Sobre la brutalidad del ejército ruso, llamado también ejército rojo, se ha insistido desde los días de la revolución. El historiador británico Anthony Beevor, quien publicó el libro Rusia: revolución y guerra civil 1927-1921, quien recientemente fue entrevistado en relación con las atrocidades masivas del ejército ruso en Ucrania y recordó las violaciones que perpetró el ejército rojo, no sólo en Berlín sino en varias regiones de Alemania, durante su incursión final en mayo de 1945. En ese entonces y ahora, los crímenes de guerra no sólo son tolerados sino promovidos por el generalato y las altas esferas del poder político ruso. Se trata no de los desmadres de unos pocos generales o soldados, sino del deliberado uso del terror como un arma de guerra.
Aunque ha sido una verdad a voces, alertada por los conocedores del tema, no es esa la percepción que comúnmente se tiene de Rusia. Los comunistas, por otra parte, lo han sabido todo este tiempo y lo han justificado sin medias tintas. Durante mis días de bachillerato, en varias oportunidades escuché a mis amistades ñángaras debatir acaloradamente sobre los crímenes gringos durante la guerra de Vietnam, al punto de mostrar a los rusos como unos niños de pecho. Nada extraño que ese barniz ocurriera en las décadas posteriores a la alianza de occidente con la Rusia, después de la famosa Conferencia de Yalta, donde Winston Churchill tuvo que guardarse sus peores reservas con Stalin por el solo propósito de asegurar el pacto entre los aliados. Como consecuencia, Rusia se ha escudado en los privilegios de esa alianza y la historia oficial se ha hecho la vista gorda con los genocidios en los otrora territorios soviéticos.
Pero con la invasión rusa a Ucrania en febrero, el barniz terminó de caerse. Vaciada de maquillajes, la nefasta violencia rusa se muestra desnuda en su sed imperialista y una confusa relación de amor y odio con Europa. En la obra Almas muertas del novelista ruso Nicolás Gogol, se encuentran esas tensiones internas del país. Otra de sus obras, El Capote, es de lectura obligada en el bachillerato de Rusia y no es para menos, pues a Gogol acuden los enterados cuando Rusia se aventura en terribles campañas. De acuerdo con el comentarista ruso, Vlad Vexler, es tal la obsesión de Putin contra Europa, que ve el marxismo como “un producto de Occidente”, cuya ideología fue la causante del desplome de la Unión Soviética. La guerra de Putin está montada sobre la crisis de identidad rusa. De acuerdo con Vexler: “Putin quiere responder sobre si somos europeos o no, y justamente en eso radica el problema: mejor es no definir nada” remitiéndose así a la mística sabiduría de Almas muertas.
Quiero ahora compartir que yo tenía tiempo animada a escribir sobre la violencia rusa cuando conocí a Aino, una exrefugiada ruso-finlandesa. Estábamos en medio de una celebración de cumpleaños el pasado siete de mayo, y fue mientras conversábamos en el porche de la casa cuando le pregunté sobre su decisión de huir de Rusia. Al principio me manejé en mi lento y modesto sueco, pero una vez que sentí la necesidad de repreguntar, una amiga se ofreció a servirnos de intérprete. Aino es una mujer en sus 70, calmada de voz bajita y suave quien, yendo al grano de la calamidad humana de la guerra, me aseguró que, en este momento, la población rusa de la periferia, la de los pequeños poblados, son olvidados y condenados a sufrir de hambre. ¡Y vaya que coincidimos! El hambre es una de las macabras variables de esta ecuación llamada terror de Estado.
Apenas fueron minutos los que después pude intercambiar con Aino y su esposo antes de que llegara el momento de partir. Es impresionante cómo, ante las barreras de comunicación, sabe uno escoger las pocas palabras compartibles, y puede uno expresarse en ese prodigio que es el lenguaje corporal. Aino se sentía contenta en medio de la camaradería, y con una frescura que me hizo imaginar su estampa en sus tiempos juveniles. Ambas nacidas en diferentes partes del mundo, en suelos hermosos y desestimados u olvidados por los grandes poderes, son sin embargo para nosotras terruños que no necesitan del reconocimiento de nadie sino de uno. Reflexionar sobre el dolor común, eso permite una hermandad. Se obliga uno a resolver los conflictos por todos los medios antes que recurrir a la violencia. La política de la paz es una tarea que requiere garra, coraje, templanza, imaginación y fe, mucha fe. Finalmente, cuando se conoce a alguien ganado para la tarea, está uno frente a la más fascinante de las ciudadanías.
Nota: Sobre las quejas de Putin con el Estado comunista, una cosa es lo que pensamos en Venezuela del cacareo marxista y otra es lo que Putin tiene en la cabeza, ganado como está en usar la violencia, el robo, el expansionismo para perpetuar su monarquía de hecho. En pocas palabras, hundir al país en el mayor retraso humanístico.