domingo, 16 febrero 2025
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Y a todas estas… ¿qué es la literatura?

Nietzsche dijo alguna vez que solo puede definirse aquello que no tiene historia, y la literatura, el más humano de los productos, está íntimamente ligado a las cambiantes transformaciones del tiempo.

@diegorojasajmad

Cuando le preguntaron a San Agustín lo que era el tiempo, el filósofo del siglo IV de nuestra era terminó dando una respuesta no muy convincente: “Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”. Lo mismo podríamos decir si nos interrogasen acerca de lo que es la literatura. Todos estamos en capacidad de reconocer una obra literaria cuando despliega sus redes, podemos percibir sus invisibles campos magnéticos que atrapan la atención de los lectores, pero a la hora de definir esos rasgos que convierten un texto en literatura, el balbuceo y la ambigüedad agustiniana hacen su aparición.

Dicen los expertos que definir consiste en señalar las cualidades esenciales, aquello que solo posee ese objeto que se intenta describir y que comparte con los demás objetos de su misma especie. Pero, ¿qué es aquello que tienen en común todas las obras literarias del mundo? El problema, que lleva más de dos milenios en discusión y que aún no llega a su fin, desde Aristóteles hasta nuestros días, es que precisamente no hay un acuerdo universal, ni histórico, ni social, en esas características o cualidades que un texto debe tener para que pueda ser considerado como literatura. Esta es la razón por la cual en el conocido Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria, Marchese y Forradellas comienzan diciendo: “Es difícil -si no imposible- encontrar una definición omnicomprensiva y plausible de qué sea literatura”. Quizás por ello debamos cambiar la pregunta y en vez de interrogar acerca de qué es la literatura, deberíamos indagar por lo que va siendo de ella en cada momento y en cada lugar.

Algunos han dicho que una obra se considera como literatura cuando emplea un lenguaje distinto al de la vida cotidiana, cuando usa metáforas, símiles y otras figuras retóricas que dan un tono peculiar a lo dicho. Otros han señalado los formatos, los soportes o los temas como elementos que definen a lo literario. Varios han insistido en que lo literario no está en ninguno de los elementos anteriores sino en el lector, pues es este, en definitiva, quien decide qué es y qué no es una obra literaria. Precisamente por las variedades del gusto, de los valores y del uso de los recursos del lenguaje ha sido imposible definir a la literatura y por ello se prefiere el término de noción para señalar que cada comunidad y cada época tendrá sus preferencias por designar como literatura a unas cualidades particulares. Tal vez por ello una definición de literatura siempre será una expresión de lo que en un momento o época particular se entienda como tal. Una fotografía de lo contingente.

Nietzsche dijo alguna vez que solo puede definirse aquello que no tiene historia, y la literatura, el más humano de los productos, está íntimamente ligado a las cambiantes transformaciones del tiempo.

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Escribir en sueños. Hay libros que primero fueron vistos en sueños y luego hechos realidad. Se dice que Misery, de Stephen King, Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach, Frankenstein, de Mary Shelley y El Extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson, entre muchos otros, fueron producto de un sueño. El caso más notable de obra literaria creada mientras dormitaba el escritor es Kubla Khan, del poeta inglés Samuel Coleridge. Coleridge soñó con un poema de alrededor de trescientos versos y, al despertar, tenía tan vívido el recuerdo de aquella obra que se dispuso a transcribirla. Mientras hacía este trabajo recibió una visita inesperada y, cuando logró retomar la tarea, solo pudo recordar cincuenta versos. Aún así, inconcluso, el poema es de una extraordinaria belleza y profundidad.

Soplar el polvo del olvido. El primer poema de tema venezolano es el que lleva por título Los actos y hazañas valerosas del capitán Diego Hernández de Serpa, compuesto por Pedro de la Cadena entre los años 1563 y 1564. Pedro de la Cadena fue un soldado español de la conquista hispanoamericana y en su obra, dividida en XVII actos, describe la historia y costumbres de aquellos ásperos años de violencia y asombro entre Cubagua y Nueva Segovia. Este poema fue compuesto antes de La Araucana (1569) de Alonso de Ercilla y de Elegías de varones ilustres de Indias (1589) de Juan de Castellanos, así que no hay dudas de su importancia en el recuento de nuestras letras. A pesar de su valor, sigue en el olvido o como simple curiosidad de bibliófilos.

Leer es escuchar con los ojos. “Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos, pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos, / y escucho con mis ojos a los muertos”. Francisco de Quevedo, siglo XVII.

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