Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982) escribe en su biografía que nació “cuando todo estaba a punto de incendiarse”. Al año siguiente ocurrió el Viernes Negro. Es nuestro nuevo gran orgullo literario en el mundo. Su novela La hija de la española (2019) ha sido traducida en más de 20 idiomas. En abril ganó el O. Henry Prize por el relato corto Tijeras, sobre una familia de venezolanas que venden sus cabellos en Cúcuta. En sus letras suele estar abierta la herida del desarraigo. Tuvimos el honor de que nos contestara un cuestionario desde Madrid. Karina escribe tan bonito, y es tan sabia, que mejor no posterguemos más este placer.
Estas son las preguntas que le mandamos desde Guarapita… y las respuestas que nos mandó Karina el domingo 2 de mayo de 2021.
— No queremos preguntarte “cuál es tu próximo proyecto”, siempre suena un poco tonto. Pero si te preguntaríamos de qué cosas te gustaría escribir más en el futuro cercano.
Karina: Estoy trabajando en la siguiente novela. Llevo meses perfilándola y preparando documentación. Será una saga familiar. Es el gran género del XIX y XX, y permite explorar el choque de mundos y generaciones, algo que me obsesiona. Las historias familiares son casi siempre políticas y crepusculares. En cualquier caso, creo que transito un camino que conduce a las raíces, sean cuales sean.
— ¿Los nuevos soportes digitales y tecnológicos cambian decisivamente la literatura? ¿Se puede hacer literatura en redes? ¿Crees que hay nuevos formatos literarios, de hecho? ¿Vamos hacia géneros multimedia?
Karina: La literatura será literatura ya sea en papel o en formato digital, lo que realmente importa es la pulsión que propicia esa literatura. El juez de los divorcios de Cervantes o Moby Dick seguirán haciéndonos reír o emocionándonos, sin importar si Cervantes o Melville las escribieron a mano o las publicaron en legajos. Es innegable que los tipos móviles aceleraron e indujeron un tipo de literatura y una manera de distribuirla. Y lo estamos viendo en tiempo real. Hemos pasado de la era Gutenberg a la era Zuckeberg y eso implica cambios de cuyas consecuencias seremos conscientes más adelante. Cuando me hago preguntas al respecto, pienso en Félix de Azúa, que siempre propone la misma pregunta: ¿somos criaturas del fin de ciclo o los primitivos de un nuevo tiempo?
De momento, el libro electrónico y sus derivados ha despejado una opción de lectura, pero el libro en papel sigue siendo fuerte. Exhibe lo que muchos llaman ‘su mala salud de hierro’. Y claro que hay nuevas formas de escribir y leer: ocurrió con la novela moderna, que suplantó al teatro del siglo XVI; con la imprenta y las novelas por entregas; con la radio y con el cine, ¿o es que acaso Orson Welles y Hitchcock no fueron inmensos escritores cada uno en su medio? Ocurre algo similar con el fenómeno ‘series’: han revitalizado a autores como Margaret Atwood e incluso novelas como Gambito de dama, de Walter Tevis. La verdad es la misma: leemos constantemente, de una forma u otra. El día que dejemos de pensar que inventamos el agua tibia, lo tendremos más claro.
— Al fin y al cabo tu materia prima son las palabras. ¿Tienes algún puñado de palabras predilectas en esta etapa de tu vida?
Karina: Hay un repertorio de palabras que sobrevuelan mi cabeza desde hace mucho tiempo: ira, culpa, sangre, tierra, memoria, origen, viaje, desarraigo, muerte, transformación, familia, país… y si siguiese enumerando diría: guayaba, guacuco, melao, salitre. Están ahí y escasamente puedo controlarlas. Siendo distintas, creo que se comportan como sinónimos las unas de las otras. Busco mi lugar en el mundo escribiendo. Rastrillo la página en blanco como si fuera un patio de tierra. Por eso todas esas palabras describen un sentimiento que me imanta y me impulsa a escarbar, como si buscara agua en un desierto.
— Sabemos que te apasiona mucho la ópera y quisiéramos saber si nos puedes hablar de esa pasión, y cómo se conecta y retroalimenta con otras pasiones.
Karina: La ópera es el lugar de las emociones totales. El componente escénico y musical hacen posible que el guión de la ópera estalle en la cabeza de quien la escucha. Es aquello de ‘prima la música, dopo le parole’: la música precede y al mismo tiempo amplifica la palabra, al igual que ocurre en la tragedia clásica, la comedia del Siglo de Oro o el teatro isabelino. Hay un tempo, un ritmo, un color… No puedo evitar emocionarme con el conflicto que plantean, por ejemplo, el dúo de Aida y Amneris, es decir, una esclava y una princesa, o el coro de los esclavos, el Va pensiero, del Nabucco de Verdi: (¡Oh, patria mía, tan bella y tan perdida!/ ¡Oh recuerdo tan querido y tan fatal!). Que hable de las orillas del Jordán y las torres derruidas de Sión puede que sea lo de menos. Va, pensiero es la melodía de la pérdida. Los judíos añoran su tierra, como otros la suya. Ellos atraviesan el largo exilio cantando mientras les exhortan a tener fe. Eso es lo que hace la ópera: emocionarte.
— Justo en este momento en Venezuela estamos en un pequeño movimiento #MeToo. Algunas de las denuncias de acoso y violencia han tocado al mundo cultural. Estamos viviendo una época en que tenemos que replantear lo masculino y lo femenino. Pero puede ser un proceso de reeducación muy largo y doloroso. ¿Cómo ves tú esto desde tu campo de acción?
Karina: La eclosión del #MeToo hace ya unos años en EE UU -y su réplica en distintas sociedades- ha permitido despellejar una verdad: lo que antes se daba como normal o lógico, ya no lo será jamás. El avance en el señalamiento de esos episodios de vejación establece un precedente. Sin embargo, conviene no perder de vista que este, como cualquier otro movimiento, no puede sustituir aspectos básicos como el respeto a la víctima y a su testimonio, así como a la elemental presunción de inocencia. El síndrome del linchamiento civil normalmente acusa lo contrario de lo que interpela. Los jueces están en el juzgado, lo cual no nos exime de señalar los atropellos.
— ¿La literatura puede ayudar a establecer puentes entre lo masculino y lo femenino? ¿O es mucho pedirle? Todos somos humanos. Pero sí hay algunas diferencias entre ambos universos.
Karina: La literatura no resuelve problemas, no corrige injusticias ni repara agravios, es literatura. Su tarea es incomodar, crear problemas. Pienso en lo de tender puentes entre hombres y mujeres, como si la vida no propiciara tal cosa como la unión de dos orillas. Entiendo este tipo de situaciones desde el prisma planteado por Susan Sontag o Doris Lessing, libérrimas ambas con al menos medio siglo de anticipación con respecto a mi generación. Hay una frase de Lessing que me marcó, la escribe en El cuaderno dorado, en ocasión de una cita de Virginia Woolf: “Las escritoras serán libres cuando, sentadas a escribir, no piensen si escriben o no como mujeres”. Su literatura y su reflexión sobre la experiencia propia fueron un acto tan ciudadano como político. Lessing se revolvió y demolió el comunismo con la misma fuerza que evitó y rechazó las palabras asociadas a mundos totales o totalizantes: feminidad, feminismo, imperio, ideología, racismo, persecución. Creo en esa literatura y esa búsqueda. Ya estoy mayorcita para catecismos.
— Es inevitable que te preguntemos cómo ves los acontecimientos políticos en España. Sobre todo a la luz de lo que has vivido ya en Venezuela. ¿Cómo ves el debate por allá? Sobre todo en Madrid.
Karina: El ciclo populista global (Trump, Bolsonaro, Boris Johnson o AMLO) llegó también a España con la moción de censura de 2017 que condujo a Pedro Sánchez al poder. El desarrollo de ese fenómeno ha dado lugar, por un lado, al populismo de izquierda representado en Podemos (y su ramalazo Foro de Sao Paulo) y del otro, a un populismo de derechas representado en Vox. Jalonado entre ambos extremos, el debate público se ha vuelto bronco. El bipartidismo (PP-PSOE) ha sido sustituido por bloques ideológicos: derecha e izquierda como quien dice blanco o negro.
Entretanto, hay una calle y una economía golpeada no sólo por el coronavirus y una gestión desordenada del mismo, sino por la falta de reformas. Si a todo eso se añade un gobierno, como el de Pedro Sánchez, con poco respeto por las instituciones (desde la Constitución y el Parlamento hasta su propio partido) y un gusto tremendo por la puesta en escena, el panorama exige atención.
Las elecciones de Madrid son, a día de hoy, una extrapolación de la política nacional. Creo, sin embargo, que España aprendió una lección difícil de olvidar. Después de 40 años de dictadura, consiguieron generar una democracia basada en el consenso que aún se mantiene en pie, pese a los esfuerzos por debilitarla.
Sobre posibles paralelismos entre España y Venezuela, combato todos los días la sensación de ‘déjà vu’, porque está claro que no todos los episodios históricos se replican de la misma manera. Confirmo, eso sí, que lo primero que se degrada en un entorno de crisis social y política es el lenguaje. Siempre lo repito: la primera muerte ocurre en el lenguaje y ese, al parecer, es un funeral global. Ocurre en España, en EE UU, en países de América Latina… la humanidad entera anda obcecada en vaciar de sentido las palabras, un fenómeno muy del siglo XX y que autores tan distintos como Orwell y Malaparte describieron, cada uno a su manera.
— ¿Una vista física de Venezuela que siempre te acompaña?
Karina: Todas, o todas las posibles. A veces quiero viajar a la GAN donde vi por primera vez un Reverón y un Claudio Perna. Al Maccsi donde descubrí a Duchamp y al Mao donde vi expuesto un Tunga. No transcurre un día sin pensar en esa Venezuela furiosa y al mismo tiempo promisoria: los edificios de El Silencio, las escalinatas de El Calvario, las caminerías de Los Caobos, las esquinas de la Baralt, la Cota Mil, y también las calles de San Bernardino, al pie del Ávila, esa montaña preciosa y amenazante, el caos de Petare y ese olor agrio y dulce de Catia, y los libreros de la Urdaneta, y la Pulpería del Libro y acaso, cómo no, los cafés de Chacaíto donde antes los poetas tomaban jugos de lechosa aunque se bebieran el día antes todo el whisky de Escocia. También extraño los valles de Aragua, y el mar pardusco de la cordillera central… Echo de menos Venezuela más de lo que ella me echa de menos a mí. La extraño, aunque me sienta incapaz de soportarla. Cada vez que nos encontramos, así sea en sueños, siento que ella no me reconoce y yo no la reconozco a ella. Quizá por eso no paro de escarbar mi propia tierra, hasta hacer sangre. Esté donde esté, seguiré buscándola.
[Esta es una entrevista de Guarapita, de Soy Arepita, a la recién galardonada escritora venezolana. Si quieres recibir este boletín todos los viernes, suscríbete aquí] |