jueves, 28 marzo 2024
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Colegio Río Orinoco se cae ante mirada indolente del Ministerio de Educación y Gobernación

La unidad educativa del que dependen 547 estudiantes tiene dos aulas sin techo, paredes enmohecidas, unos pocos bombillos, techos agujereados y nada de agua por tuberías desde hace 12 años.

@mlclisanchez

Lo poco que el hampa no ha logrado llevarse de la UEB Colegio Río Orinoco está en franco deterioro. Los docentes de la institución solicitan al Ministerio de Educación y Gobernación del estado Bolívar atender con urgencia la grave crisis de servicios básicos y el desgaste de infraestructura que padece el recinto, ubicado en el corazón del sector Brisas del Orinoco, en San Félix.

Este –como muchos colegios de la ciudad– ha sido un blanco frecuente del hampa desde inicios de la alarma sanitaria por la pandemia de COVID-19. La última vez, en mayo de 2021, los delincuentes se llevaron tres pocetas y las láminas del techo de cuatro salones de clase.

Con las láminas de zinc que quedaron, los educadores lograron techar dos aulas, pero dos salones permanecen sin techo. Los alumnos, mientras tanto, ven clases a la intemperie, debajo de una mata.

Los maestros relatan que el asedio de la delincuencia es tal que, al terminar la jornada del día, optan por quitar los bombillos de los portalámparas para que no se los roben y resguardan los alimentos que despacha el Programa de Alimentación Escolar (PAE) en sus viviendas.

 

La disposición de trabajar siempre ha estado, aún con tantas carencias que tenemos. La idea es seguir trabajando en beneficio de estos niños. Se habla de brindar una educación de calidad, pero eso pasa por reacondicionar los espacios de aprendizaje”

Yatsuri Martínez, subdirectora

 

Aunque docentes, padres y representantes han solicitado en reiteradas ocasiones al ente rector del Ministerio de Educación en Bolívar, Gobernación y Alcaldía de Caroní apoyo para patrullaje policial y materiales de construcción para restaurar su infraestructura, no han sido atendidos.

“No es justo y da tristeza que estemos así cuando el Gobierno se llena la boca diciendo que las escuelas están aptas para dar clases presenciales. No estamos pidiendo un favor, esto nos corresponde por derecho, pedimos a las autoridades que se aboquen a nuestra institución”, expresó Audimar González, una de las docentes de la escuela.

La UEB Colegio Río Orinoco es una de las cuatro escuelas más importantes de la barriada, pues ahí estudian 547 niños y niñas de preescolar a sexto grado.

“Es que la restauración de este colegio es una necesidad. Tenemos una matrícula por encima de los 40 niños por aula y aún vienen personas a diario solicitando cupo”, manifestó Yatsuri Martínez, subdirectora de la unidad educativa.

“Cuando llegamos de vacaciones quedamos en cero” 

Con el transcurrir del tiempo, las láminas de zinc del techo comenzaron a agrietarse al punto de parecer un colador, el agua ahora cae dentro de los salones y el moho trepó por casi todas las paredes, despegando la pintura e impregnando el ambiente de un olor asfixiante a humedad.

En el colegio hay dos aulas sin techo desde que el hampa se robó las láminas. Para solventar, los niños ven clases bajo una mata | Fotos William Urdaneta

Así está, por ejemplo, el salón de preescolar B. “Tengo niños que no puedo tener aquí porque sufren de asma, o les da alergia, entonces tengo que sacarlos del salón a todos”, explicó Yohanna Harneche, maestra de preescolar que da clases en este colegio desde hace dos años.

La humedad dañó casi todo el mobiliario, de las 27 sillas que tenía el aula, quedan 16, y de seis mesas quedan tres. Cuando no es el olor a moho lo que saca a los niños del salón, es la lluvia que se cuela desde el techo agujereado o desde las ventanas sin vidrios.

El salón de preescolar también se quedó sin baño operativo desde que se robaron la poceta. “Cuando llegamos de vacaciones vimos que nos quedamos sin poceta, sin útiles de preescolar, quedamos en cero”, dijo la educadora. 

El hampa también se llevó el cableado de una cocina y un fogón de la sala de cocina de la institución, que es el área donde al menos dos cocineras preparan diariamente el alimento para los niños. Ahora deben preparar la comida para 130 alumnos en promedio, con apenas dos hornillas, y eso implica más de cuatro horas de faena.

12 años sin agua por tuberías

 “La disposición de trabajar siempre ha estado, aún con tantas carencias que tenemos. La idea es seguir trabajando en beneficio de estos niños. Se habla de brindar una educación de calidad, pero eso pasa por reacondicionar los espacios de aprendizaje”, manifestó la subdirectora.

Martínez señala que la institución depende de cisternas de agua desde hace más de una década. Desde que el año pasado Barrio Nuevo Tricolor dejó de distribuir agua -en camiones para batir cemento-, los docentes deben pagar 40 bolívares semanales como mínimo para poder contar con el suministro: Una inversión de casi cuarenta dólares mensuales equivalentes a cinco veces el salario de un maestro.

 

En esas condiciones trabajamos aquí, y lo hacemos porque nos gusta nuestra profesión y queremos el bienestar para los niños. Pero de verdad es terrible trabajar así”

María García, docente

 

Para no colapsar los únicos cuatro baños que funcionan, muchos optan por utilizar el espacio del huerto escolar.

El colegio es apenas una muestra de la grave crisis de suministro de agua potable que padece Brisas del Orinoco, una de las tantas comunidades de San Félix en las que sus habitantes pueden pasar hasta las 2:00 de la madrugada recogiendo agua en cuanto recipiente tenga capacidad de almacenarla.

“En esas condiciones trabajamos aquí, y lo hacemos porque nos gusta nuestra profesión y queremos el bienestar para los niños. Pero de verdad es terrible trabajar así, con tantas carencias, necesitamos muchas cosas, acá ha venido mucha gente, candidatos, diputados, todos prometen, pero nadie cumple. Tengo 14 años en esta escuela y no he visto resultados en todo ese tiempo”, denunció María García, otra docente.

¿Qué hacer para seguir enseñando? 

Es la pregunta que se hacen todos los maestros de la institución. Aseguran que les ha tocado reinventarse para cargar con la responsabilidad intransferible del Estado.

Para comprar artículos de limpieza, insumos de bioseguridad y agua, los 19 docentes del colegio venden galletas a lo largo de la semana. Todos los fines de semana preparan sopas para la venta y organizan vendimias y rifas, según relatan.

“No es justo y da tristeza que estemos así cuando el Gobierno se llena la boca diciendo que las escuelas están aptas para dar clases presenciales”, denunció una maestra

“De ahí vamos recogiendo. Uno de los salones que se quedó sin techo es muy pequeño, y queremos lograr una ampliación. Con lo que recogemos estamos buscando una manera de comprar cemento, bloques…”, dijo la subdirectora.

Señaló que de vez en cuando reciben apoyo de negocios. Por ejemplo, recientemente una ferretería les donó piedras y arena para su proyecto de ampliación. “Buscamos cómo complementar ese apoyo. También deseamos acondicionar el baño de los docentes”, explicó.

El Ministerio de Educación aprobó el regreso a clases presenciales en medio de una profunda crisis que trasciende del ámbito sanitario y que el Estado propició al desasistir a las instituciones educativas.

Con paupérrimos salarios, los educadores tratan de resolver las carencias de la escuela. “Cada maestra busca la manera de solventar, de solicitar el apoyo de los representantes. Hacemos lo que podemos”, concluyó la subdirectora Martínez.