Puerto Ordaz conserva ciertos espacios de una singular dinámica económica que enfrenta la crisis brutal; San Félix sobrelleva la inercia de oficios y buhonerías mayoritariamente cruzando los puentes sobre el Caroní e inventando todo lo que es posible de la economía de “crisis” o “negra”, como la denominan los especialistas. Uno y otro conglomerado, que integran la cumpleañera Ciudad Guayana, son núcleos que al arribar a los 60 años han agigantado sus comunidades en extensión territorial, con sectores de perfil poblacional propio que primero responden al mensaje de urbe (de identidad colectiva, caronicense) y luego comportan complejos desafíos para la gobernanza, tentación, desarrollo sustentable y calidad de vida. Todo ello en medio de deterioros evidentes, hundimiento de servicios, vacíos de autoridad e institucionales, de la quiebra y ruinas de las empresas básicas que dejaron sin identidad económica a la ciudad y la región.
A todo esto se agrega que Ciudad Guayana se congeló en cuanto a proyectos gubernamentales o de iniciativa privada, aquellos que proporcionaron su lejana planificación y que ahora tiene de contraparte como “arsenal” de resistencia en algunos una gran nostalgia por los años de prosperidad, que refuerza la parálisis establecida por el modelo revolucionario. Por eso los desafíos -en el contexto aniversario y en el caos de Venezuela- tienen mucho más que ver con el parto de las ideas sobre la construcción de la Ciudad Guayana del porvenir, con la estimulación de nuevas “represas” que atajen no a las aguas indómitas, sino a las expresiones primitivas, mercantilistas, ciegas y pragmáticas ausentes de la institucionalidad democrática, anidadas en los años de desarrollo y pervertidas en el proceso de la Guayana socialista.
Para que esos límites estructurales encausen la modernidad, por supuesto, pero con la valoración inherente a la ciudadanía, el estado de derecho, la justicia y la libertad.
Subrayo un título: “A Guayana la vimos todos fallecer ante nuestros ojos y nadie, o la mayoría, no hizo nada”, que corresponde a lo expresado en entrevista a la periodista Clavel Rangel por el empresario local Henri Gaspard. Pues bien, esas palabras pueden perfectamente parafrasearse con: “En Guayana hoy estamos viendo la miseria y el desamparo de organismos públicos y privados, mientras dirigentes y políticos, pendientes de sus intereses, no hacen nada”. Es evidente que el desafío está en involucrar la mirada popular con el revolcón político, económico, social e institucional, que es requisito para hacer fuerte, de nuevo, esta ciudad locomotora de la región. Si esto se deja de lado, caemos en el tradicional círculo vicioso de la inmediatez, con lo que abrimos las puertas al horror del presente. Es decir, complacemos la inercia con la que se nutre la práctica del chavismo.
Zamuros y neolengua
Ciudad Guayana se hace sexagenaria con abandono de sus servicios, en áreas residenciales y espacios públicos; con los rastrojos de una ciudad que se derrumba todos los días, sin que esto llegue a negar (por sobre la inmigración que le ha afectado y la dinámica minera que se apoltrona en sus centros comerciales como principal producto de distorsión económica), el recurso humano experimentado y la energía juvenil en formación, pese a los acechos de la desesperanza. Aquí camina el futuro, si este no sigue montado en el ciclo del país que ya murió: el del populismo con sus promesas y agentes repetidos que persisten en vender ilusiones y cuentos.
Como ahora con las que pretenden chantajear que la sola elección de una Alcaldía inútil, repleta de clientelismo, sin presupuestos y sin autonomía, supone el instrumento de transformaciones institucionales que otorguen las obras y proyectos con los que la globalización en las ciudades actuales enfrenta los retos del siglo presente.
Ni para enfocar conceptos de gobierno interactivo ni desatar los nudos de la violencia de los grupos antisociales en las comunidades. Los promontorios de basura y las cuantiosas bandadas de zamuros se instalan de primero en los ojos de propios y extraños. Esto explica que los cardúmenes de candidatos a alcalde de Caroní a lo que apelan es a estas promesas de solución, sobre todo lo del servicio de aseo urbano: radiografía de cómo estos personajes entienden los gobiernos electrónicos o modalidades de ciudades inteligentes. La alternativa política democrática, de cambio, para las acciones sustentables en el municipio Caroní no está ni siquiera en pañales. Los discursos voluntaristas que apreciamos en la opinión pública hacen eco de la neolengua que emplea el engaño chavista. Es un mensaje que elude el reclamo de los derechos, que evita desenmascarar la cobardía, las posiciones ambiguas o timoratas. Que no condena los responsables del saqueo corrupto o las complicidades; que se conforma con construir una letanía con la penosa condición de los hedores en los cerros de desperdicios, pero que no llega a concatenar ideas de proyectos de envergadura con la imprescindible intervención de vecinos, empresarios e inversionistas.
La familia guayacitana entona el cumpleaños feliz porque sabe de su valía y vigencia; los aprendizajes flotan en los sectores de la sociedad local, que percibe la obligatoriedad de fuertes definiciones para encarar el futuro. Los jóvenes, mujeres y hombres atisban perspectivas (desde el hacer en numerosas iniciativas ciudadanas) de impulso a otros actores, organizaciones y la nueva mentalidad que rescate la modernidad.