lunes, 21 abril 2025
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Tolkien o los puntos ciegos de la crítica

A veces la crítica decide ignorar ciertas obras, las echa a un lado, las llama “subliteratura”; sin embargo, esas obras encuentran la manera de permanecer en el gusto de los lectores y pasan de mano en mano, como un maltratado cofre que contiene un tesoro.

@diegorojasajmad 

Una mañana de enero de 1997 los británicos despertaron con una sorprendente e inusual noticia. Desde hacía algunos meses la cadena de librerías Waterstone, con más de cien sucursales en el país, había iniciado una encuesta para elegir al libro más importante del siglo XX hecho por un inglés. De todo el siglo XX, ni más ni menos.

No sería una elección fácil pues no son pocas las obras inglesas que podrían merecer tal honor y, además, muchos de sus autores son ya figuras renombradas de la literatura universal: Joyce, Pinter, Orwell, Eliot, Golding, Lessing…

El resultado de la encuesta dejó boquiabiertos a muchos: El señor de los anillos (1954-1955), de J.R.R. Tolkien (1892-1973), fue elegido con un amplio margen de votos como el mejor libro de la centuria.

Alrededor de 25 mil personas de toda Gran Bretaña habían participado en la encuesta y, de ellas, más de cinco mil habían votado por la obra de Tolkien, seguida por Rebelión en la granja, con casi cuatro mil votos.

Los críticos y académicos no podían creerlo. ¿Cómo una obra tan fantasiosa, que atrapa la atención de niños y adolescentes, puede estar por encima de las “verdaderas y grandes” obras de la literatura? Las descargas contra el resultado de la encuesta no se hicieron esperar y comenzaron a colmar la prensa, la radio y la televisión: 

Howard Jacobson, escritor: “Tolkien… Es algo para niños, ¿no? O para adultos retrasados… Eso demuestra la estupidez de estas encuestas, la estupidez de enseñar a la gente a leer. Cerrad todas las bibliotecas. Utilizad el dinero para alguna otra cosa. Este es otro día negro para la cultura británica”.

Chris Woodhead, inspector de enseñanza: “Si El señor de los anillos es nuestro libro favorito, ¿qué decir de nuestra actitud ante la calidad en las artes? Los profesores de inglés deberían intentar desarrollar el buen gusto”.

La polémica se había desatado y el asunto Tolkien pasó a estar en boca de todos, como lo haría hoy un meme viral en redes sociales. Críticos, escritores, académicos, profesores de todos los niveles, funcionarios de la educación y lectores se sentían con algo que decir sobre el tema, a favor o en contra. Un cisma en la esfera cultural británica se había originado como nunca antes y esta vez había sido causado por el valor que debía asignarse a un libro de literatura fantástica.

Algunos alegaron que la encuesta no tenía validez pues seguramente un grupo de fanáticos, reunidos bajo el nombre de Sociedad Tolkien, habían organizado un complot para abultar la votación. Paranoias aparte, este argumento fue desechado a las pocas semanas pues en otras dos encuestas, realizadas por dos instituciones distintas y de prestigio, se obtuvieron los mismos nombres y números. En una de ellas, por ejemplo, se preguntaba por los diez libros ingleses favoritos de cualquier época. El resultado seguía siendo el mismo: El señor de los anillos en primer lugar, seguidos de Orgullo y Prejuicio y David Copperfield.

Ya no había dudas acerca de las encuestas: Tolkien era considerado como el escritor más popular de la nación y las sostenidas y cada vez mayores ventas de sus libros así lo demostraban.

A pesar de la decisión expresada por los lectores, los críticos permanecían en su etapa de negación. Insistían en basar sus argumentos en el supuesto mal gusto del público y seguían ignorando a Tolkien y a su obra. No la estudiaban. No se preocupaban por tratar de comprender lo que contenían esas páginas ni descifraban las relaciones que pudieran existir con otras obras, temas o artificios. Al día de hoy, la crítica académica se mantiene en sus trece.

Este tipo de crítica trabaja sobre escalas preestablecidas de valores estéticos. No estudia lo que realmente lee la sociedad, sino lo que idealmente debería leer, y en su afán por alumbrar solo a las obras que se ajustan a su noción de belleza va dejando a su paso zonas de sombra donde quedan ocultas muchas más creaciones que son también parte de eso que llamamos literatura. Sí, con variaciones de calidad, es cierto, pero todas forman entre sí una inmensa red de discursos que se retroalimentan y que coexisten en los imaginarios de lectores y autores.

Tolkien, Stephen King, C.S. Lewis, Corín Tellado, Conny Méndez, Cincuentas sombras de Grey, El código da Vinci, Los juegos del hambre, la denominada “literatura de kiosco” o “subliteratura”, entre muchos otros ejemplos que cuentan con numerosos lectores, y obras que se editan cada vez con mayor frecuencia y cantidad, son los puntos ciegos de la crítica a los que deberíamos prestar un poco más de atención. Quizás nos llevemos algunas sorpresas que nos permitan entender mejor lo que somos.

Otras páginas

Una alegoría cristiana: Joseph Pearce, de quien tomamos los datos para nuestro artículo de hoy, ofrece mucha más información acerca de la vida y obra del autor de El señor de los anillos. En su libro Tolkien: hombre y mito encontramos además la interesante relación del autor inglés con el cristianismo y la posibilidad de entender su obra a partir de sus creencias religiosas. Verla toda como una alegoría del catolicismo. El libro fue editado por Minotauro en el 2000.

Dicho y no dicho: “Lo más hondo del texto es aquello que el autor olvidó decir y que sin embargo está dicho”. José Balza

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