lunes, 13 enero 2025
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Revelaciones de los semáforos

El siguiente artículo fue publicado en este diario durante mi etapa inicial entre el 2004 y 2007. Lo he traído nuevamente para traer a la memoria una visión de la ciudad que aún posee vigencia.

Los conductores y ciudadanos de a pie, verdad a la vista, en esta y muchas ciudades del país, tenemos que pagar todo tipo de peajes cuando andamos por la calle. No hay que analizar mucho para saber que se trata de un impuesto, de un asunto que sólo el Estado u otros organismos pueden resolver. Uno no sabe cómo entender su propia caridad, ni si es caridad, o una hipocresía, o una respuesta casi automática a cualquier cosa… y a fin de cuentas uno no sabe a quién va a parar esas cuatro lochas que uno le entrega a la gente, allí, sin saber exactamente lo que estamos haciendo.

Por la avenida Guayana en San Félix, en una oportunidad, había un hombre gritando de dolor, acostado en una camilla que posiblemente pertenecía a un hospital. Pedía dinero para su dolencia… y el llamado a la “ayuda” pareciera decirnos que el ciudadano común se encuentra ciego, sordo y mudo, pensando que todo esto es normal.

Debe ser. Entre tantos cruces de esquina, paradas obligatorias ya sea en los semáforos, entre esas avenidas se mueven los círculos del purgatorio. Como los miserables de la Divina Comedia de Dante que no tenían sombra, así la gente que se nos acerca con sus fotos digitales adheridas a los potes de la limosna. Su ausencia de sombra quizás nos haga pensar en el sol de algún mediodía equinoccial.

O quién sabe, a lo mejor no queramos detenernos mucho, y no ver la sombra es no reconocer el espíritu de aquellos que parecieran estar purgando penas en este purgatorio.

Posiblemente, como alguna vez sentenció José Ignacio Cabrujas, vivamos en un hotel, en un espacio pasajero, y estemos más pendientes de unos pasaportes rotos, llaves para algún destino incierto.

Mientras tanto, escándalos de corrupción llaman a la puerta. Venezuela sigue siendo un país de grandes contrastes. Grandes masas de desempleados y un capital petrolero e impositivo derrochado entre el despilfarro y la opulencia nuevo riquista. Y cuando este capital llega a la población más necesitada, lo hace en la forma de limosnas muy premeditadas, casi quirúrgicas. “Nadie regala real”, diría una vez mi difunto tío, una vez que supo que fue el único en salvarse de un estafador que había timado a todo el pueblo de Río Casanay.

Mientras tanto mucha gente continúa pidiendo dinero en la calle… Para revelarnos que los impuestos no llegan a donde tienen que llegar, eso es todo.

Y que estamos en problemas.

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