Primero fue el verbo: el énfasis premeditado de la palabra empleada para el descredito, la burla, y el insulto. Quienes habían saqueado el erario público para sus ganancias personales, grupales o partidistas en los años de la cuarta república no responderían por ello ante la justicia (como al final no ocurrió) si no que tenían que ser puestos ante el escarnio y el linchamiento igual a las sociedades árabes, en la que la norma cultural es apedrear a los señalados a vista de todos. Eso tampoco ocurrió pero así se inició desde el discurso político con la revolución del socialismo del siglo XXI, el ciclo que propuso de ejemplaridad la violencia que no ha tenido freno hasta hoy; entronizada en las comunidades venezolanas con variantes sofisticadas por las distorsiones sociales que vive la población, potenciadas como consecuencia del decaimiento de las condiciones de vida y a causa del desastre de la economía nacional.
La agresión física, asesinatos, robos, incursión en los hogares, chantajes, son expresiones mayores que van de la mano de la mala contesta, el sarcasmo y la ironía como método de desestimar la otredad y una amplia gama de actitudes y conductas que jóvenes y adultos asumen en la Venezuela cundida por una mal entendida irreverencia que golpea, acosa y destruye la convivencia, la posibilidad de crecimiento saludable y a la construcción de un futuro de respeto y tolerancia. Esto lo sabemos por la cotidianidad de las ciudades y poblaciones, apresadas en la más absoluta ineficiencia y en las que nadie, empezando por las autoridades elegidas para ello, responde. Se conoce por los muchos que estuvieron en las dependencias públicas, que acompañaron la “revolución bonita”, reconociendo ahora la inutilidad para la ejecución y el severo daño que ocasionan tales predicas. Pero ha sido escuchando, en la edición XVIII del Foro Guayana Sustentable de la UCAB Guayana, a la doctora Luisa Pernalete (con quien hemos conversado en nuestros espacios de radio en otras ocasiones y que leemos permanentemente aquí, en Correo del Caroní) que apreciamos lo que la sociedad puede hacer por sí misma; sobre la obligación de los que luchan por una democracia moderna o los que anhelan el desarrollo de un porvenir de transformación ciudadana. Fue por su maravillosa intervención en el evento citado que visualizamos de manera práctica la imperiosa necesidad de la cultura de paz.
¡Comeflores del mundo…!
La doctora muestra con soltura conceptos, detalles vividos en diversas comunidades ( …” Nos mataron a un muchacho frente a la escuela y tuvimos que salir compartiendo el miedo para decirle a los malandros que enfrentábamos esa acción…”) que apuntan a un elemento relevante para ensanchar la civilidad: “Cultivo de la interioridad”. Es quizás este aspecto el que mayor interesa, pienso, en el trabajo social y la educación para la formación de una actitud que se imponga frente a la adversidad, ante el reflejo inducido de la violencia. La interioridad que es nacida de estar conscientes de que lo que individualmente y como colectividad podemos alcanzar. En una coyuntura dura, inhóspita, de ruptura familiar, incertidumbres y desconfianzas ante los símbolos de la autoridad, la dirigencia y el liderazgo. Donde la tristeza o el estoicismo per se son nuestro pan de cada día, es la capacidad de la ilusión que se origina en el gesto sencillo, la narrativa de lo positivo, orgullo por el gentilicio, la recreación de los episodios que son muchos y cotidianos que se presentan en las comunidades para sortear los antivalores en cada obstáculo, lo que permite entender el valor del sosiego; la paz como conducta permanente para soñar el futuro renovado. De allí, la necesidad de la escuela y el estudio por sobre los miles de problemas que tenemos. Por eso se explica la necesidad del discurso de ideas y propuestas que lamentablemente no tiene comprensión plena en el liderazgo político actual. De allí que poner en el tapete el esfuerzo tesonero, vinculado a la decencia, la honradez y la ética, sea condición para la población. Y por supuesto alimentar las buenas palabras con el mensaje respetuoso y formal que no tiene que ver con lo académico para entender la convicción pacífica. La paz Que no es el “comeflorismo” que relata la profesora Luisa, al serle reclamado por muchos que asocian poner románticamente la otra mejilla en estos contextos violentos en los que se mueve Venezuela. Impulsar esa paz es subversivo, constatable cuando la manipulación y el enfrentamiento son el combustible del Estado revolucionario en su mensaje. En el sistema que utilizan para atropellar y callar voces críticas con propósitos de calificar como: traidores, capitalistas o antiimperialistas; segmentos en rigor inexistentes a donde sucumbió la sociedad venezolana en un proceso político que llega a 20 años y cuyo modelo que ha arruinado material y moralmente a la sociedad, pretende instaurarse eternamente en nombre del pueblo.
Solidaridad
El estado Bolívar es laboratorio social (amén del modelo económico a seguir) de primera línea en rescate de la civilidad y diseño de auténtica democracia ciudadana. Durante el Plan IV de Sidor, una porción de venezolanos vino a estas tierras para forjar sueños de crecimiento y prosperidad. Hoy a propósito de la bulla minera y del programa del Arco Minero que impulsa el gobierno, las caravanas de personas resurgen movilizándose desesperadamente en busca de sobrevivencia ante la inclemencia del hambre, hundimiento de la moneda y desaparición del empleo. La comparación está a la vista: el proyecto industrial que tantos beneficios otorgó a la región agoniza por bandazos de gerencia, ineficiencia e improvisación con cálculos políticos que han terminado con quiebra generalizada. Las minas vienen produciendo asesinatos, matanzas, inherencia guerrillera extranjera, constitución de poderosas bandas delictivas, corrupción militar y gubernamental, mientras que la capacidad para producir desarrollos, desde ese modelo bárbaro y primitivo tiene menos sustentabilidad. Rescatar a la gente y salvaguardar la naturaleza se convierte en inherente de luchas sociales y políticas del presente y futuro. Impulsar la conciencia colectiva, por lo tanto, es imprescindible el anclaje para cultura de paz sustentable. La Guayana que supere la tiranía y el estruendoso fracaso revolucionario ha de contar como planteamiento político central la solidaridad en doctrina y organización; no es mero trámite, se requiere voluntad, herramientas y proyecto, tal como lo manifestó la doctora Luisa Pernalete en su entretenida ponencia, largamente aplaudida.