Un sorprendido viajero, tal vez de los pocos que hacen esa faena laboral por los tiempos venezolanos, me refiere la soledad y al abandono que percibió en Ciudad Guayana en recientes semanas. “Después del mediodía no hay movimiento de la población”, comenta. Sin perspicacias mayores, esta sensación de parálisis puede ser engañosa, pues se debe a la agudización de la falta de suministro de combustible. No contará para ese observador, el que hace bastante rato la dinámica de trabajo cambió y ahora es otra la ciudad, otro el movimiento que de ella emerge, debido a la hondura de la crisis integral venezolana que arruinó las empresas básicas, decapitó el empleo a una pequeña y mediana industria que convivió con el emporio industrial. Les quitó, además, una cantidad significativa de familias y especialmente de jóvenes de todos los estratos sociales, que se incorporaron a la impresionante inmigración, cualidad de esta Venezuela derruida y sin destino claro.
¿Dónde está la gente de Ciudad Guayana? Desde hace varios años, desde el 2013, quizás con alguna exactitud, los que eran contingentes obreros que cruzaban en autobuses los puentes de San Félix a Puerto Ordaz rumbo a Matanzas, ante las dificultades que ya asomaban los dientes para la economía regional, ese personal se fue quedando en los centros comerciales, en pequeños negocios particulares de refrigeración, mecánica, mantenimiento, caucheras o poda en jardines residenciales. Incluso cuando la crisis fue ese torbellino de carencias de productos y alimentos haciéndose más lacerante, los muchos que tuvieron que atravesar a pie por esos puentes lo hicieron con total firmeza. En los meses que van del 2023, las dificultades han vuelto explotar y en nuevo capítulo de reinvención -establecida con determinación en el año de la pandemia- del sustento diario y propósitos de forjar una cierta calidad de vida, es ahora sobre todo una juventud negada a abandonar la ciudad, al país, que no han podido irse, o los que han retornado de otras latitudes con experiencias disimiles, quienes se han asumido en locomotora de iniciativas productivas, proyectos de mercado, talleres, cursos y con ello la proyección de la alegría que pueda caber pese a las restricciones y cercenamiento de los derechos de todo tipo por el modelo revolucionario.
Es en estos meses de Ciudad Guayana, cuando existen más complicaciones sociales, mayor pobreza, fuertes inconveniente para la alimentación y el mantenimiento familiar, se han hecho más visibles los persistentes puntos comerciales informales desde donde manos jóvenes construyen la ciudad; el país de satisfacciones. Espacios en el Core 8, Unare, Alta Vista, El Roble, centro de San Félix y Bella Vista, por citar los que se encuentran a la mirada pública, sin descartar emprendimientos ubicados en las urbanizaciones y villas.
Caramelos y hortalizas que mantienen el tejido social
Los guayacitanos contemplan cómo surgen inversiones con el objetivo de revitalizar centros comerciales que impulsan líneas diversas que se acompañan de expendio de comidas en el modelo actual de propiciar sitios de encuentros. Ahora esta modalidad no es exclusiva de propulsores de la clase social un tanto más “desahogadas” económicamente o vinculadas a los tradicionales grupos de empresarios. La modalidad es general y ese mismo signo se encuentra, y hasta con más elementos de creatividad, en sectores populares de Ciudad Guayana.
En la avenida principal del urbanismo Gran Sabana, conocido comúnmente como Core 8, destacan dos modelos de negocio que hacen honor a la constancia de sus muy jóvenes propietarios: un establecimiento familiar de venta de helados que ha evolucionado con excelente calidad y marca, desde la experiencia autodidacta. El otro, un expendio de comida de cuidado nivel, que ha desafiado la inseguridad hasta hacerla benévola para sus clientes que permanecen hasta altas horas de la noche con presencia de amigos o familias completas, que no pueden trasladarse en busca de alternativas recreacionales – aún de día- a otros lugares de la otrora zona del hierro. Como ellos hay otros tantos, ninguno exento de los problemas de mantenimiento de la estructura de costos para conservar la sustentabilidad. En el sector de Unare, la presencia de ventas de hortalizas, pollo, quesos y chicha, se hacen presentes en la inventiva vecinal; la mayoría sustentados por parejas jóvenes, con estudios universitarios que palean la crisis acumulando experiencia del hoy duro intercambio comercial, y haciendo una combinación entre la solidaridad de sus ofertas y no perder la rentabilidad. Destaca el denominado “boulevard de buhoneros” de la avenida Guarapiche, en Unare III, con la atención mayoritaria de mujeres activas que ofrecen como en los conocidos “peroleros”, desde la venta de café, tortas, caramelos, hasta ropa, prendas, libros usados y especies de cocina.
Allí, en estos puntos, igual que en aquellos donde se convoca a la inversión al conocimiento con profesionales recién egresados y no tanto (que es otro capítulo), está la energía de la ciudad del porvenir. Los muchachos y las familias guayanesas haciendo la vida entre todos; lejos pero no indiferentes a la dinámica política que les desestima. Son los venezolanos que han hecho que no se pierda el gentilicio; las piezas de un futuro que espera por la decencia de protagonistas institucionales, en todos los ámbitos, que les duela Guayana, que sepan proclamar, sin cálculos o cobardías, el rescate de la libertad, el bienestar y la justicia para sus ciudadanos.