miércoles, 12 febrero 2025
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Saberes, poderes

Para el propósito de levantar voces por la educación hay que hacer referencia al trayecto histórico en nuestros municipios más distantes, en los que el aprendizaje era el vehículo de promoción social por excelencia.

@OttoJansen

El tema educativo y su necesidad perentoria para la sociedad nacional nos asalta con frecuencia. Nos cuestiona desde la realidad guayanesa que demuele ante nuestros ojos lo que va quedando del área. La maleza que se traga las paredes rotas, los techos y cableados que se los ha llevado el hampa; baños que son retratos de indolencia. Por ejemplo, se repite la destrucción en los espacios de la UDO que estudiantes y comunidad habían recuperado recientemente en La Sabanita, Ciudad Bolívar, y en la UD-145, en Ciudad Guayana. En los niveles de inicial y secundaria, el deterioro es dantesco, peor.

El diagnóstico permanentemente nos indica que el camino es relanzar el sistema educativo. Apreciamos una campaña que el sociólogo Ramón Piñango ha hecho en redes sociales sobre el valor del maestro de la escuela primaria que, además de acertada, marca un elemento valioso para empezar en ese panorama gigantesco cada vez más desconectado de los tiempos, que es el proceso de enseñanza-aprendizaje. De la organización Fe y Alegría leímos su propuesta en el portal El Estímulo del 6 de marzo, con vocería de directivos y profesores, entre ellos la reconocida doctora Luisa Pernalete: “(Necesitamos) un pacto social en defensa del derecho a la educación para afrontar la emergencia humanitaria”. Agregó Pernalete que los centros educativos deberían formar ciudadanos. “Los niños deben saber, desde chiquitos, que tienen deberes y derechos. El país está absolutamente huérfano de ciudadanía”. 

Recuerdo, hace unos cinco años, a unas docentes pedir “colas” para trasladarse desde un caserío cercano a Caicara del Orinoco a otro de por lo menos media hora en automóvil en esa ruta del oeste del estado Bolívar. Para aquel entonces apenas se avizoraba el drama de gasolina en Guayana, que ha detenido al máximo la movilidad de la gente. El año pasado en intercambio con bachilleres de la Coordinación de Desarrollo Estudiantil de la UCAB, el planteamiento directo de los dirigentes para que los alumnos pudiesen cumplir con las clases era su traslado. Claro, ya estábamos atrapados en la crisis del combustible y por la pandemia. Sin embargo, la condición de trabajador marginado del docente venezolano tiene mucho tiempo, que profundizado con los bandazos e incompetencias de la revolución bolivariana muestra el rostro de la debacle total. Amén del sinnúmero de maniobras políticas que han llevado al sistema de educación nacional a ser un parapeto inerte.

 Vicente Marcano y Monseñor Zabaleta 

La coyuntura que atraviesa Venezuela, luego de 22 años de gobierno revolucionario caracterizado por su vocación totalitaria, obliga a levantar una campaña por la educación pública y la formación civilista y libertaria, aunada a los criterios del siglo actual. La experiencia venezolana demuestra que cuando se han convocado a modalidades novedosas y prácticas, la población de todos los estratos ha respondido. Otra cosa ha sido la poca permanencia y piratería de programas que, como las “misiones educativas”, además del fraude en calidad del perfil profesional, fueron sus objetivos fundamentalmente de gancho ideológico. Este rol no es casual. El antiguo Instituto de Cooperación Educativa (INCE) en esta región presentaba un alto índice de profesionales e ingenieros que hicieron de la instrucción que allí se impartió uno de los centros más calificados de Guayana, soporte por décadas de las empresas básicas.

Para el propósito de levantar voces por la educación, tenemos que hacer referencia al trayecto histórico relacionado con el fervor educativo en nuestros municipios más distantes, en los que el aprendizaje era el vehículo de promoción social por excelencia. Citamos los casos de la escuela Vicente Marcano y el liceo Monseñor Francisco Javier Zabaleta, ambos de Tumeremo, municipio Sifontes, en los que se avanzó con solidez en tiempos no tan lejanos y que no tienen comparación con las ruinas educativas de este momento en el territorio guayanés. La escuela Vicente Marcano, pionera de los centros de enseñanza, fue de las que se inició en casas humildes con la modalidad de estudiantes varones y hembras, separados. En el año 1959 -relatan los conocedores del pueblo- pasó a la actual estructura que es símbolo tumeremense. Ese año se integraron las matrículas, eliminando la división de género.

Por otra parte, el liceo Monseñor Zabaleta, supuso la extensión de la educación media en ese municipio del sur del estado Bolívar. En la década de los años 60, para los muchachos que superaban el sexto grado, su suerte era llegar hasta ahí y proseguir en Ciudad Bolívar o fuera de la región. En el año 78-79 se produjo la primera graduación de 23 bachilleres. Cuatro de ellos entraron al CNU, cuando aún el liceo no tenía sede propia, construida posteriormente en el edificio actual bajo la gestión de la CVG del ingeniero Leopoldo Sucre Figarella.

Capítulos como estos son idénticos en toda la extensa Guayana; lo que explica que la educación siempre ha sido de gran atracción para este pueblo. Hoy, con la indiferencia de la revolución, dedicada a mostrar espejismos en los planes socioeconómicos de los docentes, Guayana entera está llamada a ser puntal de orientaciones transformadoras, y particularmente en el hecho educativo. Con la libertad y la democracia de pilares de la imprescindible profundización de los saberes, más que nada en tiempos de tiranía y de complicidades.

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