jueves, 16 enero 2025
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Hace 194 años murió el Libertador Simón Bolívar

El deceso se produjo en la quinta San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, Colombia. “A la una y tres minutos de la tarde murió el sol de Colombia”, decía el comunicado oficial. Tenía 47 años y la causa del fallecimiento fue tuberculosis, certificado por el doctor Alejandro Próspero Révérent, como consecuencia de un catarro mal curado.

194 años se cumple este martes de la muerte del héroe más grande de Latinoamérica, el Libertador Simón Bolívar. El deceso se produjo en la quinta San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, Colombia, donde había llegado el 6 de diciembre por invitación del español Joaquín de Mier y Benítez.

“A la una y tres minutos de la tarde murió el sol de Colombia”, decía el comunicado oficial. Tenía 47 años y la causa del fallecimiento fue tuberculosis, certificado por el doctor Alejandro Próspero Révérent, como consecuencia de un catarro mal curado.

De acuerdo al libro Los últimos días del Libertador, de Ramón González Paredes, como sentía ardor en la orina, el doctor Reverend le mandó agua de linaza.

En la tarde, a las seis, comenzó a delirar y el pulso se le tornó muy apresurado. Le colocaron refrigerantes en la cabeza y lo frotaron con estimulantes en el espinazo, y le aplicaron un cataplasma con polvo de mostaza. El doctor, además, ordenó una mixtura pectoral, con el propósito de aumentar la expectoración.

El día doce había pasado una mala noche, con desvaríos y grande expectoración. Le untaron en la nuca linimento vesicante de Gondret. El día trece, sobre todo al mediodía, sus ideas se mostraron confusas.

Sin embargo en el atardecer, resultó despejado y tranquilo. Le aumentó la tos y el expectorante hizo su efecto, pero el pulso continuaba febril y heladas las extremidades del cuerpo. Tomaba por agua, tisana de linaza. Ingirió, como alimento, dos tazas de caldo, gelatinas y varias tazas de sagú.

Se mostraba inquieto y pedía a cada rato a José Palacios, su mayordomo, que lo mudase de la cama a la hamaca y viceversa, pues no encontraba sosiego en sitio alguno.

Debía tener dolores porque se quejaba continuamente. La tos se le había vuelto más seca y frecuente. El dolor no le abandonaba el cerebro. Le dieron tizana emoliente por agua común, y trataron de refrigerarle la cabeza.

El día trece, también se le complica la digestión. Entonces la lengua se le pone húmeda y áspera. Siente náuseas, vomita y desespera, pues desearía seguir vomitando sin parar, cuando ya no tiene realmente nada en el estómago. Se quejó menos que el día anterior.

Del trece al catorce, durmió tranquilamente, desde las doce hasta las seis de la mañana y, lo que parecía extraño, ni siquiera tosió. Sin embargo demuestra una lengua estrapojosa, la voz más ronca, y se percibe mucho el silbido de su pecho.

El catorce, el Libertador, realmente, está muy grave: las extremidades se le enfriaron considerablemente. El sopor lo abate, su rostro va tomando un color cerúleo, que insinúa la proximidad de la muerte. El día quince sigue su postración. Le dan sagú con vino para fortificarlo.

Vuélvele el calor a las extremidades y continúa ingiriendo la pócima. A lo largo de la jornada comienza a desvariar, y las palabras, en su boca, se tornan inintelegibles. Tiene un semblante muy demacrado por las profundas ojeras. En el transcurso de las horas le vuelve el hipo.

El dieciséis, el doctor Reverend, en su boletín, anota: “semblante hipocrático y pulso miserable”. Ya el Libertador no toma alimento desde las nueve de la noche, a pesar de empeñarse José Palacios en hacerlo tragar alguna cucharada de caldo de pollo. Pero el enfermo retira el rostro con repugnancia.

El Libertador orina sangre. Su resuello se torna fuerte, ruidoso, difícil. Desde las ocho hasta la una del día diecisiete, demuestra una respiración que el doctor Reverend califica de “anhelosa”. El pulso apenas es sensible.

Hay suspensión total de la orina. A las doce le empieza el ronquido de la muerte. El doctor Reverend, sentado a la cabecera del moribundo, le toma una mano y encuentra apenas un pulso trémulo; la respiración se le vuelve a Bolívar estertosa, sin que hubiera señas de pena o de dolor en su rostro.

Entonces se dirige el médico al séquito que aguarda afuera, en el vestíbulo, y les dice: -Señores, si quieren presenciar los últimos momentos y postrer aliento del Libertador, ya es tiempo.

Todos entran: mudos, muy serios, con la tristeza reflejada en el rostro. Mariano Montilla tiene los ojos anegados de lágrimas. José Palacios solloza en un rincón. Bolívar luchaba en su agonía con múltiples enemigos, todos aquellos que habían contribuido, al par de la enfermedad, a exterminar su vida.

Por eso le dice a José Palacios: -Vámonos, vámonos, José… Esta gente no nos quiere… Lleven mi equipaje a bordo de la fragata. A la una en punto expiró.

Wikipedia reseña que el 24 de diciembre, el secretario general de la Comandancia de Santa Marta escribió un relato de los hechos sucedidos luego de la muerte de Bolívar, informando que su cadáver fue trasladado al edificio de la Aduana.

Allí Révérend practicó la autopsia, extrajo sus órganos para guardarlos en recipientes y el cuerpo de Bolívar fue embalsamado. Révérend estableció sin lugar a dudas que la causa de muerte fue una “tisis tuberculosa”.

Luego se realizó en el mismo lugar el velorio del cuerpo, vestido con insignias militares, durante dos días, con la presencia masiva de la población, siendo enterrado el día 20. El entierro se realizó con un desfile militar hasta la catedral de Santa Marta, donde fue enterrado sin la presencia del obispo.

En la catedral permanecieron sus restos hasta 1942, cuando, para cumplir con su testamento, fueron trasladados a la catedral de Caracas.

Posteriormente fueron llevados hasta el Panteón Nacional, el 28 de octubre de 1876, durante el gobierno de Guzmán Blanco.

En el 2010, a solicitud del expresidente Hugo Chávez, los restos fueron exhumados con la finalidad de verificar si la causa de la muerte fue realmente la tuberculosis.

En julio de 2011 se informó oficialmente que la causa de muerte no fue tuberculosis, como lo diagnosticó el médico que atendió al Libertador en 1830 sino un trastorno hidroelectrolítico.

La otra historia: entre cuentos mitos y leyendas

El historiador Elis Mercado, miembro de la Academia Nacional de la Historia, al hacer algunas reflexiones sobre la muerte del Libertador, asegura que la historiografía venezolana esta aporreada desde hace tiempo.

Sostiene que con el pretexto de acariciarla, la han lastimado. Hay una narrativa oficialista, que no es de nuevo cuño, que según Elías Pino Iturrieta se debe a que “el chavismo ha fraguado una tendenciosa historia de Venezuela que no es una combinación ligera, ni una aventura sin relaciones con un cometido profundo que debe alertarnos”.

¿Cuál elemento nos obliga a pensar en algo que parece sustentado en base sólida? La respuesta se encuentra en la narrativa creada en su respaldo, en la elaboración de una memoria gracias a la cual no solo se disipa la idea de la improvisación, sino que también se agregan alicientes para realizar una hazaña distinta de la librada hasta la llegada de la ¡revolución!

En su opinión, se ha convertido casi en un dogma aquello de que los pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla.

Pero agrega que si asimilan una versión torcida de su pasado son objeto de perversas manipulaciones políticas a través de glorificaciones, de mitos y leyendas. Y esto es rigurosamente cierto puesto que el presente se fabrica con los ladrillos de pasado.

Mercado afirma que nuestra historia registra episodios de resonancia significativa para su cabal comprensión. Prueba de ello es por ejemplo la creación del Centro Nacional de Historia, en 2007, como un intento de sucedáneo de la tradicional Academia Nacional de la Historia fundada por Rojas Paul en 1888.

Señala que este centro tiene como objetivo “revisar la historia nacional”, que no ha sido otra cosa que torcer el relato histórico para reubicarlo, para encajarlo, en los propósitos del régimen en el target de que quien controla el pasado controla el presente, lo que en palabras sencillas quiere expresar que las acciones emprendidas por el gobierno buscan justificar una narrativa pret-a-porter producto de la deformación previa del hecho histórico.

Comenta que la revisión de nuestra historia por parte de una cohorte historiadores de la Nueva Escuela, y en esto echa mano a la historia de la educación, entre los cuales han destacado German Carrera Damas, Manuel Caballero, Elías Pino Iturrieta, Inés Quintero, Tomas Straka y Luis Castro Leiva entre otros muchos.

“No se trata de una cruzada antibolivariana, sino del ejercicio idóneo de la profesión de historiadores con aval académico que obliga a una constante investigación de los hechos y personajes de la historia de acuerdo a los aportes de nuevos documentos, nuevas técnicas y hasta nuevas metodologías”.

Y agrega que la historia no es un bronce inamovible, pues está en constante revisión como hecho humano y social que es, heurística y hermenéutica en acción.

“Desde esta perspectiva, es necesario destacar con motivo de una nueva conmemoración de la muerte de Bolívar, la obligación profesional de indagar a profundidad y no en la corteza en algunos tópicos encajados en la narrativa historiográfica , algunos de ellos ya presente en la llamada historia patria”.

Mercado considera que una demostración más que palpable de la manipulación ideológica de nuestra historia, es la de afincar la tesis de que “ser rico es malo “en la supuesta condición de pobreza de Simón Bolívar.

Apunto que el Libertado no solo era rico, sino que pertenecía a una de las familias mantuanas más adineradas de la colonia.

Subraya que Bolívar nunca se despojó de sus riquezas, lo cual no merma su importancia histórica. Su testamento así lo deja ver.

“Supongo, y supongo bien, que señalar la pobreza de Bolívar, su falsa condición de pobre, ha sido con el propósito de validar con ello el combate contra cualquier aspiración de superación personal de los venezolanos, de anatematizar la riqueza bien habida y hasta condenar la propiedad privada como sostén del desarrollo en un marco de democracia liberal”.

“Así es la historia. C est la histoire. No hay otra. Esta es la historia y el momento para reflexionar, para exaltar la civilidad, para desmilitarizar la memoria y dejar de lado la flatulencia oratoria para conmemorar la muerte de un gran venezolano”.