Dos amantes corrieron hacia la plaza a tomar agua de la fuente. El hombre sacó un papel del bolsillo de su pantalón, se acercó a la luz del poste para leerlo y dudó de si bajar por el camino empedrado que daba al río o de si subir por la ladera de montaña. La mujer miraba hacia atrás, temerosa, y el hombre le tomaba las manos para tranquilizarla.
Asintieron el uno al otro y caminaron por el sendero más alto. Las ramas inmóviles anidaban el silencio de la noche y la luz de la luna se esparcía entre las calladas hojas de los árboles. Apuraron el paso, encontraron una posada, tocaron la puerta, pero nadie les abría. Se asomaron por una ventana donde escucharon el sonido de una guitarra. Sorprendidos regresaron nuevamente a pedir refugio.
Y el hombre dijo:
¡Ábrannos la puerta, las horas se acortan!
Las paradas de bus, desoladas, y el domingo tardará en llegar.
¡O quizás no se aparezca! ¡Abran, abran! Nos desvanecemos.
¿Qué ciudad es esta? Apenas bajarnos del tren, nos ha seguido una voz que nos llama por nuestros nombres.
¿Y las cuerdas de la guitarra? ¿y la Natalia de Lauro? ¡Dígannos! ¿quién aquí arrulla sus sueños con esa melodía de nuestra infancia?
¡Hablen! ¿Desde dónde baja el arroyo, a dónde lleva este camino?
¿Quiénes son ustedes?
