En Venezuela, un cuarto de siglo ha pasado ante nuestros ojos, en un trayecto de engorrosas y dolorosas alternativas si se puede decir que, aunque rápido, igual ha sido en cámara lenta. En el proceso hemos visto cumplirse cada trance, casi siempre más inverosímil o amenazante que el anterior, y donde cada área o rincón de la sociedad nacional se ha venido postrando hasta hacerse ruinas y escombros. Evidencia de esto es cuando a finales del año 2023 observamos a las autoridades del estado Bolívar ufanarse de supuestamente normalizar la distribución de combustible -luego de al menos 10 años- en lo que seguramente será una nueva treta electoral, o que otros mandatarios locales siguen con el guión de las bailantas, mientras el régimen bolivariano impulsa un referendo como estrategia política usando el señuelo del nacionalismo para propiciar, según el manual dictatorial histórico la recuperación de la popularidad perdida. Al escuchar la propaganda que resbala ante un panorama estructuralmente carcomido y hundido para la cotidianidad de la gente; la conclusión es que las voces del discurso social de la revolución se extinguieron, quedándose sin mensajes, ni banderas que ya no hayan incumplido. Nunca como ahora (ya que también la clase política opositora está paralizada) pueden percibirse los signos de un cambio de época tan marcado: el comienzo de un tiempo que aúlla en la sonora brisa popular que acompaña su llegada.
Luego de la sorpresiva movilización del 22 de octubre pasado y, sobre todo, de la emoción que despertó un acto esencialmente ciudadano por encima de cualquier oferta política, los factores de poder (el régimen con su penosa corte de pequeños mandaderos) y las organizaciones partidistas han quedado haciendo maromas para recomponer sus acostumbrados ritos de lo que en términos normales sería la gimnasia política. No es cualquier acción entreverada, puesta en el campo de las sutilezas y de las composturas estratégicas, lo que le dará tranquilidad a la población que tomó la determinación de exigir y luchar por cambios profundos. De allí el ambiente de confusión y atolondramiento en el que destaca que ni siquiera las extravagancias como forma de provocación de otros momentos por parte del chavismo surten efecto o reacción al otro campo donde la población “respira, sonríe y va despacio”, como recomienda el monje budista Thich Nhat Hand. El resto del espacio político, hasta ayer voz altiva (y errática) de la presunción de alternativa democrática, se empecina en contemplar sus limitados “aparatos organizativos”, sin prestar atención a lo que se redefine en el mensaje soberano, al sentir social colectivo y a la trascendencia del discurso que reclama democracia. Mensaje que ahora con una sólida elección debe profundizarse y hacerse nuevo en siguientes batallas contra la intención de poder indefinido del modelo bolivariano y a prepararse en proporcionar los empujes a la realización de elecciones libres y justas el próximo 2024.
Estado de bienestar y de derecho
La DEMOCRACIA es consustancial a la libertad, al Estado de Derecho y al pleno bienestar de la sociedad. Hacerla vigente y sustentable en logros y obras es obligación del liderazgo conductor al futuro inmediato venezolano. Demasiadas penurias y sufrimientos indican la responsabilidad de cada familia y ciudadano, con el desarrollo y la transformación radical a lo que hemos vivido las últimas décadas del modelo de la revolución, pero también de los remantes de vicios y taras culturales en el tránsito nacional que han impedido el salto grande a la modernidad, y con esta, a la productividad y mayor felicidad.
Es un programa nacional que se desprende de la experiencia, del aprendizaje de los ensayos y errores, incluyendo la pesadilla roja que nos hizo retroceder a manifestaciones autoritarias que pensamos superadas. Por eso el protagonismo de la sociedad debe hacerse valer; camino que ha empezado su recorrido. Participación, leyes y normativas para ensanchar la conciencia de la defensa de la libertad, la profundización del ejercicio democrático y de las instituciones. Normas, no para la persecución en el rasgo punitivo o para que se conviertan en letras muertas, tal como hoy son gran parte de los mandatos de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Leyes y legalidad para forjar la cultura de la formalidad y no sea esta confundida con la sencillez o el anti parabolismo. Para que los venezolanos sembremos valores, recuperemos tradiciones, cultivemos la historia y nos empinemos en los méritos, el talento y el trabajo constructor. De allí que los liderazgos tengan que ser otros; aquellos que entiendan que el país cambió; los que se representen en los códigos de los jóvenes, las mujeres, profesionales, trabajadores en el sentir urbano del que tenemos pericia. Las organizaciones rígidas, caducas o aquellas que se suponen nuevas porque invocan pensamientos y posturas de moda en temas que merecen, por sobre todo, el acuerdo social, no pueden seguir dirigiendo a una sociedad que ha visto a sus élites ceder en sus principios, arrinconarse en el colaboracionismo o en la mirada estancada; usar de escudo la huida a la dignidad, la ética.
Son otros los nombres y organizaciones políticas que necesitamos para debatir y dirigir Guayana y Venezuela, corroborado con creces en la figura de la candidata María Corina Machado, pero es algo más grande que una líder o una presidente, que la vamos a tener. Ya los aires de la presión popular están aquí. ¿Cuánto habrá que esperar para que la solución a la trampa del secuestro del Estado venezolano termine? La harta experiencia de movilizaciones, protestas, comicios fraudulentos, persecuciones, muertes y gigantesca diáspora hablan suficientemente de que no hay que ponerle fecha a los finales; eso sí, el hartazgo ante la tragedia y la miseria no va a devolverse: es decir la revolución no tiene compañía en ningún sector social.