domingo, 11 mayo 2025
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Remesar

Despilfarrar, derrochar y destruir es fácil, lo difícil es crear, cultivar y producir. El zurderío es una caja de machete para lo fácil. Por eso arruinan todo lo que está bajo su dominio. Allí donde llegan destruyen desde lo más abstracto hasta lo más concreto.

La palabra remesa se ha hecho muy familiar en la reciente y cotidiana tragedia de los venezolanos. Aquella se instaló en nuestro léxico, como consecuencia de la expulsión-exclusión de nueve millones de venezolanos, que han cruzado fronteras con una muda de ropa. Esa que cabe en el morralito tricolor, que nuestros compatriotas se echan en la espalda, y que sirve para una rápida identificación de su país de origen. Se van a “buscar la vida”. Huyen de la miseria. De la pobreza extrema que es la antesala de la muerte. Escapan de un expaís en el que el hambre le cruje -día a día- en el estómago a los aquí nacidos. La carpanta es la única certeza. Lo incuestionablemente inconcuso en este socialcomunismo, plagado de incertidumbres en cada uno de los otros recodos de nuestra atribulada subsistencia.

Para que las remesas se materialicen en el mercado mensual de quienes las reciben, le han precedido muchos eventos sociopolíticos. El primero es imponer el megarelato en el imaginario popular, según el cual sólo un sistema socialista puede resolver todos los problemas que aquejan a una nación. Es la panacea que han vendido -desde siempre- los alquimistas zurdos. Contra toda racionalidad, todavía hay quienes creen en estas promesas mágico-santeras, y se fanatizan hasta la insensatez al creer y hacer suyos los proyectos de redentores, de facilona verborragia mesiánica.

Iluminados y predestinados venden su siniestra ideología en el mercado de la ingenuidad y de la candidez. En este segmento está su mayor activo y las incondicionalidades a toda prueba. Montados sobre los hombros de creyentes, entusiastas, partidarios y fervientes adoradores, los mesías de izquierda asaltan el poder.

La luna de miel puede prolongarse, ad infinitum, si la liquidez inunda las arcas de la nación conquistada. La fiesta es nacional e internacional, porque el socialcomunismo se proclama supranacional. Pues siempre ha tenido entre ceja y ceja dominar a la tierra y sus adyacencias, si se demuestra que hay riquezas y caudales en otros planetas. Pero hay que acotar que el rojerío dilapida -a manos llenas- todo lo que encuentra, pero carece de experiencia laboral y de las más elementales capacidades para producir una hogaza de pan.

Más allá del pajonal discusivo y de las promesas, son una calamidad, una peste, un azote, un infortunio y una plaga, cuya única habilidad reside en aterrajase al poder con uñas y dientes. Llegan para quedarse y garantizarles poder y riquezas a sus nuevas generaciones. No son gobernantes: son los amos, dueños y propietarios de todo lo que existe en el suelo y en el subsuelo, y hasta de quienes respiran en el territorio colonizado y sometido.

Despilfarrar, derrochar y destruir es fácil, lo difícil es crear, cultivar y producir. El zurderío es una caja de machete para lo fácil. Por eso arruinan todo lo que está bajo su dominio. Allí donde llegan destruyen desde lo más abstracto hasta lo más concreto. Esto es el estado de derecho, la división de poderes, los derechos humanos de la primera a la tercera generación, la libertad, la seguridad, la institucionalidad, la democracia, la convivencia e incluso el orgullo por el gentilicio. También acaban con la economía, con las fuentes de trabajo, con los medios de comunicación, con la educación, con la salud, con la alimentación y con la población, que disminuye por la exclusión de millones de compatriotas.

¿Cuántos cubanos, nicaragüenses y venezolanos han sido expulsados de sus países? Millones. Visto lo visto, no es exagerado concluir que esto obedece a una lucrativa estrategia de la izquierda. Perversamente instrumentada por estos regímenes socialcomunistas, para recibir las remesas que envían los que se van a los que se quedan, para que cubran necesidades básicas. Lo cual exime de responsabilidades al zurderío que gobierna, que se beneficia, también, con los impuestos que recibe por los dólares. Esos que pasan por el trapiche inflacionario, y llegan en bolívares devaluados a los raídos bolsillos de los que sobreviven en estos países arruinados, quebrados y torturados.

Las remesas son rentabilizadas por estas excluyentes estatocracias socialcomunistas. Altamente corruptas, que destruyen la empresa pública y la privada, y al resto del aparato productivo existente en las naciones colonizadas. Por eso les conviene expulsar a los nacionales, pues aumentan las remesas, que deben pasar por las horcas caudinas del rojerío, cuya voracidad fiscal es insaciable. Está claro que los zurdos conjugan, provechosamente, el verbo remesar en primera persona.

Agridulces

El ¿servicio? eléctrico en Venezuela es equiparable al haitiano, pero lo cobran como si estuviéramos en Noruega. Pónganse de acuerdo en Corpoelec, porque nuestros salarios de hambre se devalúan a diario, y apenas alcanzan para malcomer.

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