domingo, 9 febrero 2025
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Satíricos

Como las personas, las naciones sufren de desmemoria, indiferencia o demencia en etapas de su vida, y de la misma manera se recuperan de tales desmadres, incluso después de espantosas tragedias.

Un columnista del diario británico The Guardian, Jonathan Freedland, recientemente escribió el siguiente tuit (mi traducción): “Tiene como sentido que, en tiempos de locura, un líder ideal resulte ser… un satírico profesional”. Por supuesto, él se refiere al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, quien primero vivió la experiencia de fundar un partido y presidir su país, desde el mundo de la sátira política. El enunciado por sí mismo es un tema para debatir un domingo en estos días de los árboles desnudos de la cuaresma, de los llamados a ayuno y oración, y del estallido de una invasión anunciada.

Esto que les expreso ahora es sólo un ejercicio. Por “tiempos de locura”, entiendo que la excepción se ha convertido en norma, y la norma en excepción. La enfermedad ruge, la salud se ha puesto de lado. Los autócratas imponen la deformidad y la fealdad en el lenguaje de la plaza pública, ese es su estandarte. Por otro lado, tanto intelectuales como hombres de bien han caído en la trampa del relativismo, al punto de paralizarse ante la reaparición de ideas y acciones repudiables. El temor a romper lugares comunes, a que los consideren intolerantes o incluso fanáticos, les ha impedido tomar un paso adelante y, por ejemplo, decir que no. La relatividad, un instrumento creado para apreciar los diferentes ángulos de la realidad, se ha vaciado de significado, y la comodidad o flojera mental se han enseñoreado. En consecuencia, se le ha dejado el terreno libre a los disparates y amenazas que ahora tocan nuestra puerta. La locura anda suelta, y en medio de ese laberinto, están los líderes.

Nada nuevo. Como las personas, las naciones sufren de desmemoria, indiferencia o demencia en etapas de su vida, y de la misma manera se recuperan de tales desmadres, incluso después de espantosas tragedias.

Escribir una sátira o comedia, actuarla, es un ejercicio riguroso que exige reconocer las torpezas e infinitas estupideces. La sátira política mira un poder que se desborda, y se ríe de la debilidad del poderoso, quien no es más que una bestia solitaria e insaciable. Le basta al satírico describir la realidad para mostrar su absurdo y a diferencia del drama, que profundiza en el dolor para sentirlo y descubrir su verdad humana, la comedia acepta la verdad indeseable con otro tipo de lamento: la ironía y la burla. Se mimetiza para devolver el golpe, y en ese intercambio, marca una distancia liberadora. En el filme La vida es bella, el protagonista derrota la miseria de sus captores y le transfiere su vida a su hijo. En Don Quijote, la locura del ingenioso hidalgo es reveladora de la verdad, como lo es la de Susana San Juan en Pedro Páramo.

La comedia, como otras formas de arte, es un sendero que recorre la enfermedad para adentrarse en sus espacios más recónditos. Finalizo con el tuit del columnista J. Freedland, para decir que, en estos momentos, diferenciar la salud de la enfermedad es una proeza. Si un comediante tiene la fortaleza para permanecer dentro del monstruo vivo, eso debe resultar en una extraña y fascinante experiencia del espíritu.

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