viernes, 29 de septiembre de 2023

La fiesta de las hallacas

Echo de menos trabajar junto con mi grupo navideño y por eso desde hace dos años quise hacer las hallacas, aunque fuese sola.

Echo de menos trabajar junto con mi grupo navideño y por eso desde hace dos años quise hacer las hallacas, aunque fuese sola.

Tengo la dicha de pertenecer a un grupo de amigos en Puerto Ordaz quienes, contra viento y marea, hacen hallacas desde hace más de quince años. Este laborioso e insigne trabajo de la cocina navideña venezolana constituye en sí mismo una fiesta, y en el grupo se le corona con la magia de cuando hay amor por las palabras y esmero por cuidar los acuerdos.

Como desde el primer año de las jornadas, se ha depositado la confianza en el líder máster hallaquero, quien es catador entrenado de ingredientes, alquimista del guiso y, junto con los miembros iniciales, un planificador metódico de la línea de producción en la mesa. Semanas o quizás meses antes del gran día se comienzan a asentar los detalles. En caso de ingredientes de mala calidad o desaparecidos de los estantes, entre todos se resuelve el entuerto a tiempo. Una vez se calcula un presupuesto y la contribución de cada quien, se prepara uno para el gran día de las multisápidas hallacas, a donde se llevan las tablas, delantales, trapos, cuchillos, y por encima de todo, la música para el disc jockey y las historias para contar y entretenerse.

Ciertamente, un día de trabajo que se inicia con el interminable limpiado de hojas, por eso la tradición del ponsigué macerado en ron y especias por meses, llega como recompensa a mediados del día. La larga trayectoria se acorta ante la oportunidad de abrirse ante los amigos, sea para reírse o entristecerse y luego agradecer la compañía. Como nuestros ancestros, regresamos a los mismos rituales de cuando ellos se sentaban alrededor del fuego para comer y admirar la luz que se esparcía en el firmamento.

Echo de menos trabajar junto con mi grupo navideño y por eso desde hace dos años quise hacer las hallacas, aunque fuese sola. Comencé a buscar el onoto y las hojas de hallaca pensando siempre en justificar los costos. Me entusiasmé al conseguir unos ajíes dulces, pero estaba desencantada con el sabor hasta que conseguí unos de origen marroquí y otros de Galicia. Una aventura inolvidable es imaginar esos olores en el aire de la cocina, en la fragante apertura de las hojas en el plato. Cada vez que probaba los vegetales de rigor me acordaba de Gilberto, mi amigo y máster hallaquero, y de cuánto yo seguía sus pasos en disfrutar la degustación de los ingredientes. Su viaje de aromas y sabores había inspirado el mío.

Fue en la víspera de la navidad que me senté a armar las multisápidas. El guiso había resultado fabuloso, pero no lograba dominar del todo el doblado de la masa. No quise llamar a nadie y decidí esperar al día siguiente. Lo mágico de esa mañana siguiente de navidad, como un regalo del cielo, fue que vinieron a mí las imágenes de mis amigas de grupo y allí supe cómo tenía que tender la masa y separarla luego de la hoja. De sólo escucharse uno bajan las revelaciones.

A Gilberto y a su familia, a mis familiares y amigos de grupo, gracias por estas memorias tan atesoradas.

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