@omarestacio
¿Vale la pena la inversión, semanal, en calorías/hombre (o en calorías/mujer, si la lectora es una dama)? ¿Vale la pena, el desgaste óptico, cada jueves, día fijo de las presentes crónicas; el sobreuso de uno o varios pañuelos en la nariz, para narrar o leer información sobre tanta pestilencia; valen la pena, el consumo en tímpanos y saliva, si los comentarios son a viva voz?
Lo anterior me venía a la mente con motivo de la designación de un ¿expelotero? ¿exreggaetonero? ¿extrotaconventos, no tan ex? como manejador de la hecatombe sanitaria que sacude a lo que alguna vez fue país, bello, amistoso, acogedor, dicharachero, oferente de oportunidades con base en el trabajo honesto y tesonero.
¿A quién se le ocurre y por cuáles motivos, en medio de la falencia sanitaria más pavorosa, nombrar director del, “Hospital Intermedio” de lo que fue el Poliedro de Caracas, a un sujeto de trayectoria cero como sanitarista, cero en credenciales académicas, cero en auctoritas gerencial, cero en referente ético, pero que forma parte, de la gavilla?
Muchos de los lectores lo habrán vivido y si no lo han sufrido en carne propia, lo habrán visto en el llamado cine castastrófico. Por ejemplo, en “Airplane” o “¿Dónde está el piloto?” su título en algunos países hispanoparlantes: En medio de un vuelo transatlántico, se presenta una situación de extrema emergencia. Por esas cosas de las películas -en el caso de nuestra irreal vida real- el poder de decisión a 40 mil pies de altitud, recae en un lisiado moral y mental, gordiflón, flatulento, bigotón para más señas, quien en uno de sus alardes de imbecilidad, emite el siguiente anuncio por los altavoces del 747: “Señoros y señoras: Lamento comunicarles que el piloto, el copiloto y el ingeniero de vuelo han sido fulminados ‘¿Qué fue lo que los fulminó, Filomena? ¿Ah, eh?’ por sendos ataques anafilácticos (q.e.p.d.) En cuanto al piloto automático es ya cadáver, también, víctima de un cortocircuito. Si hay entre los pasajeros, alguien que jamás se había montado en un avión, que no sepa, leer, escribir, ni conducir, siquiera, una patineta y que, además, registre antecedentes criminales por chorizo, favor presentarse en la cabina de vuelo, para juramentarlo como nuevo piloto y detener la presente barrena. Aeromozas, sobrecargos, maleteros, personal de tierra o aire, por si acaso hay alguno a bordo, favor abstenerse, porque el plan es entregarle el avión o la salud de los venezolanos, a quien no tenga la más remota idea de lo que debe hacer.
Muchos de los lectores lo habrán vivido y si no lo han sufrido en carne propia, lo habrán visto en el llamado cine castastrófico. Por ejemplo, en “Airplane” o “¿Dónde está el piloto?” su título en algunos países hispanoparlantes: En medio de un vuelo transatlántico, se presenta una situación de extrema emergencia. Por esas cosas de las películas -en el caso de nuestra irreal vida real- el poder de decisión a 40 mil pies de altitud, recae en un lisiado moral y mental, gordiflón, flatulento, bigotón para más señas, quien en uno de sus alardes de imbecilidad, emite el siguiente anuncio por los altavoces del 747: “Señoros y señoras: Lamento comunicarles que el piloto, el copiloto y el ingeniero de vuelo han sido fulminados ‘¿Qué fue lo que los fulminó, Filomena? ¿Ah, eh?’ por sendos ataques anafilácticos (q.e.p.d.) En cuanto al piloto automático es ya cadáver, también, víctima de un cortocircuito. Si hay entre los pasajeros, alguien que jamás se había montado en un avión, que no sepa, leer, escribir, ni conducir, siquiera, una patineta y que, además, registre antecedentes criminales por chorizo, favor presentarse en la cabina de vuelo, para juramentarlo como nuevo piloto y detener la presente barrena. Aeromozas, sobrecargos, maleteros, personal de tierra o aire, por si acaso hay alguno a bordo, favor abstenerse, porque el plan es entregarle el avión o la salud de los venezolanos, a quien no tenga la más remota idea de lo que debe hacer.
Nos referíamos, al comienzo, a los posibles motivos de tal especie de nombramientos. La comezón, picazón, el furor uterino del bigotón, en referencia, por robarse hasta la última tuerca de la aeronave y rodearse de gente que se lo facilite, antes que nada porque lo primero es lo primero. El resentimiento, la malquerencia contra todo egresado universitario, el segundo motivo (peor, los prejuicios contra quienes seamos capaces de comer con cuchara, cuchillo y tenedor)
Todo comenzó con el “Comandante Eterno” en cuyo desgobierno los términos “meritocracia” y “excelencia académica”, en Pdvsa, en nuestras universidades, en los demás entes públicos, descendieron a la categoría de insulto.
Como en aquel juramentado, en medio de una de las tantas tormentas financieras, cuyas únicas credenciales eran, en la nalga derecha el tatuaje del rostro del “Che” Guevara y en la izquierda el de Hugo Chávez. O el del cura presidente del Banco de los Pobres, por el solo mérito de haber ahorcado los hábitos y que a los pocos meses de quebrarlo confesó, no entender, todavía, el porqué de su mencionado nombramiento, él, que ni siquiera sabía calcular los saldos en los talonarios de sus chequeras.
Sin embargo, distraer la atención pública y el nada velado propósito de propagar la desesperanza encabezan el listado de motivaciones más sórdidas, para nombrar al menos idóneo para cada función pública. Que cunda entre los venezolanos, la sensación que todo está perdido, sin remedio, al extremo que la NarcoRobulción hace lo que da la gana y los venezolanos, no acabamos de meter presos a semejante gentuza.
No culpemos más de la cuenta, al animalito, potro, orangután o zopenco, alta autoridad sanitaria a partir de la semana pasada. Los motivos de su designación no están en disputa, porque están a la vista.
Siempre se nos inculcó a la gente buena, el deber cívico de hacer algo para que no triunfasen los malos. Decía, Ghandi: “Cuando veas una injusticia, repárala con tus propias manos. Si no puedes repararla, denúnciala y si no puedes denunciarla, guárdala en lo más profundo de tu corazón”.
Sí vale la pena, denunciar este nuevo atropello y guardarlo en pliegues, no tan recónditos, de nuestros corazones. Y tenerlo muy a mano para el momento de las reparaciones, porque lisos, no se van.