios que preparan a los niños y niñas para el campo laboral, una vez que cumplan la mayoría de edad.

“Cuando llegan aquí, es una realidad muy bonita. Niños que llegan malnutridos, con enfermedades de la piel. Niños que están en situación de riesgo de calle, abandono o maltrato y luego vemos cómo transforman su historia”, expresó Luis León Latuche, coordinador de proyectos de la Casa Hogar Miguel Magone, la única casa exclusiva para varones en la ciudad, que además tiene una residencia temporal para muchachos que alcanzaron la mayoría de edad.

Un largo proceso 

Karen Torrealba* ya había hecho paz con eso de ser estéril y el hecho de no poder adoptar porque su pareja no quería. Estuvo en paz hasta que en 2012 por las puertas de la casa hogar en la que trabajaba entró una niña de tres meses que acabó robando su corazón y el de su esposo: Adriana*.

Entonces decidió emprender las diligencias necesarias para calificar como familia sustituta y entrar en la lista del Idenna para poder acoger a la niña.

Por dos años seguidos visitó a Adriana en la casa hogar, la bañó, la alimentó y la vistió. Durante esos dos años, en su corazón la había adoptado y Adriana la había escogido como madre; tanto que comenzó a llamarla así y todos los días esperaba su llegada.

“Para ellos son expedientes, papeles que se pierden. Pero para nosotros son vidas, los vemos crecer, los vemos anhelar familia. En diciembre ellos no piden juguetes, piden familia”

Hasta que un día, Karen recibió una llamada: era la oficina de adopciones. Una niña de 45 días de nacida había sido abandonada en el Hospital Uyapar con signos graves de desnutrición, y la llamaron para acogerla.

Karen no había terminado de asimilar la noticia. Entre emoción y duda, aceptó la solicitud con la condición de que no reasignaran a Adriana a otra familia. Karen se vio sosteniendo entre sus brazos a Carolina*, que entonces era una bebé que había nacido pesando apenas 1,25 kilogramos.

La oficina de adopciones se había comprometido a no asignar a Adriana a otra familia sustituta, pero eso fue exactamente lo que ocurrió e hizo que Karen cayera en un profundo estado de depresión.

“Les dije, ¿cómo es posible que puedan hacerme esto?, esa niña me dice mamá. Me descompuso totalmente, fue muy doloroso”, dijo. “Lo que más me pesaba era que en el proceso de separación, para ella, en su registro yo la abandoné, y no es así”, agregó.

En paralelo al duelo, Karen trabajó duro para llevar a Carolina, ahora su única bebé, a su peso normal. Han pasado seis años, y en el proceso de adopción se han perdido los expedientes del caso de Carolina en, al menos tres ocasiones. La niña estuvo dos años de su vida sin partida de nacimiento.

“Ha sido una lucha constante, y apenas vamos por el primer paso que es la medida de colocación familiar”, explicó Karen.

Carolina es una de las pocas niñas que, en medio del largo proceso, ha podido crecer en una familia y no en una casa hogar.