@OttoJansen
Estamos en tiempos venezolanos (lo que regularmente hacemos a través del prisma de la extensa Guayana), en los que midiendo la permanencia del esfuerzo y convicción de los más altos valores del ser nacional por la libertad, los derechos y la democracia, igual evaluamos, ya que toma automáticamente relevancia, ese aspecto que pudiéramos denominar el individuo y la sociedad.
Es decir, la actuación de la persona, en su condición ciudadana, en su conducta con el entorno y en las ideas que proporciona o se imbuye de la comunidad que es su hogar y las raíces. Lo que acarrea, además de expresiones de honradez, también en paralelo, las muestras de mezquindad, individualismo en función de éxitos personales y el abandono de la conciencia colectiva. No es ociosa, ni intrascendente la materia, quitando las coloridas y estrafalarias manifestaciones (que las tiene hasta lo dramáticamente hilarante), es menester queden registradas como muestra de un periodo que incluye a la vez, del arrojo por los derechos -prisiones y sacrificios incluidos-, los evidentes trazos de un periodo de decadencia y degeneración.
Venezuela vive, aun con aparentes silencios y una conformidad “oportunista”, un proceso de ebullición social y subversión cívica sin precedentes; así lo “olfateamos” en el hartazgo directo de una país demolido, vuelto trizas y saqueado su bienestar, emocionalidad y población por acciones determinadas de un proyecto revolucionario hegemónico. Esta constatación ha sido realizada por enfoques diversos del análisis honesto. Sin embargo los islotes grises que quedan de la Venezuela de la inercia, aquella congelada en las negociaciones y burocratismos del poder que el chavismo enterró, no solo busca atajos para desconocer el sentimiento popular del tiempo actual, sino que ahora se suma a las trampas, se une al delito, a la bribonería y cuando no, a justificar con cinismo los mecanismos de persecución contra quienes, quizás por no ser “magistrados” de la acción política, sino ciudadanos corrientes y comunes, han podido construir la hazaña de derrotar al poder y dejar en evidencia sus ansias infinitas de permanecer en el gobierno. Por sobre lo que sea y en circunstancias de aniquilar a todo lo que al frente les señale. A estas pretensiones de desconocer el mandato del 28 de julio con el fraude y golpe de Estado a las elecciones presidenciales, cabe preguntarse ¿Porque tanto ahínco de algunos autoproclamados equilibrados en hacerse cómplices del régimen? ¿Por qué tanto afán en procurar la definitiva destrucción del “Estado democrático y social de derecho y de justicia, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y, en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político”. ¿Será que en verdad están convencidos que la maquinaria del Estado opresor (con la alianza de la revolución cubana que les proporciona sus métodos tenebrosos), no les obligará, además de ser sus comparsas permanentes, a postrarse, precisamente al Estado totalitario? La ilusión del debate y de las estrategias acomodaticias son una mentira que la gente no se las tragara nunca más luego del zarpazo presidencial; con la visión del número de presos y de varios asesinados.
¿Qué es un planteamiento de cambio?
Recientemente en una publicación de las redes sociales, dedicada a la neurociencia, apareció que cuando no dormimos el cerebro se come a sí mismo. “Se come a lo loco y de manera indiscriminada las neuronas y sus conexiones sinápticas que son las comunicaciones entre esas neuronas. Y además, lo que se pierde no se puede recuperar” indicaba el moderador de la cuenta, mientras agregaba que el proceso se repite cuando no dormimos bien.
En las relaciones de las ciencias, puede imaginarse usando a la ciencia ficción, que una porción de la observación citada debe tener vínculos con la conducta humana y con el ejercicio de la política, que para unos es ciencia y para otros arte. De serlo pudiéramos seguirle el paso al relato construido por la dirigencia tradicional de los partidos políticos (insisto, fundamentalmente, desde el prisma del estado Bolívar), en el sometimiento y protagonismo pasivo frente a las acciones del chavismo en la región. Lo han hecho con la “fiesta electoral” como principal mecanismo, aquella que se solazó, sin más, en los negocios de las campañas y en los cálculos grupales y personales sin haber movido un dedo o levantado la voz contra los desmanes, acciones oscuras y las corruptelas que arruinaron a Guayana con el socialismo del siglo XXI. Ahora en el 2025, los fantasmas de los partidos judicializados, con personajes jóvenes y no tan jóvenes, descompuestos de tanta zanganería, cuan zombis tambaleándose, se comen a si mismo los cerebros. En este caso no es que no duerman, que la mayoría es lo más que hacen. No, pierden las neuronas de tanto repetir la misma trampa pedigüeña y de pretender que los guayaneses los elijan, garantizando sus acuerdos pecuniarios. La prueba de la no recuperación- de sus neuronas- estriba en la letanía del discurso manido, lleno de lugares comunes al que ya los ruyidos partidos tradicionales nos habían acostumbrado y que demás está decir la inmensa mayoría de los venezolanos padecemos su hartazgo.
El desafío ciudadano está dirigido a asumir, sin soltar hasta conseguir sea un hecho firme la victoria de la democracia contra el modelo chavista; la convicción de las luchas activas, no cayendo en la repetición del gallo pelón cubano, con los cuentos “electorales” del régimen venezolano, para continuar edificando la celda inmensa en contra de la libertad. El cambio es un planteamiento además de un sentir. Son lineamientos para el ejercicio profundo de los derechos, el bienestar que reza la Constitución de la Republica y el goce máximo de la felicidad nacional, mediante instituciones y representantes que rindan cuentas y respeten las decisiones del pueblo mayoritario. Esto no cabe en las “ideas muertas” de las que habla Moisés Naím, a nivel de las directrices del mundo, como tampoco en los cerebros aldeanos, comidos por el hambre de ambiciones de los mismos de siempre, tal como, se me antoja, pudiera probablemente comprobarlo ahora la neurociencia ¿O la neuropolitiqueria?