El terrorismo es multifactorial, envenenado de fanatismo. Es muy enrevesado. Es un arma letal que se activa en el inframundo de la oscuridad y la impiedad, y que ha variado a través de la historia como lo demuestra Walter Laqueur (1921-2018) en su libro La guerra sin fin. El terrorismo del siglo XXI (2003). Publicado a propósito del atentado contra las torres gemelas, tragedia que marcó un momento axial en la historia de la humanidad y abrió una nueva fase en el terrorismo. Con un liderazgo de colectivos de orientación fanático-religiosa, con lo que buscan dejar en el pasado las motivaciones políticas.
Como la mafia, el terrorismo no admite la indiferencia como respuesta. Por eso un libro de 370 páginas se lee rápido porque despierta un genuino interés. Su conclusión la denominó La guerra contra occidente. Allí Laqueur despliega un conjunto de reflexiones en torno al carácter transicional del terrorismo de aquel momento, que acrecentó, todavía más, su peligrosidad. Laqueur describe las obsesiones que abandera el terrorismo de estos tiempos, como son: la yihad, la antiglobalización, el radicalismo político, la nueva izquierda, la tercera postura, conflictos por fronteras difusas, armas de destrucción masiva y terrorismo de Estado.
Me quiero referir a esto último, porque la estatocracia socialcomunista ha elegido aliarse con transgresores -sus socios preferentes- sancionados y cuestionados por la comunidad internacional. Fortalece vínculos indisolubles con formas de violencia inadmisibles en un sistema de libertades, y protege delincuentes en nuestro territorio, a quienes se les concede la ciudadanía con todos los privilegios, que les son negados a los nativos. Aprecio, entonces, una sintaxis -esto es una perfecta relación lineal- entre dictadura, estatocracia y terrorismo de Estado.
Un nombre recorre el libro de Laqueur de principio a fin. Se trata de Hezbolá, que significa Partido de Dios, y que es uno de los grupos terroristas chií de mayor presencia en el planeta desde 1982, cuando insurgió en el Líbano. Laqueur analiza lo qué significa terrorismo de Estado, y se centra, básicamente, en el vínculo entre Irán y Hezbolá, desde que Rujollah Jomeini desplazó al Sha Reza Pahlevi. Hezbolá, tan familiar para nosotros, ha contado con el apoyo de la teocracia iraní, lo que le ha dado la solidez económica y militar para mantener su poderío durante todo este tiempo.
Siempre me ha costado entender cómo clérigos y sacerdotes han usado la violencia y el terror como instrumentos de expansión de su fanatismo religioso. Y aunque siga sin entenderlo, allí están los cruzados y los ayatolas para demostrar que, tanto en el pasado como en el presente, la religión ha sido instrumentalizada para la violencia y la muerte. Incluso para el suicidio, como el impulsado por el ayatola Rafsanjani, quien lo promovió como arma: “Los terroristas suicidas… aparecieron en el Líbano en 1982-83, y los primeros atentados fueron obra de Hezbolá y la Yihad Islámica, organizaciones chiitas entrenadas, equipadas y financiadas por los iraníes” (Laqueur.135).
Sería ingenuo creer que la teocracia iraní sólo se ha vinculado con Hezbolá. También ha fortalecido sus lazos con grupos terroristas de Afganistán, con la Yihad islámica Palestina, con Al Qaeda. Sin dejar de participar en varias iniciativas para derrocar al Gobierno de Jordania. Igual el Ejército Revolucionario Iraní y el Ministerio de Inteligencia y Seguridad, han intervenido en Siria, Líbano, Turquía, Asia Central, Paquistán y, claro, en la reciente guerra desatada por Hamás contra Israel. Los regímenes socialcomunistas de América Latina le han abierto las puertas de par en par a los ayatolas, lo que les ha permitido una mayor expansión de su poder, que Laqueur no barruntó, porque su libro fue publicado en 2003.
Irán ha tenido un peso destacado en Venezuela desde los inicios del siglo XXI. Con gran velocidad se firmaron convenios militares y económicos, de tanta importancia que fue abierta una ruta aérea entre Maiquetía, Damasco y Teherán. Pocos saben quiénes eran los pasajeros y qué se traía y se llevaba en los vuelos semanales. Pero si hay algo que me resulta claro, es que Hezbolá es el puente entre Irán y Venezuela.
Agridulces
Oriana Fallaci (1929-2006), defensora de la libertad y de la civilización occidental publicó Apocalipsis (2004). Se trata de una entrevista a sí misma, mientras enfrentaba los estragos de un cáncer incurable. En ese libro se refiere al objetivo de las fuerzas más inteligentes del islam mundial, en cuyos planes está la conquista de Europa, que busca superar las fronteras de Al Ándalus. Quieren ocuparla en su totalidad, incluso los países nórdicos,