Las oraciones a continuación las escribí entre el 30 de julio y el 3 de agosto.
1
Recibe esta ofrenda Señor Dios del universo
Este canto para orar por mi pueblo. Sálvalo, Señor
De gobernantes que ya arden en el infierno
Y destruyen todo a su paso
¡Oh, altísimo! hemos recogido nuestras palabras necias
Hemos luchado sin armas
y tejido la reconciliación
Hemos asistido a las madres, a los niños dejados atrás en medio del torbellino
Hemos elevado nuestras plegarias a ti,
Hemos acatado el mandato de amar
Y de respetar la vida
¡Entra Señor al palacio, a las cárceles, a los espacios del dolor!
¡Infunde vida en los hombres de buena voluntad!
En las mujeres que caminan junto a nuestros líderes justos
Para abrirle las puertas, los caminos y extensos campos verdes de esta Tierra
Gracias Señor, damos por este nuestro hogar
Colma nuestra nación de poder y bendiciones
Para que abra sus entrañas y fluyan las aguas
Para verse en ti y alabar la creación.
¡Salva nuestra nación Señor del universo!
Perdónanos lo miserables, fallidos, incorregibles, necios, infieles egoístas y padre, trae sobre nosotros el aliento de vida.
Amén
2
Por allí dicen que no existes
Desde niña, por cualquier insecto, hoja, brisa, o pan de merienda
hablaba contigo
Te veía en los dibujos de mi libro
En los lagos de la lejana China, de sus azules y profundos valles. Entre las lámparas del jornalero por allí paseabas. Te hacía preguntas y me respondía a mí misma. ¡No, no estaba esperando la voz tuya! la conocía desde los inicios. Desde los latidos de mi madre y las burbujas cuyo olor guardo alrededor de mi piel, desde esas aguas cantabas para mí.
3
Veinte minutos pasaron desde que divisé el remolcador hasta que llegaron, y yo en la orilla haciéndoles señas, descalza, parada sobre las conchas partidas de la arena. Cuando escuché el motor ronco y fatigado pensé en lo tedioso de aquel domingo asolado y brumoso. El capitán se bajó junto al secretario y en sus manos traía un cuatro en su estuche. Me lo entregó y me dijo: “Era de tu padre. Ahora es tuyo”.
Por meses estuve sin saber del viejo amigo de la familia y había olvidado su promesa de regresar y pedirme que tocara canciones de la luna y la noche. Al secretario le dio una armónica y éste le musitó: “usted me dijo que vendría a cantar y ahora me sale con esta caja de chicle. ¿Quiere cantar solo?”.
En mi pequeña casa soplaba la brisa por los cuatro costados. Ellos trajeron pan y frutas y después de la sobremesa comencé a preparar las cuerdas del cuatro. El capitán cantó el Conticinio y como desafinó un poco el secretario no dudó en tomar nota. Entonces hizo una pausa y pidió unos caramelos de jengibre para luego tararear canciones de amor. Estaba cansado, le decía al secretario, “¡eres exigente!”. Mientras tanto yo repasaba los acordes de las canciones, y el capitán me hacía señas cuando probaba las claves de su voz. “¡Dime cuál prefieres!”, decía.
Desde la ventana se veían las espigas mecerse con la brisa súbita de una garúa. El capitán parecía equivocarse adrede, como jugando con los desvelos filosóficos del secretario, y yo los dejaba tomarse el pelo y divertirse. En medio de su comedia, traía su voz a mis cuerdas y allí supe que ésta me era conocida desde antaño. Me dije:
“Estuviste cerca de mí todo este tiempo. ¿Cómo no me había dado cuenta antes?
Por años te llamé como buscándote, ¿cómo no te reconocí?
Ahora no tengo nada. Mis viejos ya no están. Mi tierra yace lejos, y con ella mis amores. Pero te he encontrado, oh capitán, y no necesito más.
Una sola palabra tuya de antiguo navegante, sólo una basta. Te imploro, una vez más, ¡alza las velas y lleva a mi país a ese puerto que has prometido para nosotros!”.
Amén.