“Coman pasteles”, habría dicho por allá, a mediados de 1700, la princesa María Antonieta de Austria en tiempos lúgubres en que la monarquía derrochaba presunciones y riquezas y el pueblo francés reclamaba porque no tenía qué comer. Dos siglos después, en pleno 2020, la revolución bolivariana apela al consejo no tan exquisito de aquella monarquía del siglo 18, pero en estricta condición de “nobleza” (comportamiento de los varones y varonas de la nomenclatura socialista, de cara al hambre que generan numerosas protestas en las ciudades de Venezuela), de ofrecer rollos de mortadela para que supuestamente la “paz” vuelva a los estómagos, la atención se enfoque en la pantomima de elecciones controladas por la revolución y para que el enemigo siga siendo el terrible Míster Danger imperialista, punto donde por cierto se han sumado con marchas y contramarchas voces que han confrontado al régimen e incluso instancias que hasta ayer nada más invocaban la oración, pero también acompañaban sin remilgos el combate por la dignidad y el rescate del orden constitucional.
A nadie debería sorprender la protesta que se manifiesta con firmeza y claridad por los derechos de todo tipo en el estado calamitoso del país y sobre todo en aquellas poblaciones distantes del centro de las decisiones, inclusive en su propia entidad, donde la ruina se traga todo y las autoridades solo aparecen para mostrar la ostentación de sus riquezas personales. De hecho, a la gente esto no le genera sorpresa, pero la mortadela -y el alacrán- establecen la comprobación de hasta qué punto la burla es símbolo e imagen del mensaje político venezolano; elemento que ya en campañas electorales anteriores se había observado con candidatos de la revolución montados en burros o protagonizando espectáculos que resumen la oferta de su comunicación. Pero la mortadela es signo por igual de quienes acompañan la charada-negocio desde partidos secuestrados e impuestos. Es sintomático el divorcio de personalidades, factores y organizaciones de la dinámica política dictatorial (excepto Guaidó y diputados, con sus errores, en representación de la AN y del resquicio de institucionalidad nacional) que pretenden las luchas con trabalenguas discursivos y cálculos de poder, sin medir en su justa dimensión el sufrimiento y hartazgo de los venezolanos. Ya hay explosión de movilización que sobrepasa posturas e imposturas de los que evaden esa realidad. Se ratifica que la libertad y la democracia, para su obtención y permanencia, tienen que mostrar resistencia y firmeza de los pueblos frente al totalitarismo, sus camuflajes y las formas “civilizadas” del colaboracionismo.
La luna de Fausto
Aun en medio de la pandemia de la COVID-19 hemos estado apuntando cómo la sociedad del estado Bolívar abre brechas a las penurias y ausencias efectivas de autoridades y del Estado fallido. La resistencia democrática y libertaria no es una condición abstracta ni las luchas son los largos rosarios de diagnósticos perfectamente construidos desde el análisis teórico. Hay ejemplos: las manifestaciones de voces graneadas del conflicto social a lo largo de los últimos meses (con desplazamiento similar a serpientes mortales) en Ciudad Guayana; la detonación de la protesta masiva en el municipio Padre Chien, azotado por el hampa, los asesinatos y el vacío de los gobernantes; las trompetillas a actos electorales en Upata… son todos episodios que muestran un panorama que toca la campana de alerta de la Guayana que no resiste más. Es la hora del derecho a la protesta colectiva, la invocación a la Constitución nacional secuestrada.
De allí que los diputados nacionales, cuyo propósito mil veces repetido es el rescate del orden constitucional, han de sortear con mas ahínco y dinamismo las trabas del régimen y de la pandemia para acompañar el clamor en el estado Bolívar. No pueden propiciarse los argumentos manipulados que arrecian contra la presidencia encargada y contra el Parlamento. Ahora debe puntualizarse: son, particularmente en este estado, los grupos que han venido organizándose como defensores de los derechos civiles y políticos a los que les corresponde integrar la vanguardia de las tareas y las orientaciones de la primera fila. No para discursos interminables, reuniones rituales, ni para fomentar el antipartidismo, sino para poner el acento en el amplio y hondo ejercicio ciudadano por la democracia; acento que las organizaciones partidistas de la región evaden desde la figuración personal o grupal, la falta de compromiso social y los cálculos de las “ganancias” entre la destrucción socialista, que unas elecciones fraudulentas o elecciones libres (cuando ocurran) les puedan permitir.
Brilla la luna de Fausto, la de los seres monstruosos. Es inocultable el infierno que ataja la calidad de vida. El derecho a la protesta cívica que exige el cambio del régimen es la verdad para encarar la animalidad calculada por los socialistas del siglo XXI, ahora con el símbolo de la mortadela: los pasteles de María Antonieta en el reinado de Luis XVI de Francia.