Desde hace al menos 20 años los cuatro sectores de La Ceiba, asentamiento campesino con potencial turístico en Caroní, estado Bolívar, han sido de tradición pesquera. En el pueblo todos los caminos conducen al río Orinoco.
El lugar llegó a ser un sitio concurrido para la compra y venta de pescado a orillas del río. Los pescadores artesanales pescaban para consumo propio, para vender en el pueblo y para abastecer los mercados municipales de San Félix y Puerto Ordaz.
Pero desde hace dos años el combustible comenzó a escasear cada vez más hasta que la falta paralizó la pesca a gran escala. Eso porque sin contar con combustible para trabajar con botes a motor, los pescadores no pueden adentrarse al río Orinoco donde hay más peces, deben conformarse con pescar en la orilla, o remar a canalete durante tres o cuatro horas y pernoctar en el sitio donde salen a pescar, lo que los expone a la corriente del río, y al hampa.
Mientras antes podían pescar entre 80 y 200 kilos de pescado diariamente, ahora pescan entre 15 y 20 kilogramos de pescado por faena, que alcanza solo para la venta local y consumo propio.
Sin combustible ni llegan clientes a La Ceiba, ni se puede sacar mercancía. Del sitio solo quedan la hilera de caseríos con letreros colgando y en los que se lee “Hay pescado”, junto a las cavas donde los vendedores almacenan el producto.
“Aparte, para trabajar a canalete, tienes que ir con dos o tres personas más para que te ayuden a remar hasta conseguir un mejor lugar para pescar, y a ellos también hay que pagarles. Entonces aumenta la inversión que hay que hacer y se reducen las ganancias”, explicó José Figuera, pescador local que ha trabajado en el pueblo por al menos 40 años.
Figuera explicó que la estación de servicio más cercana que tienen es la estación vial Pino de Oro, que surte combustible a precio internacional cuando la ZODI así lo autoriza. Cuando logran surtir, casi una vez al mes, solo logran echar 40 litros que alcanzan para dos días de pesca.
“Para trabajar toda la semana necesitamos 20 litros diarios. Comprada, la ganancia se queda en la gasolina. Aparte como en el sitio no hay cobertura, nunca nos enteramos de cuándo la ZODI emite el comunicado”, dijo.
Figuera relata que antes de la escasez del combustible, lograba llevar hasta 200 kilogramos de pescado cada tres días al Mercado Municipal de Unare, en Puerto Ordaz. “Eran buenos tiempos, nuestra producción artesanal no era tan significativa, pero sí estábamos presentes en los mercados de la ciudad”, señaló.
La falta de ingresos también expuso a los pescadores a improvisar herramientas de trabajo o pescar solo con anzuelos, pues los trenes de pesca, dependiendo de los kilogramos, rondan entre los 70 y 170 dólares.
Ofrecimientos sin cumplir y atropello de autoridades
Los percadores artesanales del asentamiento campesino siempre han querido una cosa: que se les permita crear cooperativas privadas de pesca en agua dulce, y formar parte del sector pesquero formal.
Que el Estado los respalde para que su pesca local abastezca significativamente los mercados municipales de Ciudad Guayana. Pero es algo que nunca han podido concretar, pese a las visitas y ofrecimientos del Instituto Nacional de la Pesca y Acuicultura (Inapesca).
Los pescadores informaron que el organismo ofreció este año redes de pesca, trenes y anzuelos, pero no volvieron al sitio.
Los trabajadores a su vez solicitaron que cada bote sea matriculado para evitar que la Guardia Nacional los confisque. Las curiaras rondan los 150 dólares, por lo que no es un equipo de trabajo que pueda recuperarse fácilmente.
“Que nos tomen en serio, que nos registren como pescadores porque la Guardia se lleva nuestras curiaras y nos señalan como traficantes de combustible. Si no, nos confiscan los motores con combustible y tenemos que pagar 50 dólares o más para que no nos lleven presos”, afirmó Figuera.
No hay protección contra el hampa. José Ramón Machado, de 67 años, lleva toda su vida pescando en La Ceiba. Siempre visualizó a su familia como una cooperativa de pesca.
Con esfuerzo logró comprar un bote con motor para aumentar la capacidad de pesca diaria para vender en el mercado o a los mayoristas, pero el hampa se lo robó, junto a otros tres motores más de sus compañeros de faena. Desde entonces, pesca con anzuelo y una red pequeña.
El año pasado, a su hijo mayor, José Ramón Machado también lo asaltaron en el río: le quitaron el tren de pesca, lo desnudaron y tiraron en una isla. “Pasa con mucha frecuencia, y si el hampa no te roba, te roba la Guardia Nacional y te acusan de traficante de combustible”, expresó.
Los pescadores ven mermar la producción sin recibir respaldo estatal para recuperarla. Aunque siguen soñando con las potencialidades pesqueras y turísticas de La Ceiba.