@mlclisanchez
Hace un año, el 17 de marzo de 2020, el estado Bolívar entró en cuarentena por la pandemia de la COVID-19. Fue un día después de que el mandatario Nicolás Maduro decretara el estado de confinamiento en siete estados del país en principio: Apure, Cojedes, Vargas, Miranda, Zulia, Táchira y Distrito Capital. Hasta el 5 de marzo, Bolívar acumula 4.384 contagios, de acuerdo con las cifras oficiales, en un contexto de colapso hospitalario y, más recientemente, la llegada de la variante brasileña. |
A Magaly Pinto de 50 años, ex peluquera y pensionada, le tocó ver cómo conocidos enfermaban y morían de hambre. Aunque nunca creyó posible presenciar “aquella cosa”, y menos saber que para las cifras oficiales las muertes por hambre no existen.
También le tocó escuchar cómo en su barriada había quienes tenían planes de almorzarse al perro de la vecindad como medida desesperada para amortiguar el hambre o, como muchos echan mano de los conucos en el patio de sus casas, porque si bien no dan para comer tres veces al día, al menos llenan el estómago.
También le conmovió otra cosa, además del hambre de sus vecinos: que la migración forzada dejó a unos ancianos a la deriva y que muy pocos reciben la remesa de sus familiares en el exterior. “Pero no es solo el dinero, es el cuidado. Hay personas ancianas que ahorita no tienen a nadie”, dice ella.
Es por eso que, en plena pandemia, con un toldo blanco, sillas con mesas cuadradas de plástico en un espacio amplio del patio de su casa, un televisor y un par de máquinas de afeitar, Magaly, inició lo que hoy es la Fundación Embellecer al adulto mayor.
Un espacio que surgió durante la pandemia por la COVID-19 para apoyar con alimento, medicinas y atención en peluquería y barbería a personas de la tercera edad de los cuatro sectores de la comunidad Francisco de Miranda, ubicada en la UD-148 de la parroquia Dalla Costa, en San Félix, Ciudad Guayana.
Ella junto a su cuñada, iniciaron una red de 20 voluntarios y comenzaron a solicitar apoyo a las ferias de hortalizas y comercios de la ciudad para organizar sopazos en su casa para unos 600 ancianos del sector, además de articular donativos para tratamientos médicos.
Desde diciembre de 2020 hasta ahora han hecho tres jornadas de este tipo.
Y aunque la fundación es aún pequeña, y no pueden costear alimentación mensual para todos los ancianos que están en la nómina, ni ingresarlos a un régimen de recuperación nutricional, es esa la ruta, en alianza con el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
Aunque durante la segunda ola de contagios por COVID-19 tuvieron que suspender algunas actividades presenciales, todos los días llevan alimentos a por lo menos 30 ancianos de la comunidad con discapacidad motora.
Empoderar
La segunda ola de COVID-19 en la municipalidad no solo exacerbó los contagios, sino también trastornos de ansiedad, pánico y depresión. Por eso la organización intenta brindar compañía a los ancianos del sector, además de mantenerlos activos.
“Se nos ocurrió una idea no solo para que se mantengan activos sino para que también sientan que, pese a todo, pueden generar dinero por su cuenta: los patios productivos”, relata Magaly.
Lo que ella llama patios productivos es una dinámica de siembra de rubros que se puedan cosechar en tres meses, para luego organizar una vendimia en la comunidad para que los ancianos puedan vender sus cosechas, o lo que hagan con ella.
Magaly explica que es una forma de que los ancianos tengan compañía, se sientan útiles y generen ingresos por cuenta propia. Quienes sepan bordar, tejer, hacer manualidades, dulces o cualquier cosa que se pueda monetizar, también tendrían apoyo para generar ingresos, o al menos, ese es el sueño.
También intenta abrir espacios para enseñarles cosas, como el curso de pan que dictó a principios de marzo de 2021 para 22 ancianos.