Me impresiona en la percepción simple, el desenfado de los jóvenes citadinos limeños. De sus muchachos entre los 16 y 30 años de edad, con esos aires de adolescentes eternos y con las muchachas que con gracia y tranquilidad abordan por cantidades el transporte público en las avenidas del área donde estoy en esta ciudad. Son el potencial de nuestras sociedades, me digo y pienso en nuestro país, pese a la estampida del sector hacia otras naciones. Encaro los reportajes y noticias de Colombia, donde al igual que aquí en Perú, también hay inmigración en esa franja de edades, siendo muy diferentes las condiciones con el drama venezolano.
Lo otro que sospecho, es la casi total indiferencia de la juventud, especialmente, con el desarrollo político de la nación peruana, aun con sus convulsiones y con la suerte que se juega la institucionalidad y la economía boyante. Quienes participan en las marchas -en opinión personalísima- al menos en la capital es un grupo que no guarda proporción con la población de esta inmensa ciudad; pero además sus códigos e intereses parecen no ser iguales a los del mayoritario segmento del joven y la presencia femenina, que tiene un comportamiento más inmediato y juicioso ante las realidades sociales y del porvenir. Quizás parecido, aun cuando la comparación no se cumpla del todo por las condiciones de crisis prolongada y sus innegables distorsiones, con el joven y la mujer del tiempo actual de Venezuela. Habría que tener mayores precisiones, por supuesto, para hacer las afirmaciones que el tema requiere. Pero por los momentos nos bastan estos pequeños detalles para la reflexión a encaminar sobre las transformaciones que son deuda para Latinoamérica en lo social, el estado de derecho, los derechos humanos, la justicia y el desarrollo, en lo que tanto se ha escrito y que sigue renovando su espera.
Luis es un amigo nacido en Perú, pero que vivió gran parte de su niñez, adolescencia y de adulto, en Ciudad Guayana; aquí reside en Chiclayo, una ciudad mediana del norte, a 12 horas de Lima. Su opinión es interesante, más allá de lo coyuntural. Su énfasis que concibo valioso es la convicción de la necesidad de un programa nacional, eso que pudiera uno llamar la marca país, y de una dirigencia que tome en cuenta la condición trabajadora de sus paisanos. Una propuesta para los peruanos que involucre a la población en su conjunto pero sobre todo a jóvenes y mujeres, cuya aspiración actual, en los primeros es la inmigración; que en las segundas, se aproveche su innegable dinamismo y pujanza porque también se marchan, me dice. Esa inmigración por demás tradicional según repasamos de la historia (a diferencia de Venezuela) que nos cuenta de muchos que nunca perdieron sus raíces o el contacto, pero que volaron temprano a otras latitudes. Luis destaca: “La gente trabaja, pero hay mucho desorden. Relajo impuesto por la propia población, pero sobre todo por quienes les corresponde encausar las leyes”.
Organizaciones intermedias vs partidos obsoletos
Como el efecto dominó, con atrasos pero de persistente avance, los procesos en Latinoamérica parecen ser predecibles desde hace unas décadas. El asunto de la injusticia social, de la distribución de la riqueza y de la falta o fallas en la representatividad de nuestras sociedades se mantiene con profundidad en la coyuntura que vivimos.
En Venezuela, primero que en todos los países de esta parte de América, los partidos políticos perdieron su razón de ser; aun cuando sus esqueletos se mantienen tratando de ocupar espacios de proyección en tiempos de dictadura y neo autoritarismo, pero ausentes de vínculo social y de elaboraciones teóricas que interpreten la democracia en los nuevos propósitos del país. En Perú, por lo que vemos, la clase política ha sufrido transformaciones que han dejado atrás las clásicas organizaciones partidistas, pero siguen sin calzar los puntos de la vasta representación de sus sectores sociales que es la gran exigencia en el sentimiento y en las leyes; que frenen la violencia y los conceptos primitivos y trasnochados de supuestos defensores de las causas de los más débiles. En Colombia se ha avanzado en la autopista de nuevas representaciones hasta la asunción al poder, estos con la misma fórmula populista de la mitología revolucionaria que se ha inventado las caricaturas de liderazgos por raza o género, para la aplicación de la cartilla contra el capitalismo; esas cosas que el tiempo prueba su “folklorismo” e inutilidad para alcanzar las sociedades prósperas. De allí, que lo que sí es un problema es cómo canalizar los anhelos populares a través de los partidos políticos que han de ofrecer trascendencia y cambios de protagonismos, alejados de castas, franquicias y espacios para la corrupción.
Una nueva pista en la construcción de una democracia moderna está centrada en las organizaciones intermedias formadoras de ciudadanía y de vocación libertaria. Las organizaciones no gubernamentales pueden contribuir a reformular los canales de lucha hacia transformación de instituciones con profundidad democrática y enfoques dinámicos y actualizados en la labor partidista. Cuando en Venezuela el régimen bolivariano impone camisas de fuerzas, mediante leyes a los espacios organizados de la sociedad civil (sin mucha atención por parte de las organizaciones partidistas), esas medidas se convierten en señales determinantes para la población que clama cambios urgentes. Enfatizando que esas luchas no son posibles sin prioridad protagónica auténtica (no simulada o de utilería) de jóvenes y mujeres.