Tiempo de adviento; transitamos las semanas de celebración de la Iglesia Católica a la preparación de la llegada de la Navidad. Momentos en los que la familia es la protagonista, en que se expande la emoción de encuentros, alegrías y fiestas, con la también espera de los abrazos del año nuevo. Todo debería centrarse en la armonía y en la renovación del sentimiento por una existencia personal y colectiva enriquecida de propósitos y sueños. Sabemos, sin embargo, que pesa con mucha intensidad sobre los venezolanos (aun cuando no sea visible de manera espontánea) un capitulo truncado que ha impedido recuperar la normalidad; esa tranquilidad como sociedad hacia el bienestar y los derechos plenos. Acerca de ese techo de numerosas inquietudes y dudas insistimos en dirigir la mirada decembrina.
El 10 de enero ha quedado en la atención del país el mandato de la toma de posesión de quien resultó electo en las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio. Fecha hecha insigne por ser expresión cívica contundente del sentimiento de cambio en aras de recuperar a la nación del hueco económico, la destrucción de las instituciones, la pérdida progresiva de los derechos ciudadanos y la presencia general de la miseria, producto de una visión autoritaria, la exorbitante corrupción y los atropellos contra la crítica y el pensamiento plural. ¿Es posible pensar o tan solo imaginar la posibilidad de que se cumpla el mandato de los resultados de las elecciones presidenciales y Edmundo González asuma en enero el cargo encomendado? ¿Visto todo lo que ha pasado con la nación en las últimas décadas, con la instauración de un régimen que secuestró las instituciones nacionales y se ha burlado de la gente y de la comunidad internacional con harta frecuencia, hay reales posibilidades de entrega del poder político? ¿Con todos los signos que la revolución viene incrementando desde los resultados ampliamente adversos en su contra, de hostigar, perseguir, amenazar y hasta de ser responsables de victimas mortales, puede la presión política de la comunidad internacional, más que nunca esquivas a los principios, producir los efectos disuasivos necesarios para evitar que el régimen finalmente imponga quedarse por la fuerza? Las interrogantes y dudas se multiplican, como ocurre en este tipo de coyunturas en la que igual aparecen los intereses geopolíticos con rumores de todo tipo, tanto de las naciones democráticas del mundo como de naciones aliadas al modelo chavista que incluso, como tantas veces se ha advertido, hacen vida en Venezuela: los casos de Cuba, Rusia e Irán.
Si bien los venezolanos se han manejado en estas semanas con calculadas reacciones y posturas ante el drama de los detenidos y encarcelados y ante la vigilancia a toda la ciudadanía por parte de los organismos de seguridad de la revolución, no por ello deja de presentirse el jadeo de los sentidos escudriñando la aparente calma. El temor, en cada suspiro, de que no termine pasando nada y el hundimiento mayor de Venezuela sea inevitable.
El cuarto de guerra es un cuarto oscuro
La denominación de cuarto de guerra, en el léxico de las campañas electorales significa la sala de seguimiento y elaboración de respuestas. Es en este instante una instancia más compleja que evalúa el destino del país y la supervivencia del respeto al Estado de derecho y a la libertad. Nada que ver con un proceso electoral en curso y ni siquiera con un proceso político regular. Es un cuarto impregnado de oscuridad en la que los actores, sobre todo quienes se han propuesto rescatar la democracia, se han de mover a tientas pero sin vacilaciones, con el mínimo conocimiento posible para estos trances y con el manejo de la intuición y del instinto que permita el acierto. Por eso es que los analistas, encuestadores y opinólogos vienen dando tumbos, sin vislumbrarse que puedan parar, condicionados por enfoques formalistas, las “cuadriculadas” formas de sus prácticas y “las leyes místicas de la historia” como al estudio de los ciclos se refiere la periodista e historiadora Anne Applebaum. Bandazos, debe reconocerse, de los que nadie está exento.
Ahora, hacia la fecha estelar del 10 de enero próximo se cuenta con un ramillete de hechos, en teoría potencialmente favorecedores para la causa de hacer valer la verdad, que no pueden dejarse de lado pese a las aprehensiones colectivas venezolanas. Numerosos y casi unánime los organismos internacionales con su parsimonia característica y su lenguaje engorroso y eufemístico han venido poniendo presión al régimen socialista del siglo XXI, condenando sus acciones de atropello, la implementación del fraude con los resultados de los comicios presidenciales y reclamando se inicie la implementación del periodo de transición. Incluso hasta la postura del presidente electo de USA, que algunos laboratorios de análisis en las agencias noticiosas internacionales (tan abocadas a poner relevancia a la “pureza” de la justicia) parece no estar en la línea de voltear la mirada, como señalaron esos expertos: sabrá Dios, en todo caso. Pero, no hay mandado hecho en defender la toma de posesión de Edmundo González, si el plan del que ahora no se tienen indicios (por la misma naturaleza del proceso), no va más allá de los esquemas tradicionales o implementados hasta el presente.
María Corina Machado es la gran herramienta del pulso de cambio nacional; en las horas decembrinas antesala al enero que pisa los talones a la pretensión totalitaria, la obsesión en apariencia arrogante de los jerarcas del poder contra ella y su heroica persistencia lo confirman. A esa voz de confianza la gran mayoría está plegada. Decir, sin embargo, sin otros detalles, que el objetivo está garantizado, no puede hacerse. Son los hechos, el protagonismo ciudadano y el alcance de las acciones del tamaño del triunfo electoral del pasado 28 de julio los que les tocará hablar y disipar las dudas y tinieblas. La ilusión no es un espejismo. ¡Así será!