I
En el imprescindible y conocido estudio de 1979 titulado The Madwoman in the Attic: The Woman Writer and the Nineteenth-Century Literary Imagination, las profesoras Sandra Gilbert y Susan Gubar dan cuenta de la recurrencia de temas e imágenes presentes en obras literarias escritas por mujeres, de variadas épocas y geografías, que incluyen a Charlotte Brontë, Mary Shelley, Jane Austen, George Eliot, Emily Dickinson, Virginia Woolf y Silvia Plath, entre otras. Esas similitudes de las obras, según Gilbert y Gubar, se concentran en: “Imágenes de encierro y fuga, fantasías en las que dobles locas hacían de sustitutas asociales de yoes dóciles, metáforas de incomodidad física manifestada en paisajes congelados e interiores ardientes: estos modelos reaparecían a lo largo de toda esta tradición, junto con las descripciones obsesivas de enfermedades como la anorexia, la agorafobia y la claustrofobia”.
Esa voz común, ese coro de ansiedad predominante en las escritoras del siglo XIX y parte del XX podría explicarse, al decir de Gilbert y Gubar, “por un impulso femenino común hacia la lucha para liberarse del encierro social y literario mediante redefiniciones estratégicas del yo, el arte y la sociedad”.
Este motivo, conocido como el de la “loca del ático”, y que tiene por modelo al personaje Bertha Mason, tomado de la novela Jane Eyre (1847) de Charlotte Brontë, representa a la mujer que ansía libertad y voz propia pero que termina castigada por “irracional”, “libertina” y “violenta”, por intentar quitarse la máscara impuesta, por no encajar en los estrechos corsés de la sociedad. En la novela de Brontë, Bertha Mason es encerrada por su esposo Edward Rochester en una habitación, en el desván, para así ocultar esos supuestos desvaríos.
Aunque el contexto sea otro, y a pesar de las conquistas sociales y legales alcanzadas, el siglo XXI sigue exigiendo de las mujeres una explicación de su situación ante el mundo, obligándolas a una constante búsqueda de identidad, a una permanente inspección crítica de su cuerpo, a reprimir el grito de insatisfacción ante los prejuicios y papeles sociales asignados, a buscar nuevas formas de expresión que les permitan decir a sus anchas.
Estas parecen ser algunas claves de lectura fundamentales para comprender la nueva novela de Sol Linares.
II
Luego de Percusión y Tomate (2010) y de Canción de la aguja (2013), Mamás por WhatsApp se nos presenta, tras ocho años de “silencio novelesco”, como la tercera obra narrativa de largo aliento publicada por Sol Linares.
Esta historia contada por Silvia Buenafuente, ingeniera civil y millenial, divorciada, con una hija que vive con su exesposo, y con quienes se relaciona la mayoría de las veces a través de las redes sociales, nos hace recordar a Octavia Tavita Fernández, personaje de Percusión y Tomate, también mujer de cuarenta años, divorciada, que busca rehacer y dar sentido a su vida; trama que la autora aprovecha para tejer en ella discursos que van desde lo humorístico, lo introspectivo filosófico, lo poético, hasta pasar por el análisis sociológico y de denuncia social. Eso mismo encontramos en Mamás por WhatsApp, con un mayor dominio de la escritura y de los espacios en blanco, debido quizás a la maestría forjada en las lecturas y prácticas de creación que de seguro estuvo tramando en esos ochos años previos de silencio.
III
El ático del siglo XIX invisibilizó sus muros y mutó, paradójicamente, a la forma de redes sociales. Lo que imaginamos que debía ser posibilidad de libertad y encuentro, de puente, de vínculo estrecho e inmediato con los otros, terminó siendo cárcel de apariencias, levadura de polémicas sin sentido, tutor de la distracción y de lo efímero, comunicación sin sustancia, espacio de construcción de identidades sin arraigo. Con las redes sociales confundimos, aún más, la realidad y el disimulo.
En Mamás por WhatsApp, esas redes sociales se presentan como el desván sin muros, el cuarto propio sin paredes de Silvia Buenafuente: un haz de fragmentos, de algoritmos, de mensajes de texto donde “todo se va mezclando, el amor y el temor, el llanto y la risa, imágenes brutales y memes jocosos” (Cap. 180), que leídos en conjunto, al modo de pequeñas teselas, van construyendo el mosaico de la visión introspectiva y problematizadora de la protagonista acerca de la relación con su familia, con la sociedad y con ella misma. El viejo desván, que servía de prisión y a la vez de refugio, se convirtió en plaza pública virtual de almas sin cuerpos, a la vista de todos, que cabe en la palma de la mano:
“El WhatsApp es mi café-bar, la banca de plaza, la estación del metro, la disco y el patio donde solíamos bajarnos una botella de ron con coca cola y limón. Todo lo que llega de mis amigxs son sus fotos y sus voces. El mundo y sus almas caben en mi teléfono de 16 gigas” (Cap. 46).
En ese ático de paredes invisibles, Silvia Buenafuente expresa, sin máscaras (como se declara en el epígrafe tomado de Yourcenar: “La posibilidad de quitarse la máscara en todas las ocasiones es una de las raras ventajas que reconozco de la vejez”), sus posiciones y conflictos acerca de la maternidad, el divorcio, la sexualidad, el envejecimiento, el trabajo, la familia, las amistades; todas desparramadas en diversos mensajes de texto que hablan al futuro, sin esperanza de redención, y dirigidas a la mujer adulta que llegará a ser su hija:
“El problema de confesarse: Llevo un diario, detalles de yo mujer, a la mujer que serás. No es cierto, me hago la Virginia Woolf, la desencantada. ¿De dónde ese tono de mujer que escribe desde una cárcel? No hay río Ouse para mí, no meteré piedras en mis bolsillos” (Cap. 141).
Confesión de vida en medio de memes, filtros y gifs…
IV
Una Medea con Facebook. Una María Eugenia Alonso con Instagram. Un muro de Facebook administrado por Bertha Mason… Eso es Silvia Buenafuente.
V
Las redes sociales, en esta novela, constituyen una presencia esencial más que accesoria. Esa contradicción que se nos ofrece desde el título (Mamás/WhatsApp, Afecto/Distancia), vertebra toda la narración, cuestionando la posibilidad de conciliar lo humano con lo tecnológico, la identidad con lo atemporal y extraterritorial, la sinceridad con las máscaras de los filtros, y llega a alcanzar sus tonos de mayor reflexión y esteticismo en los mensajes que Silvia Buenafuente redacta para su hija:
“¿Cuánto es la raíz cuadrada de una rosa? ¿Cómo alguien, sin hablar, te hace creer en Dios y en todo?” (Cap. 34).
Pero no es solo un asunto de temas. Además, la lógica del WhatsApp sirve a Sol Linares como estrategia discursiva general que le impele al discurso fragmentario y fugaz, de retazos, con varios personajes sin nombre propio, sin la definición de tiempos ni espacios concretos, sin cierres definitivos de las tramas que “dejan en visto” al lector; así mismo como suele suceder en las redes sociales.
VI
En cierta ocasión, el escritor Alessandro Baricco afirmó que su novela Seda era Instagram por estar elaborada sobre la base de textos cortos, narración ligera, rápida y abundante en descripciones de paisajes.
Esta nueva novela de Sol Linares puede leerse como una cadena de WhatsApp sin desperdicio alguno.