La oración
Oh, Dios, creador de los cielos y la tierra, me presento ante ti para implorar por mi nación. Para que con tu omnipotencia detengas el reciclaje de sangre y muerte que encadena a grupos de detenidos para reemplazarlos por otros y así continuar alimentando el poder perverso que envenena la tierra. Recluidos, ocultos, invisibilizados por la farsa pública y una fabricada incredulidad, los presos políticos son los rehenes de un régimen dispuesto a destruirnos.
Te pido ¡Oh altísimo! No permitas más nunca las desapariciones forzadas e ilegales en este país ni que nunca más exista un centro de tortura. Aunque eres omnipresente, permíteme nombrarte sólo algunas de las celdas infernales donde han estado estos detenidos: El Sebin, “Guarimberos”, “Las escaleras”, “El Tigrito”, “La tumba”, “El bañito”, los centros clandestinos de detención en quintas, Fuerte Tiuna, Ramo Verde, el Helicoide, y en Boleíta, “el cuarto de locos”, “El submarino”, “La casa de los sueños”. ¡Ah!, y no nos olvides, porque las posiciones de crucifixión siguen vigentes junto con la maldad.
La conversación
En ti vemos la esperanza de justicia. En el imaginario de los antiguos indoeuropeos apareces como un Dios de los rayos que ve la tierra desde las alturas, pero con tantos sufrimientos terrenales, ya ese Dios, sea pagano o no, se nos antoja lejano. Distinta es la concepción de los místicos, en la que tú moras dentro de nuestro cuerpo como parte de la creación, y desde allí nos hablas en sueños o formas inusitadas que raras veces sabemos escuchar o entender.
Extrañamente, es en el libro sagrado de Job, no la única versión de esa historia en el antiguo medio oriente, donde apareces como un ser omnipotente que muestra el mal y el bien como parte de un todo. Sin embargo, como los hebreos no son griegos, es decir, no les gusta la tragedia, anexaron el epílogo del capítulo 42 porque les era inconcebible que el Yo Soy eterno que eres, permaneciera insensible ante los hombres justos. Veo el dilema como una paradoja y, de acuerdo con la intuición hebrea, sigo abogando por la plenitud del ser y la libertad, y esa es mi apuesta, la de apelar a tu magnanimidad. Pero siendo una paradoja, tu indiferencia es asimismo real. La concepción de la soledad humana ante la creación sigue siendo de una lógica aplastante.
Las últimas palabras de Jesús en la cruz “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” provienen del primer versículo del Salmo 22, que expresa esa intensa dualidad tuya. La violencia que debió enfrentar tu hijo y mensajero antes de morir es todavía desgarradora. Depende de cómo se le mire, las palabras de Jesús “mi reino no es el reino de este mundo” nos vuelven a colocar ante la soledad que es sólo superada por un estado del ser. Es curioso que, alguien como Albert Camus, de quien difícilmente esperemos una exégesis, para mí ha resuelto el acertijo: somos los seres humanos quienes hemos de resistir y darle significado al mundo. No hay falla.
Pienso en cuántos hombres de ciencia están silenciosamente tras tus huellas. En estos días se publicó un trabajo sobre la llamada Edad de piedra, que fue anterior a lo que se pensaba y que, además, no era tanto de piedra como de madera. No se supo esto antes porque no había evidencias, la madera no es un material resistente al tiempo. Ahora los arqueólogos están entusiasmados. Conociendo ahora de la habilidad de los hombres de esa era para trabajar las cortezas de los árboles, llegan explicaciones sobre su vida diaria. Se preguntan por qué montaban terrazas de madera en las zonas altas y creen que era para “apreciar la belleza del paisaje”. Una imaginación de lo más cálida. Al menos en el breve artículo no mencionaban la violencia, una que ha estado incrustada en la memoria desde los inicios.