La tiranía de la imagen en estos tiempos enmarañados de redes sociales nos restriega aquello de que una imagen vale más que mil palabras. Que me resultaba una exageración al privilegiar el lado visual de la información, en detrimento de las infinitas capacidades y posibilidades de la palabra escrita para describir y/o narrar eventos. Quienes estamos del lado de la escritura entendemos que una foto es un complemento importante, nunca la esencia. Pero lo cierto es que hoy, mientras el número de palabras se reduce en las pantallas, las imágenes se despliegan y multiplican en redes concebidas -exclusivamente- para enviar y recibir imágenes. Tantas que ruborizarían a Louis Jacques Daguerre, inventor del método de revelado con peligrosos minerales, como el mercurio, yoduro, bromuro, cobre, cianuro, et al.
Tengo que decir que algunas imágenes revelan secretos, diferentes a los que las palabras pueden descubrir. Estas últimas pueden describir parecidos, hacer comparaciones o apuntar a lo idéntico cuando se trata de situaciones, paisajes o personajes. Pero una imagen muestra y demuestra, por ejemplo, semejanzas faciales en individuos que han vivido en diferentes momentos de la historia, pero que están unidos por ambiciones, perversiones, maldades, pravedades, vilezas, crueldades, vicios y corrupciones ligadas al ejercicio del poder.
Aquello se puede describir y los lectores imaginamos hasta donde nos es posible. Pero ver una foto permite asociar personajes de la historia que han llenado millones de folios y han sido objeto de una intensa cobertura, mediante documentales, películas e información recurrentes, de gran impacto en la aldea global. Esa en la que se difumina el tiempo y el espacio y nos hace sentir que vivimos en un eterno presente, acompañada de seres que nuestro interés revive y hace vigentes.
Vigentes y casi familiares. Por eso las asociaciones que se producen en nuestro cerebro nos permiten descubrir cosas que van más allá de un parecido físico. Con ese tsunami fotográfico con que nos inunda el poder, lo mínimo que puede ocurrir es que concluyas sobre delatoras similitudes. Es lo que me ha pasado al ver un daguerrotipo del locatario miraflorino, ataviado con una casaca verde oliva con charreteras. Como aquellas que Gómez le desprendió, rabiosamente a su hijo, cuando le chismearon que Vicentico andaba en conspiraciones palaciegas.
Cómo me gustaría emular no a Gómez sino a Rafael Briceño, cuando le arrebató unas charreteras de utilería a otro falso militar que hacía de su hijo. Pero regresemos a nuestra tragedia de hoy -mucho peor que la dictadura gomecista que tuvo sus luces y que terminó en 1935- que comenzó con el siglo XXI, pero que ha sido una involución absoluta hacia un remoto, primitivo y bárbaro pasado. Si hiciera falta un solo ejemplo, bastaría con decir que más del 60% de los venezolanos cocina con leña los escasos alimentos que recolecta, en su caza y en su pesca de todos los días. Así que veo al fogón como la imagen de esta hecatombe, perpetrada por este tiránico socialcomunismo.
Esta tiranía -que es también de la imagen- me condena a ver cientos de fotografías del ocupante de Miraflores, por lo que no puedo evitar encontrar parecidos, que van más allá de lo deseable, en este caso con Sadam Hussein. Un asesino salvaje y brutal que instauró una tiranía en Irak. No sólo para desplegar toda su crueldad contra el pueblo, sino que propició guerras contra sus vecinos en las que murieron miles de iraquíes. Accedió al poder por los vericuetos de la cognación en 1979, cuando fue nombrado jefe del partido Baas y presidente de Irak. En 1980 invadió territorios iraníes, lo que desató una conflagración que se prolongó hasta 1988. Después invadió Kuwait en 1990. La sevicia de este sujeto sólo puede compararse con la de Stalin. Claro salvando las distancias, porque como el padrecito no hay dos.
Si colocamos a los tres en una secuencia fotográfica veremos cómo se parecen físicamente. Es un trio de mostachudos. Con bigotes exactamente iguales, que cubren el labio superior de una cara redondeada, cejas pobladas y con el nacimiento de un pelo negrísimo que se adentra en una frente más bien estrecha. ¿Será ese el fenotipo de los tiranos más crueles? Porque sus conductas son también muy similares. Su paso por el poder ha dejado profundas huellas de dolor: por hambrunas letales, migraciones forzadas, represión, torturas, cárcel, fusilamientos, y otras muertes violentas en cada esquina.
Agridulces
Jorge Arreaza no le da un descansito a sus neuronas. Las usa, exclusivamente, para defender a su tiranía favorita y a su ángel de la guarda, alojado en un Envigado caboverdiano. El jueves tuvo una de sus pataletas semanales: porque el Reino Unido sancionó a Alex Saab, dijo que aquello era criminal.