martes, 15 octubre 2024
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Extranjeros y venezolanos de otras regiones consiguieron en Guayana un hogar lejos de su tierra

A Ciudad Guayana llegaron cientos de personas de distintas partes del mundo y el país que vieron una oportunidad de trabajo en su planificación y posterior dinamismo. Este es el relato de cuatro historias de guayaneses de corazón.

@joelnixb

La única ciudad planificada de Venezuela fue, desde su concepción, punto de encuentro de distintas culturas y nacionalidades. Extranjeros y venezolanos de otras entidades encontraron en Ciudad Guayana una oportunidad laboral y fueron testigos del auge de la polis, la vivieron y crecieron con ella.

Muchos se han ido, mientras que otros se quedaron y han sido testigos de su deterioro, pero guardan en su memoria los recuerdos más significativos de la ciudad que ayudaron a construir. Este jueves, al cumplir 59 años de fundada, algunos guayaneses de corazón contaron sus vivencias en este territorio industrial.

Entre las historias de estos guayaneses de corazón está la de la familia italiana Dramisino Ghiano. La entonces joven Giulia Ghiano y sus tres hermanos llegaron a Ciudad Guayana en un barco cargado de hierro que salió de Génova, Italia, y llegó al puerto de Matanzas en Puerto Ordaz. Era la primera semana de enero de 1961, veintiún días después de haber zarpado.

    Carlo y Giulia en su boda en 1966 | Foto Cortesía Giulia Ghiano

“Mi papá ya estaba aquí trabajando con Sidor y la compañía Russo S.A. y nosotros nos quedamos solos en Italia porque mi mamá también se vino después. Como mi papá conocía a gente en Sidor el capitán del barco nos trajo”, expresó Ghiano con un marcado acento extranjero. Los cuatro hermanos italianos de la ciudad de Turín (o Torino) emprendieron un viaje hasta Guayana para reencontrarse, luego de dos años, con sus padres.

Para ella el viaje fue “espectacular”. Recuerda que una mañana observaron la desembocadura del río Orinoco en el océano Atlántico, “vimos cocodrilos en arena, el viaje muy lindo porque vimos cosas que nunca antes habíamos visto. Cuando llegamos a Matanzas eso fue increíble, imagínate, tanto tiempo sin verlos”. Giulia, entonces de 14 años, y sus hermanos que no hablaban español se adaptaron poco a poco, haciendo suya una ciudad que no conocían.

Vivieron en el campamento de Matanzas. Luego su padre compró una casa en la urbanización Mendoza de Puerto Ordaz y estudiaron en el Loyola Gumilla, pero Giulia comenzó a tener problemas cardíacos. Un doctor le aconsejó guardar reposo y dejó de estudiar. “Mientras tanto una amiga de mi mamá tenía un negocio llamado Hogar compañía anónima y yo pasaba el tiempo en ese negocio y ahí conocí a mi esposo que era socio de esta señora (risas)… a los 15 años me enamoré y los 18 nos casamos”.

Giulia se refiere a Carlo Dramisino, quien nació en Sicilia y llegó a Guayana en 1956 a ejercer su profesión de topógrafo con la empresa FerroSim en la construcción del muelle de la Siderúrgica del Orinoco. En 1966, Carlo y Giulia se casaron en el Centro Cívico y los cuatro hijos de este matrimonio nacieron en tierras guayanesas, en el Hospital Américo Babó de Ferrominera Orinoco. Hoy tienen siete nietos, cinco de ellos venezolanos.

    Carlo Dramisino en Sidor | Foto Cortesía Giulia Ghiano

Dramisino participó en 1965, junto con otros compatriotas y trabajadores de Sidor, en la organización para crear el Centro Ítalo Venezolano de Guayana. Ese mismo año en casa del italiano Eliseo Ponta se firmó la primera acta. “Hablábamos de crear el club, ya que había una Casa Italiana en Ciudad Bolívar y aquí no había nada”, contó. Tiempo después los promotores solicitaron a la Corporación Venezolana de Guayana un terreno para construir el proyecto “para pagarlo a buen precio y a un plazo largo”, y poco a poco se fue construyendo el club.

“Vi una ciudad crecer, no muchas personas tienen el privilegio de ver algo así, para mí esta es mi segunda patria. Aunque quiero mucho a Italia, también quiero a Venezuela, aquí crecí y vi a mis hijos crecer”, expresó Giulia. Como proyecto familiar, el matrimonio fundó GuayanaFot, un estudio fotográfico en el edificio Turpial de la carrera Guasipati, en el centro de Puerto Ordaz. “Ahorita es difícil conseguir los materiales para las fotos, mi hijo hace ahora gigantografías y publicidad”.

“Acá en Puerto Ordaz hemos tenido una vida simple y sencilla pero muy buena porque hay mucha tranquilidad y calor humano”. Comentó que aunque con su esposo han viajado en varias ocasiones a Italia y Portugal, siempre vuelven a Guayana: “Aquí está mi casa, aquí es donde falleció mi papá, mi mamá y mi hermano. Me siento italiana y guayanesa, siempre volvemos porque creo que es nuestro destino”.

“Un amor a primera vista”

Germán Borregales, un abogado caraqueño de 71 años, llegó a Ciudad Guayana el 28 de noviembre de 1975 “en plena ebullición del plan IV de la Siderúrgica del Orinoco, la ampliación de Alcasa y la construcción de Venalum”. Llegó junto a su esposa Anunziatina por trabajo, ya que una empresa importadora de madera de Surinam lo contrató para asesorar las ventas. Sin embargo, descubrió que necesitaba otros horizontes. “Ya para aquella época, la capital era un pandemónium de tráfico y contaminación ambiental”.

Su primera visita la realizó 12 años antes y la describió como “un amor a primera vista, me impresionó la amplitud de sus calles y avenidas, la confluencia del Orinoco con el Caroní fue mágico para nosotros”. En una segunda vista, calificó a la ciudad como la única cosmopolita de Venezuela, “a donde íbamos a almorzar o cenar nos encontrábamos con personas de distintas partes de Europa, muchos se fueron, otros echaron raíces aquí”.


Germán Borregales y un amigo en el Parque La Llovizna en 1976 | Foto Cortesía Germán Borregales
     

Varias características de Guayana le llamaron la atención, entre ellas la limpieza, la organización de la ciudad desde el punto de vista urbanístico y la modernidad del proyecto de planificación, liderado por el general Rafael Alfonzo Ravard junto con el Instituto Tecnológico de Massachusetts y la Universidad de Harvard.

“Me llamó mucho la atención que ese proyecto no incluyera algunos aspectos de la fundaciones de las ciudades tradicionales del país. La Venezuela colonial dejó de herencia unos trazos españoles con plazoletas grandes en todos las ciudades del país, como las plazas Bolívar, pero Guayana no tiene una ni tampoco habían iglesias tradicionales”, expresó.

Comenta que la ciudad se ha desdibujado mucho, más cuando en los últimos 20 años ha observado la construcción de invasiones sin planificación urbanística haciendo que colapsen los servicios. “No hemos tenido buenos gobernantes locales capaces de mantener esa obra bellísima de la única ciudad planificada y ejemplo de América Latina. Me entristece haber vivido una época de oro en Guayana y ver cómo se desvanece frente al abandono”.

  Borregales y su familia en noviembre de 1975 llegando al puente Angostura | Foto Cortesía Germán Borregales  

Pese a ese sentimiento, Borregales sigue en Ciudad Guayana porque “cuando uno se enamora de un sitio y tiene la esperanza de que las cosas van a mejorar y fe de que el país va a cambiar, uno se queda. Mi esposa y yo amamos esta ciudad y la consideramos nuestra como si hubiésemos nacido aquí. Yo nací en Caracas, pero soy guayanés”.

Vinieron por un mes y han pasado 41 años

   
Juan Carlos Plata de árbitro en el Polideportivo Venalum | Foto Cortesía Carlos Plata

El argentino Juan Carlos Plata llegó a Ciudad Guayana el 22 de septiembre de 1979 con su esposa Luisa Alicia, quien tenía siete meses de embarazo. Solo vinieron a visitar a los padres de Luisa, quienes tenían algunos años viviendo en la ciudad. “Calculábamos que en un mes nos regresaríamos pero decidimos esperar a que naciera la criatura y luego irnos, nació en noviembre pero como estábamos en víspera de diciembre nos quedamos para pasar las fiestas”.

El suegro de Plata lo invitó a probar suerte en tierras guayanesas y “pasó un año, dos años, tres años y ya vamos por 41 años”. Como es técnico electrónico empezó a trabajar en un taller de electromecánica por su cuenta. Así levantó a sus cinco hijos. Lo que más le ha gustado hasta ahora es el calor humano de los locales, “la gente acá es muy agradable y muy dada, compartes como en familia, cosa que en Argentina ni en otros países se ve”, comentó.

Como buen argentino es apasionado por el fútbol. Desde su llegada practicó el deporte, participó en torneos y fue árbitro en juegos. Plata fue testigo del surgimiento de Mineros de Guayana y de los primeros logros del equipo negriazul. “Vivimos el inicio y cuando fuimos campeones”, dijo.

Plata se siente “súper guayanés” y dice con orgullo que tiene un hijo argentino y cuatro hijos venezolanos. Entre sus sitios favoritos en la ciudad sobresalen los parques Cachamay y La Llovizna y la Gran Sabana.

Sin embargo, ha visto el retroceso de la ciudad y lo califica como “una tranca al progreso”. Piensa que Guayana estuviese urbanizada hasta el kilómetro 70, si no hubiese llegado el actual régimen político. Pese a todo, es optimista y se queda en Guayana. “Tengo una hija que se fue hace unos años a Argentina y nos está diciendo que nos vayamos pero yo no me voy, yo me quedo acá. Acá tengo toda mi gente, mi familia y a pesar de todos los problemas la gente no ha perdido el cariño de compartir con las amistades y eso es muy bonito”.

  Juan Carlos Plata con su esposa e hijos en la plaza Benvenuto Barsanti (Los Tubos) | Foto Cortesía Carlos Plata  

Guayana, el destino que se repitió dos veces

    Mirla y su hija Daniela en el puente Macagua de Puerto Ordaz | Foto Cortesía Mirla Castellano

La barquisimetana Mirla Castellano llegó con 27 años a Ciudad Guayana en 1994. Vivía en Caracas con sus hijos Marcel Daniel de 9 años y Andrés Gabriel de 7 años. Vino a estas tierras porque su esposo, de nacionalidad portuguesa, estaba trabajando desde 1992 en el sector construcción.

Llegaron a Los Olivos y a Castellano la cautivaron las zonas verdes, la limpieza, el ancho de las carreteras, “era muy organizada, todo era bastante amplio, habían grandes supermercados, las trinitarias al entrar a la ciudad”.

A los niños les costó adaptarse al cambio de clima, “les molestaba el calor, también extrañaban a los amiguitos pero se fueron integrando”, dijo. Para Castellano fue fundamental llevar a sus hijos a las zonas recreacionales que tenía la ciudad para que se familiarizaran con este nuevo entorno. “Corríamos bicicleta en el parque La Navidad, en la plaza El Hierro, al Guri, íbamos a La Llovizna y al Cachamay”.

Con el paro petrolero de 2002 decidieron probar suerte en Portugal, pero siete años después volvieron a Ciudad Guayana a seguir trabajando en el área de la construcción. Castellano es ahora instructora de yoga y tiene un grupo llamado Las Divas del Yoga. Dice con orgullo que en Guayana nació su hija Daniela, de 19 años. “Ella ama la ciudad, la adora. Nos enamoramos de la ciudad, de los ríos, de su gente, me identifico con esta tierra con sus paisajes y con la música”.