“Cada vez me siento menos periodista”, afirma Diego Arroyo Gil mientras se pasea por lo que ha sido una vida -la suya, en este caso- pletórica en historias. Tras su paso por la redacción de El Nacional confiesa haberse dado cuenta rápidamente de que el diarismo no era para él, ya que la reportería necesitaba una celeridad en la que no se encontraba: prefiere tomarse un tiempo para ahondar en los detalles.
Llegar a la Universidad Central de Venezuela representó la oportunidad de conocer una amplia multiplicidad de culturas y enriquecerse de cada una de ellas. Allí conoció a mucha gente y en cada persona encontró un mundo que ensanchó su percepción de la realidad. A su vez fue en esa etapa cuando aquellas lecturas, que empezaron con un dantesco Horacio Quiroga, se profundizaron y le dieron luz sobre aquello que quería hacer por el resto de su vida.
Las biografías son muy divertidas. Muy entretenidas. Seguramente porque somos unos curiosos empedernidos e impertinentes también. Nos encanta la vida ajena no como chisme, sino como trama humana
Así pasaron los cinco años de una carrera en la que estuvo perennemente embelesado con el pasillo de los libros de la universidad. En sus palabras, lo visitaba todos los días al salir de clase. Sin importar que ya lo hubiese recorrido el día anterior. Siempre con la esperanza de que, en alguna de esas visitas, lo sorprendería un libro nuevo.
Oriundo de Caracas, Venezuela, Arroyo cuenta con 7 libros biográficos en su haber. Entre ellos, Bocaranda: El poder de los secretos (2015); La señora Ímber (2016) y Osmel: un hombre desconocido (2018).
Una infancia sin ataduras
Arroyo asegura que durante su infancia no estaba pensando en qué quería ser cuando creciera. Evoca los de su niñez como unos años muy libres en los que los pesos de las expectativas paternales no recayeron duramente sobre él. El amor por la lectura vino durante la adolescencia y la idea de ser escritor empezó a pulular en su mente durante su juventud. Pero ¿ser escritor? Para el joven parecía imposible, ya que tenía la sensación de que para alcanzarlo debía ser poco más que un genio.
– ¿Cómo fueron tus primeros acercamientos a la escritura? ¿Qué te hizo interesarte por las letras?
– En la infancia yo no soñaba con ser escritor. No soñaba con ser nada en particular, o sea, no estaba pensando en eso. Eso vino más bien con la educación, y al darme cuenta de que a medida que crecía más leía, conocí autores que me fascinaban y nació ese pequeño deseo de ser como ellos. De hacer lo que ellos hacían. Eso vino con la lectura, pero no en la infancia. Más bien en la juventud, el bachillerato… cercano a la entrada a la universidad. Allí me planteé ser escritor. Tampoco era muy serio porque había como la idea de que para ser escritor había que ser un genio. Al menos esa era la idea que yo tenía y, además, te morías de hambre. ¿Dónde se estudiaba para ser escritor? Tuve que escoger entre la Escuela de Letras y el periodismo. Entonces me dije: “vamos a sincerar las cosas, la gente que estudia letras termina dando clases y yo no quiero eso”. Me pareció que la carrera que estaba más afín fue periodismo. Estudié en la Universidad Central de Venezuela, las lecturas se hicieron cada vez más serias y, finalmente, terminé muy metido en lo que eventualmente iba a llegar a ser.
– ¿Hubo alguna influencia familiar? ¿Algún escritor en tu familia?
– No. En mi familia lo que sí había era lectores. Mi papá era un lector absoluto, mi mamá era muy buena lectora. El hábito de la lectura no era extraño en mi casa, pero no era una familia intelectual ni una familia de escritores. Lo más cercano a las humanidades eran dos tías mías que eran psicólogas.
Una oportunidad de autoconocimiento
Periodista de la Universidad Central de Venezuela, magíster en Edición de la Universidad Complutense de Madrid, coordinador editorial de El Nacional y escritor: son algunos de sus títulos. Sin embargo, el camino no fue fácil. Al ingresar en El Nacional no le tomó mucho tiempo darse cuenta de que la inmediatez de la reportería no era para él, pero decidió no internalizar esto como una decepción, sino como una oportunidad.
Al historiador, diplomático y periodista Simón Alberto Consalvi (fallecido en 2013) le debe su introducción al mundo de la literatura biográfica. Consalvi, como editor adjunto del diario, le abrió las puertas a un nuevo reto: la Biblioteca Biográfica de Venezuela, a la que entró como coordinador y de la que saldría como un biógrafo. Sus primeros personajes fueron algunos ilustres de la historia venezolana a quienes conoció mientras perteneció a la Coordinación Editorial.
– ¿Cómo viviste tu etapa universitaria en la UCV? Luego estudiaste en Europa. ¿Cómo fue el cambio para ti?
– No son experiencias que me haya puesto a comparar porque tampoco era un sueño ir a estudiar a Europa. Yo hice un máster en Edición en Madrid, pero no era como un gran proyecto de vida. No lo tenía planificado, sino que surgió. La universidad me cambió mucho porque la vida universitaria de la UCV te obliga a adaptarte rápido y descubrir la variedad de realidades. El mundo del colegio es más limitado y todo el mundo se parece a ti o tiene el mismo nivel socioeconómico que tú. Es una universidad con un talante cultural muy fuerte. Era una delicia. El posgrado que hice en España fue algo más formal, era una educación muy adaptada a cierto tipo de público, 30 personas nada más, todo el mundo adulto… Ibas a recibir una formación puntual de un año. Lo sabroso de la experiencia europea es el descubrimiento de Europa. Te das cuenta de que, definitivamente, Europa es el gran continente del mundo. Si hay alguien que quiere formarse culturalmente con entereza, no hay mejor lugar que Europa.
– ¿Cómo fue tu experiencia haciendo diarismo durante tus primeros años en El Nacional?
– A mí no me gusta. Yo me siento cada vez menos periodista. No considero que sea un buen reportero de calle porque los periodistas de diario tienen que responder de inmediato a lo que está pasando. Yo no puedo hacer eso, yo necesito acostumbrarme. Esa es mi naturaleza. Me tomó poco tiempo darme cuenta de que yo no estaba hecho para eso. Hay periodistas que hacen un trabajo extraordinario y hacen un trabajo insólito: llegan a la redacción a las 9:00 am y a las 9:30 ya saben cuál es la noticia del día siguiente. Eso no se me da. Yo a las 9:00 am todavía estoy pensando qué pasó con Aquiles y Héctor en La Ilíada. Por eso yo me dedicaba a hacer entrevistas porque las entrevistas sí te dan ese rango de acción, una semana para prepararte, llamar, entrevistar, escribir, corregir… Eso de que: “mira, en media hora viene el presidente y le tienes que sacar un titular para mañana. La edición cierra a las 7:00 y tienes dos horas”, no lo sé hacer. Me sale mal. Siento que es intrascendente. No sé. Asumí que tengo esa limitación y pude ver las posibilidades de mis talentos.
– ¿Por qué decidiste empezar a reseñar la vida de otras personas? ¿Qué detonó tu interés por escribir semblanzas?
– Fue casual. Yo trabajaba en El Nacional como periodista y Simón Alberto Consalvi, director adjunto del periódico, me ofreció el cargo de coordinador editorial de la Biblioteca Biográfica Venezolana, que era una colección de libros que publicaba conjuntamente Libros El Nacional y la Fundación Banco del Caribe. Allí se reunían biografías de figuras venezolanas destacadas desde antes la independencia hasta nuestros días. El proyecto inicial era escribir 150 biografías. Yo asumí la coordinación cuando se estaba editando el número 75, es decir, edité del número 76 al 150. De esos que faltaban cuando yo llegué había algunos personajes que no tenían biógrafo asignado, era una lista y había que buscar quién podía escribir sobre ellos. Entonces, Simón Alberto me dijo que todas las personas que habían estado involucradas en la coordinación escribían algunos libros, me ofreció que yo escribiera alguno. Ahí fue cuando escribí la primera biografía de mi vida dedicada a Luisa Zuloaga de las Casas. Le cogí el gusto a las biografías y llegué a los 7 libros que llevo ya.
La ficción: una realidad psíquica
Pese a que muchos creen que mezcla la realidad con la ficción, el escritor asevera que ambas dimensiones se parecen más de lo que se espera, contando la realidad con una pulsión imaginativa tan intensa que podría hacerla parecer ficción en algunas ocasiones.
Tras debutar con Luisa Zuloaga, Arroyo continuó en su afán por contar vidas, una dinámica que puede ser extenuante, pero que suaviza con una sola condición para aceptar un proyecto: la vida del personaje debe, en primer lugar, apasionarle y, en segundo lugar, despertar su curiosidad. Asevera que no minusvalora a ninguna persona, ya que cualquiera puede contar con el lado humano digno de impulsar su narrativa.
Al cuestionarle si escribiría su autobiografía la respuesta es un rotundo no, ya que se considera demasiado joven para ameritar ser parte de este tipo de proyectos.
– ¿La realidad supera la ficción?
– Es que la ficción también es realidad. Por ejemplo, cuando duermes y tienes un sueño, piensas “no, pero eso no es la realidad”. Cómo que no es la realidad. Claro que es la realidad. Ahora, no es la pared que tocas, pero es una realidad psíquica. La realidad no es solo lo que vives porque eso también está impregnado de imaginación. La imaginación está constantemente permeando en todo lo que estás viviendo y, en ese sentido, a veces puede parecer ficción, pero no deja de ser real. No es que la realidad supera la ficción. Es más o menos la misma cosa. Están juntas. Son las dos caras de la misma moneda.
– ¿Cuál es el proceso de selección de un personaje? ¿Cómo sabes que su historia funciona?
– A veces el solo nombre de un personaje ya te indica que va a ser interesante porque ha tenido una vida muy rica. Cuando es un personaje poco conocido, hay que averiguar un poco para saber si da o no para una biografía. Para mi selección me tiene que apasionar, me tiene que dar curiosidad. No es un trámite de “¿por qué no escribes de fulanito?” y yo decir “ah, ok” sin siquiera saber quién es. No funciona así. Si yo no siento pasión por descubrir una vida ajena, no me meto en eso.
En la infancia yo no soñaba con ser escritor. No soñaba con ser nada en particular, o sea, no estaba pensando en eso. Eso vino más bien con la educación, y al darme cuenta de que a medida que crecía más leía, conocí autores que me fascinaban y nació ese pequeño deseo de ser como ellos. De hacer lo que ellos hacían
– ¿Cuál ha sido el proyecto que más te ha marcado y por qué?
– La de Sofía Ímber. No tanto que me haya marcado la historia, sino ella. Era una mujer fascinante. Poder compartir con ella y entrevistarla durante 3 años para mí fue un antes y un después en mi vida. Es la persona con la que más tiempo he estado conversando.
– De todos los personajes que has retratado, ¿cuál ha sido el más difícil de contar?
– Todo es difícil. Cuando yo asumo un trabajo siempre estoy muy emocionado. Cuando comienzo a escribir y paso 4 meses en las primeras dos páginas, empiezo a maldecirme a mí mismo y maldecir el oficio. “¿Por qué yo no estudié economía? ¿Por qué no compro bitcoin?”. Después cuando ya vas por la página 20, te tranquilizas. Luego hay una segunda caída cuando vas un poquito más de la mitad, cuando estás por terminar. Las últimas páginas son como rematar.
– En una oportunidad comentaste que tras empezar a escribir sobre Osmel Sousa, tus compañeros te criticaron por ser un personaje de la farándula. Tras tu experiencia, ¿qué le dirías a esas personas que consideran temas como la farándula periodismo de segunda?
– Que lean novelas. Para que se den cuenta de que no hay personaje menor, puede haber personajes de reparto que no son los protagonistas, pero los personajes más interesantes de la literatura son gente rara. No son intelectuales, pueden ser mendigos, personajes de la televisión, asesinos… El mundo está lleno de posibilidades. Yo creo que a uno le interesa sentir que en esa persona hay algo humano e interesante: ya vale la pena. Eso puede pasar con Rafael Cadenas o con Maite Delgado.
– Periodísticamente hablando, ¿cuál crees que es el mayor aporte de tu trabajo?
– Creo que las biografías son muy divertidas. Muy entretenidas. Seguramente porque somos unos curiosos empedernidos e impertinentes también. Nos encanta la vida ajena no como chisme, sino como trama humana. Las biografías buenas tienen beneficios porque están llenas de trama humana. Así como nos gustan las telenovelas (contra las que no tengo absolutamente nada: más bien las amo) y como nos gustan las novelas escritas, pues ese es el valor que tiene. Por eso gustan las biografías. Es conocer a una persona y saber qué le pasó, qué hizo en esta situación, mira cómo se comportó en tal momento. Eso es fascinante.