Víctimas de la izquierda internacional
En ocasiones he escrito sobre los argentinos, los chilenos y sobre los latinoamericanos, muy en general, pero he evitado hacerlo sobre el pueblo cubano. Para escribir sobre el régimen cubano basta con saber sobre su economía hipócrita y quebrada, o de cómo sus visitas a sus homólogos latinoamericanos han causado estragos en los países que pisan, pero una cosa muy distinta es entender el viacrucis cubano. Al intentar organizar y poner en papel los miedos, el sálvese quien pueda, las máscaras y silencios, me encuentro con puntos ciegos. Lo primero es que fuera de la comunidad de exiliados que han logrado mantenerse unidos en el sur de la Florida, los emigrantes cubanos han debido resolver sus escapes como les toque, y sin mucha comprensión de la comunidad internacional. Están por su cuenta, aislados, a la buena de Dios. Les ha costado forjar un discurso, aunque han venido marcándolo en tiempos recientes. La bandera de Cuba ondeó en el Vaticano, y por la represalia ya sabemos del muro que este pueblo debe derribar.
Demasiado duro. Por décadas, los Castro invisibilizaron a los disidentes, los llamaron gusanos, y la izquierda ella, tan unida y solidaria con el dolor humano, les ha venido siguiendo el coro, aplaudiéndole la coreografía, el show, la “narrativa”. La izquierda internacional necesita mantener esa mentira en pie como si fuese agua para beber: no se hallan sin ella.
Recuerdo a un académico cubano que conocí hace varios años. Me contaba él sobre sus diferentes residencias en varios países de Europa. Se adaptó a la vida de los países bajos, y se movió en bicicleta de verano a verano, de invierno a invierno, pero se había hartado tanto que no quería más nunca agarrar una bicicleta. “Yo quiero probar una guanábana, una lechosa de verdad verdad”, decía. “Extraño demasiado el olor de las frutas, sacar las conchas con los dientes, ser regañado por el ácido de las naranjas”. Después respiraba hondo.
Se va Angela Merkel y en Suecia entra Magdalena Andersson
Cien años después de haber aprobado el voto de la mujer, Suecia tiene ahora una mujer primer ministro. Mientras que sus vecinos escandinavos han contado con mujeres al frente de sus parlamentos, no así ha sido el caso de Suecia. Aunque en ese país nórdico las mujeres cuentan con más derechos y apoyos que en muchas partes del globo, se las han visto de hormiga, entre otros, para acceder a cargos de jerarquía en empresas importantes. Sin embargo, no se rinden, y siguen dado la pelea. La actividad deportiva de las mujeres es dinámica e intensa los fines de semana, y no hay reto al que no le pongan el ojo. No obstante, en los predios de la Academia Sueca, aunque las mujeres presionaron y jugaron la carta de los acosos, no pudieron mover la balanza a su favor. Desde el máximo poder del Premio Nobel les han recordado que la pelea es como es, y no hay excepciones porque se sea mujer. “Si quieren el poder, van a tener que agarrarse de él y fajarse”. Una declaración de guerra es poco.
Que Magdalena haya amalgamado tal apoyo en medio de un entorno feroz, eso dice mucho de su fuerza. Su decisión de renunciar a horas de haber aceptado el cargo demuestra que tiene temple, conoce todas las jugarretas, presiones, intereses, conchas de mango y que por eso no titubeó ni un segundo en marcar su norte. Después de una semana, el tablero se reubicó a favor de ella y su partido al frente del Riksdag. Aunque hay quienes declaran que ella sólo permanecerá por diez meses antes de las venideras elecciones en septiembre, ella respondió: “Este no es el comienzo de diez meses, si no de diez años”.
Vale un brindis.