viernes, 29 marzo 2024
Search
Close this search box.
Search
Close this search box.

Qué esperar de las mujeres en el poder

Lo que es imperdonable es que en momentos en que el país necesita como nunca la independencia de poderes, el CNE haya sido un poder genuflexo liderado por una mujer. | Foto cortesía

@RinconesRosix

Un día mi padre me regresó un libro, La Mujer y la Edad Media, y me dijo esto: “Estas sí eran mujeres. Muy difícil encontrarse a alguien así ahora”. Me pareció su opinión algo exagerada y comencé a preguntarle más y sus respuestas siempre me tomaban por desprevenida: “Eran mujeres que le dijeron a los hombres cómo deseaban ser tratadas, y lo lograron”. La conversación siguió, y si recuerdo haberle dicho que el padre en mucho marcaba esa pauta con su hija. Fueron momentos reveladores para él también y, agradeciendo esa extraordinaria mediación de la obra de Margaret Wade Labarge, mi padre compartió conmigo su óptica sobre el poder desde lo femenino. Todavía, al día de hoy, ese acalorado debate significó una de las experiencias intelectuales más vívidas, que han marcado en mucho mi percepción sobre la mujer en el poder.

En el libro de Wade Labarge se puede apreciar que la Edad Media significó uno de esos momentos históricos donde la visión misógina sobre las mujeres se encontró con una respuesta enérgica para reivindicarlas. La altísima valoración se debe en buena parte a la iniciativa y fuerza de las reinas y abadesas, las muy preciadas líderes de la época. Ese esfuerzo de ellas por darle estatura a lo femenino fue lo que hizo que le imprimieran ese mismo estilo a su forma de ejercer poder. Las Isabeles, Juanas, con la excepción de Juana de Arco a quien su condición de mujer de armas la puede hacer ver como “masculina”, la verdad es que las reinas medievales y también del renacimiento, fueron políticos y mujeres, y usaron el poder que se les otorgó, en ocasiones con crueldad. Estas reinas, además de hacer gala de sus hermosos peinados y vestidos, unas u otras mostraron aprecio por las artes, las leyes, preocupaciones por religiosidad y hasta llegaron a tener algunos atisbos de piedad.

Si hay algo que reinas como ellas han demostrado es que el poder no tiene género, y que mujeres muy femeninas llegaron a ser grandes gobernantes. Esa percepción de lo femenino en el poder lo manejó muy bien Paulina Gamus quien, en una entrevista, dijo que ella trataba siempre de verse hermosa y bien arreglada porque le había tocado ser político en un país de misses. Efectivamente, Paulina celebraba que en Venezuela se privilegiara a la mujer por su imagen. Si alguien con un pensamiento similar hubiese estado en la campaña de Irene Sáez, jamás le hubiesen asesorado vestirse con trajes de taller. Esa tendencia a masculinizar a las mujeres en posiciones de liderazgo, obedece a ese prejuicio de que lo masculino “enseria”. Pero Irene ya había demostrado no necesitar eso, porque en su época de alcaldesa, siempre fue muy respetada y su imagen fue la fusión de la eficiencia con la majestad de lo femenino.

Quizás estos sean tiempos en que por un lado las mujeres imitan lo masculino para ayudarse en el ejercicio del poder, pero yo no estoy tan segura de que los electores perciban el asunto igual, sobre todo después del caso de Irene. Yo agregaría algo más, hay una confusión sobre qué esperar y qué no de un liderazgo femenino.

Hay de todo. Hay quienes, y me temo que sea una tendencia aún muy extendida, les exigen a las mujeres perfección. Esa pauta fue iniciada por los padres de la Iglesia, quienes exigían que las mujeres fuesen excelentes madres, esposas y además vírgenes inmaculadas, y asimismo todavía hay gente que no le perdona ningún error a las mujeres, sean madres o políticos. La tendencia sigue vivita. En la pasada campaña presidencial de los EE UU se vio mucho de eso, a Trump se le toleraba mucho más su insensatez, a Hillary Clinton no.

En el caso de alguien como María Corina Machado y Lilian Tintori, quienes tienen todo el derecho a tener sus opiniones y a equivocarse, han sido blanco de críticas despiadadas y sexistas. Aunque debo agregar algo, y es que los más encarnizados y virulentos comentarios sobre ellas los he escuchado de las propias mujeres. Es un caso que recuerda la “no amistad” entre mujeres argumentada por Montaigne. Por fortuna, la contraparte de esa mentalidad es que, modernamente, las mujeres han desarrollado sentido de la colaboración y valoración entre ellas.

Como quiera que se perciba el poder y sus estilos y la influencia del género en ellos, supongo que cada cultura tendrá una percepción sobre cómo ver a las mujeres en el poder. Sin embargo, hay un aspecto nefasto de la mentalidad de la mujer y es esa impuesta vocación de obediente y servidora del hombre, de esclava. En sí misma, esa mentalidad puede mermar seriamente su creatividad, su iniciativa y su inteligencia en el liderazgo que pudiese tener en el hogar o en el trabajo, pero donde se convierte en un aspecto aún más repudiable, es en el ejercicio del poder político.

El poder es para ejercerlo, y a eso me refería previamente con el liderazgo de las Isabeles y Juanas de otros días. Vale lo mismo para los Enriques, Felipes y Rómulos. Lo que es imperdonable es que en momentos en que el país necesita como nunca la independencia de poderes, el CNE haya sido un poder genuflexo liderado por una mujer. Una mujer cuyo sentido del poder es llevarle el café al hombre “presidente” y ponerle en la bandeja, la cabeza y la voluntad de los venezolanos. Despreciable es como ser humano, hombre o mujer, renunciar a un poder dado por la ley para hacer el bien. Desgraciado es como mujer, que después de haber existido tantas Marías, Teresas, Hildegardes, Simones, Eloísas, Sofías, Olympes, Trung Trac y Trung Nhi, arqueras guerreras de la antigua Asia central y de la resistencia francesa, y hasta las Lucrecias, venga una mujer de poder a escoger la cobardía y servir el café. Venga a escudarse en cualquier debilidad. No hay excusa.

La historia lo ha dicho muchas veces: la mujer, cuando quiere, puede y debe ejercer el poder.