jueves, 23 enero 2025
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Un problema que NO tenemos  

El régimen venezolano pretende erigirse en una tiranía hereditaria casi que de corona, mientras que, a sus aliados españoles y asociados, les entrega la extracción de recursos en bandeja de plata.

A raíz del ataque de Hamás a Israel el pasado 7 de octubre, recordé la primera vez que crucé el Atlántico para ir a Europa. En ese momento tenía 21 años y pensé que en el viejo mundo había un aire enrarecido por odios acumulados que no eran tales en mi terruño americano. Con todo lo joven que era, vale este escrito para regresar a esa impresión porque, como quiera que el odio y la violencia humanas son universales, hay una punta de verdad en esa opinión atolondrada.

Si de resentimientos y odios se trata, el continente americano aún tiene que lidiar con las injusticias causadas por la colonización europea. Las matanzas y humillaciones registradas en ese magno evento de nuestra historia deben ser explicadas y debatidas por los ciudadanos, claro está, ¿pero con qué propósito? ¿La de guindarnos en la cadena perpetua de víctimas-victimarios? Por otra parte, sobre la imposición de valores racistas y de superioridad de los colonizadores en estas tierras, una mentalidad perpetuada por generaciones, la real y verdadera justicia es educar para la plenitud y la auto aceptación. Sin embargo, ocurre que ese tipo de justicia requiere una continua tarea humanística y económica que se lleva tiempo y no es del interés de un sector político revanchista.

Porque hay políticos con gusto por la violencia que prefieren explotar la roncha de las injusticias, primero porque es barata y segundo porque tiene dividendos rápidos en la forma de adhesiones automáticas. No les interesa resarcir de los daños porque quieren mantener a la gente rabiosa y rascándose las llagas. Curiosamente, los regímenes políticos que vociferan una ruptura con la mentalidad colonizadora son los que más se comportan como tales. Como muestra, el régimen venezolano pretende erigirse en una tiranía hereditaria casi que de corona, mientras que, a sus aliados españoles y asociados, les entrega la extracción de recursos en bandeja de plata. Es decir, por un lado entregan la nación y por el otro encubren la traición a través del marketing revanchista.

Si algo trajo el chavismo a estos lares fue un repertorio de odios del viejo y viejísimo mundo. Debe ser fácil andar en un avión visitando países que dan financiamiento político a cambio de difundir conflictos, apoyar diferencias irreconciliables y justificar sus ofertas de violencia. Hugo Chávez regresaba de esos viajes con las maletas llenas del dinero del odio y en ausencia de control aduanal. Venía con la bocota preparada para lanzar fuegos sobre problemas importados y ajenos que, por fortuna, no fueron entendidos por la población.

Con los odios, rabias y reconcomios heredados en estas tierras ya tenemos suficiente trabajo por delante, no necesitamos más. Si no queremos terminar con guerras religiosas y étnicas, tenemos que seriamente repensar sobre la nobleza de este continente. Ciertamente, por su desventaja guerrera, los aborígenes perdieron el poder del territorio y en consecuencia les fue arrebatada su vida y su cultura. Somos sus descendientes y, aunque ganamos también con esos sucesos, el mejor perdón y la mejor venganza es restaurar la libertad de nuestro ser ahora multiétnico o criollo, de aceptarnos en plenitud y no en carencia. De vivir de nuestro trabajo sin mendigarle a nadie. De tolerar desde la tolerancia propia. Buscar una justicia y una mentalidad que se corresponda con los primeros americanos que poblaron estas tierras y que han aceptado a quienes han migrado a ella. Eso sí se parece a nosotros.

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