Hace unos años un laureado del premio nobel de economía dijo que las constantes crisis económicas disminuirían si la gente fuese más juiciosa con su consumo y comprara lo realmente necesario. De sus palabras se desprende que el uso del dinero, en su forma más absurda, es una cadena de cuentas detrás de una liebre inatrapable.
Si hay una historia que muestra el consumo como ilusión, es la del filme Wall.E (2008), donde un robot se queda en la tierra para recoger la chatarra del planeta. En este filme animado de Andrew Stanton, Wall.E no lo piensa dos veces para botar un diamante al tiempo que guarda una plantita germinada como el más extraordinario tesoro. Ahora bien, aun cuando la historia tiene un corte “verde”, quisiera extraerla del ruido político del ambientalismo. Aun cuando el filme pareciera centrarse solamente en la sociedad estadounidense, invito a ver cómo la historia refleja los valores decadentes de la modernidad.
Wall.E cautiva por su sencillez. El personaje encierra un significado insondable a primera vista, uno que habla y toca un tejido, una fibra y no sabemos exactamente cuál. Ha habido ensayos que vinculan al personaje con Prometeo en su amor por los seres humanos o con otros héroes mitológicos y religiosos, pero las comparaciones no terminan de cuadrar. En lo que sí acierta la búsqueda es en que el personaje es un arquetipo del amor heroico.
Dice el analista Joseph Campbell que los mitos no se inventan ni se buscan, sino que se hallan, se reconocen. Según él, son los poetas quienes los hacen emerger de algún escondite de la mente donde yace un mensaje. Me atrevo a decir que el heroísmo de Wall.E estriba en su poder para ver y diferenciar la basura de lo que no. En su andar por el botadero, se ha mantenido activo gracias a las partes que encuentra de sus otrora compañeros. Él amalgama el conjunto y queda como único robot rodante sobre la tierra. Trabaja todos los días para limpiar y como fruto de su esfuerzo, del suelo ha brotado una planta que le hace compañía.
El heroísmo de quien sin tener nada, es. No hay vacío en él sino plenitud. Gracias a él, germina la semilla y su andar solitario en el botadero cobra más sentido. Dicho esto, me sumo a la inquietud del laureado economista ¿y qué es lo importante a la hora de comprar? Alguien diría, una velada con los amigos, una canción de rocola para bailar o llorar, un capricho del día.
Y que no falte, claro, el agua, la energía, la luz, la salud, la educación, la belleza, vaya si lo sabemos. No puede uno salirse del tema político, pero hay algo más, porque la respuesta yace en el buen uso del dinero. Porque si la corrupción está acabando con la esperanza de futuro, con los legados culturales, con los bosques y las playas a causa de una explotación desatada e irresponsable, es porque hay seres devoradores que no saben parar. He allí el reto de la alta política, evitar los excesos de poder que arrojan a una nación al laberinto. Uno donde el robo descomunal deviene en un despilfarro elevado al infinito. De una corrupción que compra y destruye todo en su paso detrás de la liebre indetenible.
La gente y el poder. Detrás de los problemas con los números, yace un poder de falsas ilusiones.